lunes, 24 de julio de 2017

Interludio

INTERLUDIO

SACRIFICIO

ISLA DE LEBOS, GRECIA

Aproximadamente 1.000 Antes de la Era Común

Cam se sentó en la cubierta de un barco de madera anclado en un pequeño puerto deportivo.
Estaba sin camisa, con los tobillos cruzados contemplando una luna baja. Durante las dos últimas horas había estado tratando de tocar la lira que le había robado a un hombre que vendía azafrán en el mercado. Seguramente si pudiera conquistar el instrumento de Lilith, podría conquistar el agujero en forma de Lilith que había dentro de él.
Hasta ahora, no iba bien.
“Cam,” ronroneó una voz sofocante, “deja esa cosa y ven aquí.”
Se volvió hacia la joven muchacha de piel de olivo que estaba detrás de él. Estaba apoyada en un codo, con las largas piernas dobladas detrás de ella. Su pelo dorado ondulaba en la brisa.
“Estaré allí en un momento,” dijo Cam.
Desde que había dejado a Lilith, Cam se había rodeado de una serie de chicas, esperando en vano que distrajeran su corazón roto.
Cuando huyó de Canaán el día de su boda, había buscado a Lucifer en las nubes. Desde la caída, Cam había tenido poco que decirle al diablo. Cada siglo aproximadamente, Lucifer proponía un trato, la lealtad de Cam por un dominio dentro del inframundo, pero Cam nunca se interesaba.
En ese momento, cuando Cam apareció, Lucifer sonrió a sabiendas y dijo, “Te he estado esperando.”
Ahora, una segunda chica de pelo dorado interrumpió el recuerdo de Cam mientras ella caminaba por la plataforma desde el puerto deportivo hasta el barco. “Pensé que te encontraría aquí,” dijo ella.
“¿Qué haces aquí, Xenia?” preguntó la primera chica. Ella miró a Cam. “¿La invitaste?”
“¿Korinna?” exclamó Xenia. “¿Por qué estás en el barco de Cam?”
Cam dejó su lira, contento por la distracción. “Veo que no se requieren presentaciones.”
Con las manos en las caderas, las dos chicas lo miraron y se miraron.
Él respiró y forzó una sonrisa. “Sois dos chicas hermosas en una noche hermosa de luna. A menos que queráis pelear, ¿por qué no nos divertimos un poco?”
Se zambulló en el agua. Cuando salió a la superficie, flotó sobre su espalda, mirando hacia el bote. Tal vez se unirían a él. Tal vez no lo harían.
No le importaba de ninguna manera.


“¿Aún quieres seguir con esto?” preguntó el muchacho desde el timón de un bote de cedro anclado en el borde del puerto deportivo. Lilith había descubierto que se llamaba Luc, pero por lo demás había aprendido muy poco sobre su compañero.
Lilith escuchó las salpicaduras y las risas del agua cerca del barco de Cam. Tragó saliva, con un nudo en la garganta.
Ella había venido hasta allí para encontrarle. No se le había ocurrido que ya se había buscado otra chica, y otra. Le dolía por dentro, pero no se iba a ir de Lesbos sin tratar de llegar a su corazón una vez más.
Pronto, Lilith vio a Cam cruzando el puerto deportivo, caminando por la orilla. Su pelo mojado brillaba a la luz de las estrellas.
“Este es tu momento,” dijo Luc. “Cógelo.”
Lilith se zambulló en el mar y nadó hacia Cam, con su vestido blanco ondeando alrededor de ella mientras daba patadas.
Detrás de ella, Luc miraba desde su barco con una sonrisa.

Cerca de la medianoche, Cam subía una pendiente empinada, con la lira en la mano, buscando una nueva clase de distracción. Una voz canturreaba a lo lejos, acompañada de ricas notas de una lira. Vio un matorral desértico que marcaba la entrada de una cueva y se inclinó hacia ella.
Dentro de la cueva, en un espacio estrecho entre dos rocas altas, había un anciano tocando una intrincada canción. Le colgaba la barba hasta el ombligo, y sus cabellos destacaban en filamentos sucios. Sus ojos estaban cerrados, y había una botella de vino a sus pies. Parecía desconocer la presencia de Cam.
“Eres muy bueno,” dijo Cam cuando terminó la canción del hombre. “¿Me enseñarás a tocar?”
El hombre abrió lentamente los ojos. No.
Cam inclinó la cabeza. Desde que se había alineado con Lucifer, había descubierto una nueva capa de persuasión en su voz. Estaba aprendiendo a usarla para tener ventaja.
“Te llevaré volando, muy por encima de las nubes, si me enseñas. Puedes traer tu vino y beber entre las estrellas.”
Los ojos del hombre se ensancharon; estaba claramente afectado. “Comienza,” dijo él, y rasgueó un acorde.
Cam puso rápidamente su lira en posición de tocar.
El hombre le pegó una patada al instrumento y lo tiró al suelo. “Pedazo de mierda flotante,” dijo él. “Canta.”
Preparado para improvisar, Cam descubrió que la canción de Lilith, la primera que le había oído cantar, salió de sus labios. Ella le había robado el corazón, pensó. Ahora él le robaría su canción.

“Donde el amor me estimule,
debo mis rimas, mis rimas…”

El hombre entrecerró los ojos, impresionado. La melodía que tocaba en su lira complementaba perfectamente las letras de Lilith. Le entregó la jarra a Cam.
“Te enseñaré, y tú te quedarás conmigo.” Envolvió su brazo alrededor de Cam. “Ahora,” dijo el hombre, conduciendo a Cam hacia la entrada de su cueva, “¿realmente puedes volar?”
Cam retrocedió en la noche. Estaba a punto de soltar sus alas cuando una sombra se movió detrás del arbusto del desierto.
¿Lilith? ¿Estaba soñando?
Ella todavía llevaba puesto su vestido de novia. Ya estaba sucio, verde con musgo y goteando con agua de mar. Se aferraba firmemente a su cuerpo. Su cabello era salvaje y húmedo, arrastrándose a mitad de su espalda, y su piel lucía pálida y brillante a la luz de la luna. Ella le miró a los ojos, luego a su pecho desnudo, luego a sus manos, como si pudiera ver cuánto le dolían por  sostenerla.
Pero Cam y Lilith no se abrazaron. Se enfrentaron como extraños.
“Hola, Cam,” dijo ella.
Cam retrocedió. “¿Por qué estás aquí?”
Lilith frunció el ceño ante la pregunta. Respiró y trató de formar las palabras por las que había llegado tan lejos. Cuando habló, miró el cielo para que no tuviera que ver la forma en que sus ojos se nublaban al verla.
“La noche que te fuiste, soñé que les enseñaba a una bandada de ruiseñores una canción de amor, para que pudieran encontrarte y cantarte para que volvieras a casa, a mí. Ahora soy el ruiseñor que ha viajado todo este camino. Aún te quiero, Cam. Vuelve a mí.”
“No.”
Ella le miró a los ojos. “¿Alguna vez me has amado, o sólo has estado de paso?"
“Tú me has rechazado.”
¿Qué?
“¡Te negaste a casarte conmigo!”
“Me negué a casarme en el río,” insistió Lilith. “¡Nunca me negué a casarme contigo!”
Desde que vio por última vez a Lilith, Cam se había unido a las filas de Lucifer. Si hubiera tenido miedo de mostrarle a Lilith su verdadero yo antes, era imposible hacerlo ahora. No. No había pasado. No había Lilith.
Sólo estaba su futuro él solo.
“Tú destruiste nuestro amor,” le dijo Cam. “Ahora me quedo en ruinas.”
Había una sensación de urgencia en los ojos de Lilith que Cam no entendía. Estaba nerviosa, temblando. “Cam, por favor…”
La parte de atrás de los hombros de Cam ardían, deseosas de soltar sus alas. Durante semanas se las había ocultado a Lilith. Para protegerla, se había dicho a sí mismo.
No podía mirarla, para ver cuánto estaba sufriendo ella. Él era un demonio. Era peligroso para Lilith. Cualquier amabilidad que él le mostrase la atraería hacia la oscuridad.
“Este es la última vez que me verás,” dijo él. “Nunca sabrás quién soy de verdad.”
“Sé quién eres,” gritó ella. “Tú eres a quien amo.”
“Te equivocas.”
“¿Todavía me quieres?”
“Adiós, Lilith.”
“¡No!” le suplicó ella, los sollozos ahogaban su voz. “Todavía te quiero. Si te vas…”
“Ya me he ido,” dijo Cam, se volvió y corrió por la montaña, fuera de su vista. Echó la cabeza hacia atrás y soltó sus cegadoras y doradas alas. Observó la luz que brillaba a su alrededor. Volaría hasta que su corazón ya no le doliera. Volaría para siempre si tenía que hacerlo.
Voló rápido y nunca miró atrás, así que nunca vio a Lucifer salir de las sombras y tomar la mano de Lilith.
Lilith miró la mano pálida y pecosa en la suya. Su respiración se hizo superficial. “Se ha ido,” jadeó ella. “Lo dejé todo. Para nada.”
“Vamos,” dijo el diablo. “Mantuve mi parte del trato. Es hora de que hagas la tuya.”

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