jueves, 9 de abril de 2015

CAPÍTULO 19

Jilguero

Q y Suzette se fueron.
Sin ninguna mirada y sin ninguna palabra, Q me dio la espalda y salió de mi vida.
Me dolían las piernas, pero no era nada comparado con la angustia paralizante.
Yo sería feliz. ¡Brax estaba vivo! Pero yo estaba muerta para mi maestro y no sabía lo que él futuro me deparaba. La policía le arrestaría. Me llevarían de vuelta a Australia, y me devolverían a una vida falsa, una vida que ya no quería.
No sabía cuánto tiempo había pasado, pero había un charco de lágrimas en el suelo de mármol debajo de mí.
Tú has hecho esto. Tú corriste porque sabías que no era correcto. Q no estaba bien. Traté de convencerme a mí misma, para abrazar mi libertad, y dejar esta casa donde sucedieron tantas cosas malas, pero no podía reunir la energía.
Tropezando con mis pies, me estremecí. Las aves estaban en silencio y el mundo de las plantas estaba en silencio haciendo que pareciera que era la única viva ahí. Nadie me quería. Mis problemas crecieron, inundándome con miseria.
Aturdida, caminé desde el jardín, a través de la sala de fotografía, y por el largo pasillo. Cada paso se sentía como si me dirigía a la soga del verdugo. No quería volver a ver a Suzette de nuevo, no podía enfrentar su furia y sus lágrimas. Ella amaba a Q y yo lo había condenado a la cárcel. No me volvería a llamar Ami de nuevo.
No quería que Q fuera a la cárcel. Él era muchas cosas, pero no se merecía lo que le hice. Podía haberme roto, podía haberme violado como el bruto, pero nunca lo hizo. Luchó contra sus deseos para garantizar que permaneciera entera y fuerte. Él sacrificó todo por una humilde esclava.
Mi estómago se encogió y me doblé por la mitad. ¿Qué he hecho? Me había desalojado a mí misma de una casa que quería, a un mundo que no me quería. Volver a ver a un hombre que nunca podría darme lo que necesitaba. Volver a una media existencia.
Las lágrimas se deslizaron por mi cara. Huir había sido un desastre. La ira estalló hacia Franco. Esto era todo culpa suya. Si me hubiera vigilado mejor, nunca habría podido irme. Él debería haberme sorprendido, antes de haber arruinado tantas vidas.
Mis pensamientos fueron hacia Brax. La culpa me envolvió. ¿Cómo habían sido los últimos meses para él? Debería odiarme por romper mi promesa, le dije que nunca me iba a ir, pero lo hice. La primera vez no fue por propia voluntad, pero la segunda sí.
Las imágenes de Brax, me angustiaron y me rompieron el corazón. Mi cerebro se negaba a cortocircuitarse pensando en él.
Q se consumió una vez más, me deslicé por la pared, y envolví los brazos alrededor de las rodillas. ¿Qué pasaba si la policía se lo llevaba ya bajo custodia? Nunca le volvería a ver. Oh, dios. ¿Me llevarían a declarar? No podía. Yo no.
Sin duda, me odiaría por toda la eternidad, y él desearía que el bruto me hubiera matado y enterrado debajo de las patatas.
Mi corazón murió.
Quería todo de él. Quería la dominación. El enfado. Pero también quería amor. Necesitaba la conexión que me ofrecía hace apenas media hora. Un breve vistazo a su lado más suave, un lado que quería desesperadamente conocer. Soy una chica estúpida, muy estúpida.

Esclave. ¿Qué haces en el suelo?” Franco apareció con su brillante traje negro, y se puso en cuclillas delante de mí.
No podía mirarlo a los ojos. Él también estaría implicado. ¿Por qué la policía no los había reunido a todos? No había escuchado ni sirenas ni gritos. Suzette me dijo que sólo una orden había servido... tal vez... tal vez, ¿no hicieron nada?
Franco me dio unas palmaditas en el hombro, sus ojos de color esmeralda estaban tristes. “Te arrepientes de haberte ido, ¿no?”
Aspiré un sollozo, envolviendo los brazos con más fuerza. Franco había sido más que agradable conmigo. Fue estricto cuando llegué por primera vez, pero agradable de todos modos. Su fachada dura escondía un hombre que quería a su jefe por razones que estaba empenzando a entender.
Suspiró, y me quitó los rizos húmedos de las lágrimas de la mejilla. “Está bien. No es el fin del mundo.”
Negué con la cabeza.Es el fin del mundo. Mi mundo. El mundo de mi maestro. Tu mundo. Todo está roto.”
“¿Es eso lo que estabas haciendo? ¿Cuando me enteré de que estabas en el café? ¿Estabas llamando a la policía?” Me preguntó, sin atisbo de ira, sólo curiosidad.
Respiré con fuerza. “No. Llamé a mi novio. Yo iba a llamar a la policía, pero tú me encontraste.”
Se puso tenso. “Por lo tanto, ¿tú no has llamado directamente?” La luz brillaba en su mirada. La culpa me presionaba cada vez más. Él quería creer que yo no había traicionado a Q, que no los había traicionado a ellos.
Susurré, “Le dejé un mensaje al contestador de mi novio con el nombre de Q.” Le miré a los ojos con dificultad. “Yo iba a llamar a la policía, Franco. No dudaba de mi desesperación para correr.” Pero incluso en mi desesperación, estaba en conflicto. Me acurruqué en una pequeña bola, metiendo la cabeza en mis brazos.
Franco se levantó, tirándome del codo, así que no tuve más remedio que levantarme. “Puedes solucionar este problema.” Me dijo mientras me tiraba por el pasillo. “No es tu culpa, esclave. Hiciste lo que tenías que hacer. Y, ahora... Creo que no lo harías de nuevo, y te perdono.”
Miré hacia arriba, sorbiendo la nariz. ¿Había enviado a su amo a una vida de reclusión y me perdonó?
Me sonrió amablemente, los ojos verdes le vibraban en comparación con los humeantes ojos jade pálido de Q. “Habla con la policía. Díles que fue un error. Que puedes reparar el daño que has causado.”
La idea ardió con esperanza al rojo vivo; me lancé sobre él, agarrándole en un abrazo. “¿Por qué no había pensado en eso?”
Franco se rio entre dientes, alejándome, incómodo. “Estás tratando con mucho, pero ahora…”
No dejé que Franco terminara. Yo era la clave para salvar la vida de Q, su negocio. Había perdido mucho tiempo ya.

Volé.
Las pinturas estaban borrosas mientras corría por toda la casa. No iba a robar el sustento de Q. Mi lugar estaba a su lado. Lo había aceptado. Tenía que hacer que me perdonara y encontrar una manera de quedarme. Había metido la pata, él estaba en mal estado. Juntos, podríamos arreglarlo.
Me lancé a la sala. Estaba vacía.
Jadeante, hice una pirueta y corrí por el vestíbulo hasta la biblioteca. El vidrio ya no estaba claro, sino ocultando las personas que había dentro. No me importaba; pasé a través de las puertas.
Q levantó la mirada, sus ojos estaban nublados con el dolor. Dos detectives con ropa de civil estaban sentados frente al sofá de cuero.
Estando de pie, me sentía como una idiota, tratando de conciliar la imagen en mi cabeza de una horda de policías y Q esposado.
Las pequeñas bocanadas de humo de los cigarros languidecían el aire, mientras que el olor de brandy y licor me atormentaban. Yo no podía entender a los dos hombres mayores con bigotes, sentados, relajados y contentos, fumando como si estuvieran allí para una charla después de la cena, en lugar de un cargo de secuestro.
Q tenía una copa de cristal con un líquido ambarino chapoteando por los lados. Me observaba con los ojos entornados. Esperé a ver odio, una paralizante mirada de traición, pero no vi nada. Estaba remotamente distante, el perfecto e ilegible maestro.
Los hombres levantaron una ceja, mirándome de arriba a abajo. Se notaba que no tenían prisa; no paraban de beber y de fumar.
¿Qué diablos estaba pasando? Tenía que salvar el día, esperaba que Q estuviera golpeado y retenido, y me miraban como si yo fuera una intrusa.
Abrí la boca y rápidamente volví a cerrarla. Quería preguntarle qué estaba pasando, pero ¿qué podía decir?
Mierda, yo debería haberme inventado una historia. Estaba tan concentrada en salvar el día, como un dragón, luchando contra la princesa para salvar a mi caballero torturado, que no había considerado cómo.

El oficial que tenía un bigote fino y pesadas arrugas miró a Q, murmurando en francés, “¿Esta es la chica?”
Q apretó la mandíbula, mirándome con una mirada penetrante. Él asintió con la cabeza ligeramente. “Esta es Tess Snow, si la estás buscando.”
Mi útero se tensó al escuchar mi nombre en sus labios. Temblaba al escucharlo de nuevo. Di un paso adelante.
Q se levantó con un movimiento fluido, haciendo una mueca cuando la migraña se grabó en sus ojos. En realidad, no debería beber estando así. “Vete, señorita Snow. No eres bienvenida.”
La orden vertió sal sobre mis heridas ya doloridas. No era bienvenida.
Parpadeé mirando al otro policía. Parecía un padre tierno, y un marido cariñoso. ¿Cómo había reaccionado cuando se enteró de Q me tenía cautiva?
El hombre tormó un sorbo de licor, observando, como si Q y yo fuéramos una telenovela.
Esto no iba como yo esperaba. “Quería aclarar algunas cosas, para que quede constancia. En caso de que tengan una idea equivocada,” murmuré, haciendo caso omiso de cómo me miraba Q.
Los policías se miraron, y luego se encogieron de hombros. El del bigote gordo se deslizó hacia delante, el cuero crujió bajo su peso. Dejó el vaso y el cigarro en un cenicero de cristal, y dijo, “¿Qué te gustaría aclarar, señorita Snow?”
Luché contra la tentación de mirar a Q. Levanté la cabeza y dije, “Si me puedes informar de por qué estáis aquí, puedo haceros saber la verdad.” De ninguna manera iba a decirle cosas que ellos no sabían.
El del bigote gordo asintió con una sonrisa irónica. “Muy bien.” Cogió una libreta del bolsillo del pecho y la abrió. “Estamos aquí porque la policía federal australiana se ha puesto en contacto con nosotros acerca de una mujer desaparecida que se parece a su descripción. A ellos les avisó Braxton Cliffingstone de su secuestro en México.”
El oficial del bigote fino habló. “Él dio pruebas detalladas de cómo le golpearon y cuando volvió en sí, te habías ido. Él también nos enseñó el mensaje que le dejaste, lo que implicaba al señor Mercer en tu desaparición. Como te puedes imaginar, hasta ese punto, el señor Cliffingstone estaba increíblemente molesto, pensaba que estabas muerta.”
El del bigote gordo saltó. “Estará aliviado al saber que estarás viva y bien.”

Los dedos de Q se apretaron alrededor del vaso. No apartaba los ojos de mí, estremeciéndose con el nombre de Brax.
La policía dejó de existir, la biblioteca parecía más pequeña, atrapándome sólo Q y yo en nuestro propio mundo privado. Su poder me alcanzaba, con el rostro duro y severo, sus ojos estaban furiosos por la emoción. Me observó, no con traición ni odio, sino con soledad y comprensión.
Mis manos se cerraron, luchando contra el impulso de arrojarme a sus pies. Insluso sufría dolor de cabeza, Q vibraba con autoridad y sentimiento. Vislumbré lo mucho que yo significaba para él.
Su cuerpo llamaba al mío y como la esclava obediente que era, fui. Q se sacudió cuando le toqué los dedos, envolviéndolos con los suyos. Se abrieron sus fosas nasales, mirando por encima del hombro a los dos policías que estaban observándonos con duda.
Pero no me importaba. Tenían que ver lo que existía entre Q y yo. Ellos no podían entenderlo, mierda, yo tampoco lo entendía, pero vibraba en el espacio.
Los dedos de Q se elevaron desde el cristal, capturando los míos en un movimiento brusco. Me quemaba la piel; me quedé sin aliento, mirándole profundamente a los ojos claros.
Se enderezó y se puso junto a la chimenea. Mi corazón se aceleró, odiando su retirada. La desesperación reemplazó mi deseo y asentí con la cabeza. Me había dejado ir.
Odiaba a la policía por haber arruinado mi nueva existencia. Odiaba a Brax por finalmente encontrarme. Me odiaba a mí misma por ser demasiado débil.

Hablé en voz alta y verdadera. “Soy Tess Snow, y me secuestraron en México. Pero este hombre…” señalé a Q, “Q Mercer y su ama de llaves me rescataron y me mantuvieron a salvo. Me alojé aquí por voluntad propia. El mensaje que dejé al señor Cliffingstone fue un error. Él lo entendió mal.”
Me sentí mal al mentir sobre Brax, pero yo estaba concentrada sólo en Q, centrándome en reparar lo irreparable.
El del bigote gordo se puso de pie, asintiendo con la cabeza. “Gracias por la aclaración, señorita Snow. Pero ahora, tenemos que hablar sólo con Quincy.”
Quincy.

Quincy.
Mis ojos fueron hacia Q. Yo sabía su nombre.
Lo miré con tanto anhelo... sus labios estaban entreabiertos.
Algo se arqueó, se desató y se rompió entre nosotros. No podía respirar. Acepté todo lo que me dijó antes sobre poseerme.
Quería que me poseyera. Quincy quería compartir partes de su vida conmigo. Era Quincy quien habló sobre su negocio, fue Q quien me ordenó que se la chupara.
Lo quería tanto. Oh, dios, cómo lo quería tanto.
Las imágenes de Q tras las rejas, con nadie para alimentar su pajarera de aves, se estrelló contra mí. Casi me desmayé de rodillas para pedir perdón.

Cada emoción me ponía en carne viva; empezaron a caer las lágrimas. “Por favor, no arresten a Q... Quincy. Él no hizo nada malo.”

Entonces, huí.


2 comentarios:

  1. gracias por el capi, me muero por el otro :)

    Pd: el libro Beautiful Begginig de Christina Lauren ya fue traducido por el foro Charlando de Libros. Para que lo saques de la lista de votación de tu proximo libro para traducir

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