miércoles, 15 de abril de 2015

CAPÍTULO 20

Tern

Di vueltas en la cama, aterrorizada de lo que traería la mañana siguiente. Después de correr como una cobarde, traté de espiar, pero las voces no llegaban hasta la escalera. Lo desconocido me perseguía y no podía quitar la imagen de mi mente de Q en una celda. Miré el reloj; mi corazón tartamudeó como un objeto defectuoso. 02:14 a.m. Nadie había venido a por mí. No había ruido de alguna señal de que Q había sido retirado por la fuerza de su casa. ¿Iba a sobornarlos para que cambiaran de opinión? Esperaba más allá de la esperanza que todo esto volara lejos, y que la vida continuara. Si no fuera así, me aferraría a la pata de la cama y me negaría a irme. Yo no quería volver a ver a Brax o a unos padres a quienes no le importaba.
No sabía cómo funcionaba. ¿No exploraban la casa? ¿Cómo es que nadie exploró? No tenía sentido. Todavía estaba en la casa del hombre, al que Brax acusó de que me mantenía prisionera. De alguna manera, Q no podía ser arrestado. Él era más poderoso de lo que pensaba. Era una cosa desconocida.
A las dos y media, me di por vencida, no podía dormir. Cogí el bloc de dibujo, que me había dado Q, de la mesita de noche, y encendí la lámpara. Con un apretón doloroso en mi pecho, abrí páginas frescas y cogí un carboncillo. Mis dedos giraron el lápiz como un viejo amigo, pero me senté mirando el papel, perdida. Había tantas cosas que luchaban por conseguir espacio en mi interior. Quería correr, pelear o gritar. Quería pedirle disculpas a Q, y luego gritarle por hacerme sentir tantas cosas. Dibujar era mi salida, y quería plasmarlo todo en la página.
Poco a poco, mi mano emplumó trazos rápidos, seguido de toques más pesados, aquí y allá. Mientras trabajaba, recordé la liberación que me daba dibujar. Estaba calmada y relajada, ayudaba a calmar mi mente sobrecargada. Siguiendo las líneas y contornos de edificios de memoria, desaparecí en el terreno de la propiedad y de la arquitectura, encontrando un bendecido silencio entre la preocupación y la lujuria.
Fruncí el ceño mientras cometí un error, pero seguí adelante. Prefería bosquejar una fotografía o directamente en frente de un edificio, el sol en mi cara y el mundo zumbando alrededor. Sentada en la cama, esperando oír mi destino, hice un boceto de la mansión de Q. Dibujé su casa en el bloc que me regaló. Su gesto me agarraba el corazón; palpitaba por él. Por favor,no lo detengáis. Mi incierto futuro trataba de robar el oasis de calma y suspiré. ¿Suzette se había ido? No la había visto desde que entró de repente. Me estremecí al pensar que me habría pegado si Q no la hubiera detenido.
La noche se convirtió en mañana, sin embargo, no apagué la luz. Me acurruqué, dibujando como si el mundo se fuera a desmoronar si no lo hacía. La mansión pastel de Q cobró vida. Añadí apliques y yesería debajo de las amplias ventanas, capturando las rojas mejillas de querubines y compleja arquitectura. Normalmente, mi pasión radicaba en líneas nítidas de hormigón y acero, no de una mansión histórica, pero el dibujo sería uno de los mejores. Deseé poder dibujar seres humanos. Capturar la cara de Q en la página, su dureza, su postura. Pero nada, ni siquiera una fotografía perfecta capturaría la esencia de Q. Q era vibrante. Q era único. Q irradiaba... cuando Quincy se volvía humano. Yo no quería un humano. Quería a mi maestro. Un amante que me dominara.
El agotamiento peleaba con la tristeza, y me hundí más profundamente en las almohadas. Me quedé dormida con la almohadilla en mi regazo, y las manos manchadas de carbón ahuecando una mejilla.

* * * * *

Esclave. Quiero decir... Tess.” Mi corazón se catapultó, bombeando sangre. Bruto. Conductor. Manos. Polla. Dolor. Pesadillas destrozadas, dejándome sin aliento, robando mi miedo. Una mano se posó en mi hombro, caliente y pesada. Me quebré. Gritando, golpeé, conectando con algo sólido. El dolor ardía en mi muñeca y me tiraba verticalmente, aullando. “¿Qué carajo?” La expresión de un hombre llenó la noche, el silencio. El olor a cítricos me golpeó, con el hedor de bourbon y brandy. Q se tambaleó hacia atrás. Merde. No tienes qque jodidamente maldecirme,” dijo Q arrastrando las palabras, frotándose el pecho, subiendo borracho a la cama. Dios mío. Q.
Mi cuerpo se calentaba, incluso cuando mi mente me decía que tuviera cuidado. Él gruñó, balanceándose hacia el colchón otra vez, casi cayendo encima. Diablos, mi amo estaba ebrio. Yo sabía que él no debía beber con su migraña. Sus hombros estaban caídos, en lugar de rectos y orgullosos, sus ojos acristalados y acuosos. ¿No me digas que él ha estado bebiendo con la policía todo este tiempo? Me senté, empujando las sábanas y saliendo de la cama. Q parpadeó, sacudiendo la cabeza. Tropezó, agarrando un poste de la cama. Me acerqué a él con cautela, con las manos en señal de rendición y el corazón enrollándose.
“Q... métete en la cama, antes de que te caigas.”
Él se rio. Literalmente se rio como un niño pequeño. “Tratas de aprovecharte de mi estado de  intoxicación, esclave?” Su acento francés se engrosaba, arrastrando las palabras. Tuve problemas para entenderle.
Me acerqué, y mi paladar atrapó el olor a alcohol. Se deslizó hacia atrás y se balanceó como una torre humana. Por el amor de Dios, ¿cuánto había bebido? Me lancé hacia delante y lo cogí, apoyándole con un hombro. El olor alcohólico hormigueó mis sentidos. Juro que estaba bien con eso. ¿O era su cuerpo caliente, duro, pecaminoso, presionado contra el mío? ¿O el olor almizclado de profundo After shave y sándalo?
Mi estómago se retorció mientras Q se apoyaba pesadamente, volviendo la cabeza para oler mi pelo. Suspiró. “Huele tan bien. Tan jodidamente bien. Como la lluvia... no, no, como la nieve. Intensa, fresca, helada, fría y... y dolorosa.” Cerró los ojos, voz se convirtió en un susurro. “Amas causando dolor.”
Mi corazón se detuvo. ¿Le hice daño? Era completamente al revés. Nunca sufrí tanto desde que me poseía. Ojos brillaron a los míos, arremolinándose de licor y persistente dolor de cabeza. “Eso es lo que eres. Dolorosa.” Él se golpeó el pecho. “Dolorosa para mí.” Cerrando los ojos otra vez, frunció el ceño y tragó. Era Incapaz de hacer frente al remolino de sentimientos que tenía dentro, lo empujé hacia la cama. “Siéntate antes de que te caigas,” Respirando con dificultad, ayudé a bajarlo hasta que se acostó.

Él gimió, agarrando mi antebrazo cuando me aparté. Su agarre era una trampa mortal, y yo no tuve más remedio que sentarme a su lado, dejándole que me envolviera, sus calientes dedos fuertes alrededor del código de barras de mi muñeca. Estando cerca, con vacilación, corrí mis dedos a través de su pelo corto, disfrutando una vez más de ser capaz de tocarlo. Pensé que no volvería a verlo otra vez, estar a solas con él de nuevo. El hecho de que él no recordara visitarme en la mañana no importaba. Él estaba aquí. Ahora. En este espacio de tiempo, antes de que saliera el sol, era todo mío.

Él se calmó, ronroneando debajo de mi tacto suave. Desapareció la tristeza mientras me daba cuenta de que estaba a punto de dormirse. Tanto para tenerlo para mí. Él vino a gobernar mi cama y me dejó fuera en el frío. Su respiración se estableció, incluso bajó; me alejé distancia. Estaba dormido. En el momento en que me movía, sus dedos se apretaban en mi muñeca. “Snow. Snow. Tu nombre después del invierno... mi temporada favorita.” Me quedé helada. Habló sin tapujos. Voz más clara, pero todavía perdido en el alcohol.
“¿Por qué te gusta el invierno?” le susurré, con tanto miedo de que él pudiera caer en coma antes de contestar.
“La temporada donde todo muere, pero renace mejor que nunca.” Sus ojos se dilataron, alzándose a sí mismo en el codo, haciendo una mueca. “Eso es lo que yo hago, lo sabes. Soy un invierno.” No tenía ni idea de lo que quería decir, pero me quedé lo más silenciosa posible. Por favor, sigue hablando. Una extraña luz llenó sus ojos claros. “cincuenta y siete,” murmuró.
Los latidos del corazón se me aceleraron. De alguna manera, sabía que Q estaba a punto de abrirse. Él había bajado la guardia, lo que me permitía vislumbrar en su interior. Me lancé a modo de interrogación. Tratando de no mirar demasiado interesada, uní mis dedos con los suyos, acariciándolos muy suavemente. “¿Cincuenta y siete qué, maestro?” Sus ojos se cerraron y gimió, balanceándose hacia mi toque. Entonces sus labios temblaron y él se apartó. “Maestro mo. Odio jodidamente esa palabra.” Apretando la mandíbula, libró una guerra en su interior. Sus ardientes ojos jades me atraparon y no podía moverme. Su mirada borracha lo robó otra vez; suspiró con el peso del mundo. “No es cierto. Amo esa palabra cuando yo soy tu maestro. Me encanta lastimarte, follarte, jugar juegos de la mente contigo. Me hace como él.” Q apretó su puño, y grité cuando él se dio puñetazos fuertes en el pecho. “Estoy enfermo. Nada más que malas vidas dentro.” Él me agarrçp, arrastrándome cerca, casi presionando su nariz contra la mía. “Pero tú viniste, y me hiciste aceptar la oscuridad.”
No sabía lo que quería decir. No me gustaba la rabia y ese extraño brillo en sus ojos. Me sentí perdida y rompible. Tragando, cambié de tema. “¿Por qué cincuenta y siete? ¿Qué representa ese número?” Q se rio oscuramente. “Chicas, por supuesto. Cincuenta y siete pequeños pajaritos congelé en mis heladas de invierno y deshielo.”
¿Chicas? ¿Era dueño y vivió con cincuenta y siete chicas antes de mí? Me puse celosa, y me congele. ¿Qué coño significaba eso? Mi cerebro se hirió. Las metáforas de Q borracho no tenían sentido. Nadie podía tener cincuenta y siete mujeres. Era monstruoso. Quería darle una bofetada. “¿Has sido propietario de cincuenta y siete mujeres?” Él asintió con la cabeza, como si tuviera mucho sentido. “Cincuenta y siete.”
Un dedo conectó con mis pechos, grabando, dejando marca. “Eres la cincuenta y ocho.” Sus ojos me miraron el pecho y ahuecó mi carne con fiereza. “La número cincuenta y ocho, que arruinó mi vida.” Golpeé su mano lejos.
“¿Yo he arruinado tu vida?” Me consumió la rabia feroz, mezclado con celos, ahogándose en la angustia nerviosa. Mi corazón se negó a dejar de golpear a un billón de pulsaciones por minuto.
“¿Has dormido con cincuenta y siete esclavas y tienes la audacia de cuestionar con cuántos hombres he estado yo? Eres un puto hipócrita.” Me quité de la cama, enredando los dedos en mi pelo, infligiendo dolor para detener la agonía aplastante de la verdad. “No tienes idea de lo jodido que me has hecho.”
Q arrojó sus largas piernas de la cama, poniéndose de pie. Él rápidamente se dejó caer, sosteniendo su cabeza. “Deja de chillar, esclave. Ven aquí.” Siguió con la cabeza inclinada, pero una mano tendida, esperando que obedeciera. No esta vez. Había llegado a mi límite. Aceché y le golpeé. “Tenía razón al llamar a la policía. Eres un hijo de puta.” El oxígeno se quebró con la tensión mientras Q miraba a través de los párpados pesados. Sus dientes apretados y el borracho descuidado se transformó en borracho enojado. En un flash, Q se puso de pie, me recogió y me tiró en la cama. Grité mientras se desplomaba encima, sujetándome al colchón.
Él gruñó, “¿Soy un hijo de puta? ¿No es eso un requisito para ser un maestro? ¿Ser cruel y inaccesible?” Él trazó mi oído con su lengua, amarrándome en brandy. “Me encanta tratarte sucio. Me pone jodidamente duro.” Q arrastró su furiosa polla caliente contra mis pantalones cortos de noche. “¿Puedes sentir eso, esclave? ¿Ves lo que me haces al pelear, al desafiarme? Estoy caminando duro necesitando castigarte, follarte, recordarte que tu lugar está debajo de mí para tomar mi corrida y darle la bienvenida a la palma de mi mano.” Me empujó de nuevo, una sombra salvaje en el rostro. "Cada momento contigo en mi casa es deliciosa y jodida tortura. Cada vez que te veo, deseo hacer que tu piel arda con dolor, tu respiración entrecortada de placer. Quiero hacer todo lo que yo no debería querer hacer. ¿Lo entiendes? Causas dolor inconmensurable mientras avivas la enfermedad en mí.”
Mi mente se arremolinó con cada palabra; intenté empujarlo. Mis brazos eran débiles y temblorosos, mi cuerpo estaba mojado y necesitado. La negrura en su tono caliente, emocionado, rechazado, aterrorizado. No tenía ningún sentido, pero todo, saltó a una híper-conciencia. Quería arañar sus ojos para arrastrar más ira de él por alguna razón absurda.
Mi núcleo ondulado, necesitando ser tomado con violencia, así como mi mente se rebelaba contra el pensamiento de él estando con tantas otras.
“Quítate de encima.” Su respuesta fue besarme. Su lengua se lanzó más allá de mis labios, empujando, alegando con cada golpe enojado. Me revolví, pero no sirvió de nada. Mientras él me sofocaba con gusto, pinchó mis muñecas por encima de mi cabeza, respirando duro. Mordiendo mi labio inferior, se apartó. “¿Por qué no quieres que sepa tu nombre?” El cambio repentino de la ira a la inquisición me dejó tambaleando. Apreté los labios, deslumbrante.
El mal genio brillaba en su rostro, y me dio un beso tan duro, que grité de dolor. Q tomó ventaja de mi boca abierta, hundiendo su lengua profundamente, casi ahogándome con ferocidad. Cuando por fin me dejó respirar, me mordió el cuello y negó con la cabeza como un león con la presa. Mi piel picó y grité cuando los dientes perforaron mi piel.
“¡Maldición!” Me resistí; él se rio. Su lengua me lamió la herida, me escocía la saliva con licor. Apreté los ojos y simplemente me quedé allí. “¿Por qué eres tan cruel?” Lágrimas presionando y mis emociones turbulentas cambiaron de la lujuria al odio lujurioso. “Me hubiera gustado que la policía te hubiera arrestado.” Yo nunca podría hacer saber a mi mente cual sentimiento era cierto cuando llegó Q. Un momento, pensé que podría ser capaz de darle lo que necesitaba, ser su esclava si tenía algo más a cambio, otras veces, lo quería muerto.
Él se echó hacia atrás, mirándome con temperamento y remordimiento. Mi corazón tartamudeó, luego corrió erráticamente. Estaba lleno de personalidades esta noche; yo no podía mantener el ritmo. Q murmuró, Tu ne peut pas être la mienne, mais je suis en train de devenir le vôtre.” Mi estómago se retorció, llenando con espumosas burbujas. Nuestros ojos se encontraron y no podía alejar la mirada. Q rozó los labios contra los míos siempre tan dulcemente, repitiendo en inglés, obligándome a tragarme las palabras. “Puede que tú no seas mía, pero yo rápidamente me convierto en tuyo.”
El tiempo se congeló. Su confesión me ató, robó mi mente. Su estado de embriaguez me dejó ver la profundidad de sus sentimientos. El tiempo comenzó de nuevo, brillando con nuevas posibilidades. Mi cuerpo ya no era mío, le pertenecía a Q. Todo pertenecía a Q.
“Maldita sea, no juegas limpio.” Le susurré, rozando lejos una lágrima que tenía la audacia de fugarse. Q rodó, apoyándose en el codo. Un dedo trazó mi pezón a través de la camiseta delgada. Su profundo acento francés retumbó, Esclave… no puedo... No lo haré…” dijo arrastrando arrastrando las palabras.
Mi mano se extendió por propia iniciativa a su mejilla. La piel fría y húmeda me quemaba debajo de la punta de los dedos. Se inclinó hacia mí como si  fuera una línea de vida.
Murmuré, “¿Qué necesitas, maestro?” Mi cuerpo lo sabía. Lo había sabido todo el tiempo. Q había luchado más batallas que yo y después de sus locos desvaríos de borracho, empecé a entender cuán profundo fue. Lo mucho que sufrió. “Dime. Cualquier cosa que quieras.”
“Yo lo maté. Lo maté por hacer cosas a chicas que desesperadamente quería hacerte a ti.” Se sentó en sus rodillas, confuso por el alcohol, pero aún centrado, consciente.
Él contuvo el aliento. “Déjame tener una noche en la que pueda hacer lo que quiera. Entrégate a mí por completo, sin discutir, pelear. Conviértete en una esclava perfecta.” Bajó la voz, palpitando con intensidad “Para mí.”
En su petición, vi negra necesidad, necesidad tan extrema que eclipsó mi lujuria haciéndola parecer como un flechazo en vez de una historia de amor violenta. “No eres sólo una posesión, esclave. Yo podría forzarte a hacer esto, pero no quiero.”
Frotó un pulgar inestable a lo largo de mi labio inferior. “Te estoy dando una opción.” La conexión entre nosotros se fortaleció, alargándose. Al darme la elección, mostró que le importaba tanto como el deseo de destruir. El resto del mundo dejó de existir. La policía no importaba. Brax no importaba. Q y yo nos convertimos en una galaxia, y yo estaba deleitada con el regalo que estaba a punto de darle. El regalo que estaba a punto de darme a mí misma.
Caí de la cama y me puse de rodillas. Inclinándome, separé mis piernas como las imágenes que había visto de una sumisa ante su amo. Me incliné aún más; el pelo caía como cortina en mi cara mientras le susurraba, Je suis à toim (soy tuya), cógeme maestro, actúa como en tus fantasías, hiéreme, oblígame. Hazme tuya.” Cada palabra que pronunciaba encendía un poder en mi interior como ninguna otra. El hecho de haberme entregado a él voluntariamente, para hacer lo que él quisiera, desbloqueó nuevas dimensiones que había sido demasiado cobarde para visitar. Necesitaba esto tanto como él lo hacía.
Q se desplegó a sí mismo de la cama, posicionándose delante de mí. Su respiración se hizo más dura y gruesa, bombeando su pecho por el esfuerzo. Él acarició mi cabello antes de empuñarlo, tirando a mis ojos para encontrarse con los suyos. Todo en él ardía: ojos, boca, cuerpo. Yo podría haberme corrido sólo con las feromonas que se dispararon al aire. “Has hecho tu elección. No puedes retractarte. Tomo tu oferta, esclave.”
Él me tiró a posición vertical cogiéndome por el pelo. Mi cuero cabelludo gritó, y me estremecí, sosteniendo sus manos. Cuando me levanté, él dijo: “Puedes gritar. Puedes llorar. Pero te doy mi promesa que me detendré si dices la palabra de seguridad.”
“¿Cuál es la palabra de seguridad?” No necesitaba preguntar. Sonreí torcidamente.
Juntos murmuramos, “Gorrión.” Con otra mirada, quemando mi alma, firmando nuestro acuerdo. Q se hinchó de dominio y me quemé con el poder de mí misma. Un poder que no tenía un nombre. Un poder sobre Q.
“Tú eres mía esta noche.” Q me besó en la mejilla.
“Sí,” suspiré, y justo igual que eso me convertí en la puta de Q. Su cariñosa, dispuesta, deseosa putita.

Q vibró con sexualidad desenfrenada mientras me agarró la mano y me arrastró de la habitación. Yo seguí a mi maestro borracho hacia abajo por el rico corredor y un conjunto de escaleras privadas sólo visibles detrás de un panel de la pared.
Pasos circulares llevaron arriba y arriba, hasta que Q sacó una llave del bolsillo y abrió una puerta con cerradura medieval. Prácticamente me tiró en el interior, antes de cerrar de golpe, y bloquear con la misma clave. Mis ojos se abrieron mientras miraba la habitación cilíndrica. Hubiera sido una torre, si las ampliaciones no hubieran evolucionado la casa en los últimos años y escondiéndolo de la vista. Apestaba a masculinidad, a matiz oscuro enviando caliente necesidad a través de mis venas. Una masiva alfombra blanca descansaba frente a una chimenea descomunal. Era tan grande, que podría haberme metido dentro y no alcanzaría a tocar arriba. Armas y pinturas antiguas cubrían las paredes, además de una cama de tres veces el tamaño de cualquier otra. El dominio de Q.
La decoración gritaba cazador; una apreciación de su voluntad, deseos de devastación y ruina. La enorme habitación anunciaba lo mucho que amaba controlar y dominar. Él me llevó aquí a hacer todo lo que quisiera. ¿Cuántas otras chicas habían estado en su espacio? Fruncí el ceño, haciendo caso omiso de esos pensamientos. Esta noche se trataba sobre Q y yo. El pasado y el futuro no pertenecían a este presente exquisito. Situado al final de la negra, monstruosa y codiciada cama había un espejo. Salpicado de remaches de plata, reflejó mi pelo liado y mi forma temblorosa. Mi corazón corrió absorbiendo tanto a la vez. Q se acercó por detrás y golpeó mi culo. “Ponte en el centro de la habitación.” El olor de alcohol me advirtió que las inhibiciones de Q habían desaparecido por completo. Tal vez no debería haber acordado hasta que estuviera sobrio.
Cuando no me moví, Q me agarró la garganta, enviando arcos de temor y miseria a través de mí. “Obedece, esclave.” Me soltó y me llevó al centro de la habitación. Mis pies se hundían en las gruesas, blancas y plateadas hebras de la alfombra. De frente a la magnífica chimenea, me di cuenta de las esculturas de zorros cazados por perros y venados empalados en clavos. A primera vista, era bonito y fantasioso. Pero cuando se observaban, te retorcías con el hambre de matar y mutilar. Una astilla de terror corrió por mi espalda; miré hacia atrás, hacia Q. Estaba de pie junto a la pared, tirando de una palanca.

Un tintineo sonó desde arriba, y estiré mi cuello mientras descendían unas cadenas con esposas. Mi garganta se cerró. Quería dominarme como lo había hecho en la sala del gorrión. El pánico se encendió, volviendo la sangre caliente en una volcánica erupción. Las calientes formas de Q presionaron detrás mío. Me estremecí mientras frotaba su erección contra mi culo. “Arriba las manos, esclave.” Estuve de acuerdo en hacer lo que quisiera, pero no tenía el coraje de pasar por esto otra vez. Todo lo que podía pensar era en el ruso y su cuchillo. Sacudiendo la cabeza, gemí, “Voy a hacer lo que sea menos esto.”
Él contuvo el aliento áspero. “¿Estás desobedeciendo?” Su tono contenía pesadillas. “Voy a castigarte si no pones tus brazos hacia arriba inmediatamente.” Me mordí el labio. La fuerza de la orden me colapsó, y poco a poco levanté los brazos. Todo en Q estaba a punto de poner toda mi mente a prueba. Me caería de cabeza en el amor o me rompería completamente. Quise que esto doliera. Quise sentir cada pulgada. Quise recordarlo para el resto de mi vida. Y si significa amarrarme otra vez, que así sea.
Quizás sustituiría los recuerdos del ruso y su cuchillo, justo como Q reemplazó el de la violación consigo y la ducha. Mis ojos revolotearon cerrados mientras Q aseguró mis muñecas en las esposas. Cuando la última hebilla estaba apretada, susurré, “Tengo una solicitud, ¿puedo maestro?”
Q presionó su cara contra mi cuello, lamiendo la mordedura que me había dado antes. “Una solicitud y no más. Habla.”
Temblé y abrí las barreras que me quedaban. Esta solicitud era para mí. Sólo para mí.
“Quiero que me llames Tess.”
Se heló, su polla con fuerza contra mí, su pecho contra mi espalda. Pasó un minuto antes de que murmurara, “¿Quieres unir tu nombre a esto? Si luchaste con tanta fuerza para esconderlo de mí.”
Asentí con la cabeza, tragando cuando meció sus caderas otra vez, haciéndome balancear adelante en las ataduras. “Lo sé. Pero quiero que me llames por mi nombre. Quiero
saber que me posees.”
Mi corazón estaba apretado y gemí ya que Q encontró mi pecho, enroscando mi pezón con tanta fuerza que hizo erupción en llamas. “Como desees, esclave. Cada vez que te llame Tess recuerda que puedo hacerte lo que quiera. Yo jodidamente te poseo.”
“Sí.”
“Después de esta noche, cada vez que diga tu nombre te mojarás para mí. No sólo poseo tu cuerpo sino que también tu identidad. ¿Lo niegas?”
“No, no lo niego. Soy tuya completamente.”
Con otra torcedura de mi pezón, Q anduvo a zancadas hacia la chimenea. Estuve de pie dócilmente en mis puños, mirando. No cargó el fuego por troncos o se lió con fósforos. Un chasquido y rugieron unas llamas de gas, inmediatamente calentaron la habitación. Q estaba enfrente de mí, pasándose las manos por su cabeza. Derramó la bruma restante, cubriéndose con soberanía. Andando con paso majestuoso, sacó unas tijeras de plata de un bolsillo. Tragué saliva y no dije una palabra cuando detuvo el aliento. Abrió las tijeras una vez y con una sonrisa apretada, agarró el dobladillo de mi camiseta y cortó.
La hoja hizo cosquillas en mi estómago, arriba entre mis pechos, hasta que se rompió y colgaba en jirones. Q apretó la mandíbula, cortando mi sujetador y pantalones cortos. Con una mirada caliente debajo de sus ojos pesados, cortó mis bragas mirando mientras caían al suelo. Me quedé desnuda, extendiendo las alas de felicidad temerosa. Recogiendo la ropa en ruinas, las echó en el fuego. El olor a quemado llenó la habitación y la lujuria borracha en el rostro de Q se magnificó en proporciones desesperadas.
Yo no podía parar lo rápido que respiraba, y odié cuando Q desapareció detrás de mí. Oí el sonidos de los cierres que se deshacían y una tapa pesada crujiendo abriéndose. Cosas tintineaban y sonaban enviando la imaginación a toda marcha. Me esforcé para mirar por encima de mi hombro, con la boca abierta por los juguetes y aparatos en el reflejo del espejo. Se hizo el silencio, salvo el silbido de las llamas; me puse más y más incómoda. Anticipación jugaba con mi mente. ¿Qué estoy haciendo? No quiero esto. No quiero el dolor y la humillación. Debo decir la palabra de seguridad y admitir que esto fue un gran error. Yo no debería estar encadenada, desnuda, permitiéndole a un hombre que hiciera lo que quisiera. Él me podía matar y no había nada que pudiera hacer para detenerlo.
Un sonido deslizándose vino de atrás, y me tensé. No quería saber lo que era. Q pasó por detrás, pasos casi en silencio sobre la alfombra.
“En vista de que te tengo en tal posición comprometedora, voy a usarlo para mi beneficio.”  Su voz estaba ronca por el pecado.
Oh Dios. Quería preguntarle a qué se refería, pero se detuvo justo detrás, a pocos metros de distancia. ¿Por qué estaba tan lejos?
“¿Cuánto tiempo has fantaseado con ser follada? ¿Torturada? ¿Usada por completo?”  Él hizo hincapié en la palabra follar; que resonó con eróticas olas en mi vientre. Tenía que ser la pregunta más gráfica que me habían hecho nunca.
Pero también era una pregunta que rogaba una mentira. No podía decirle que desde que alcancé la pubertad había anhelado algo que no conocía. Me había producido orgasmos con pensamientos de dominación y miedo. Presioné los labios, sin responder. De la nada, mi omóplato me picó con el dolor de mil abejas. El broche de presión y el chasquido de un látigo resonó por toda la habitación. Grité, sacudiéndome en las restricciones.
¡Maldición, me había azotado! El dolor irradiaba a lo largo de mi espalda, cálido, caliente, mordiendo. Mi estómago enredado con pesar. No acepté ser golpeada y abusada. Acepté para ser follada sin piedad. Las lágrimas estallaron como otra grieta y un beso de agonía aterrizó. Mi columna gritó y la humedad entre mis piernas aumentó.
“Respóndeme, Tess. ¿Por cuánto tiempo? Necesito saberlo.” Gemí, colgando mi cabeza. “Todo el tiempo. Mi mente ha estado enferma durante todo el tiempo como puedo recordar. Me horroriza. No puedo controlarlo. Arruinó mi relación con un hombre dulce, todo porque necesito ser follada, en lugar de hacer el amor.” La verdad en cascada cayó de mi lengua en un flujo transparente. “Lo necesito. Tanto que no tienes ni idea.”
Él se rio entre dientes. “Oh, me hago una idea.” El látigo golpeó de nuevo, lamiendo con agonía.
“¡Alto!” Lloré, dejando que las lágrimas corrieran libres.
“¿El látigo te pone mojada? ¿Te desespera?”
“¡Sí! Mierda, sí. Mucho.” Q rio, estaba oscuro y nervioso, y tan lleno de necesidad, que mi corazón se retorció. Necesitaba infligir dolor, no podía tomar eso de él.
El látigo golpeó de nuevo, pero en lugar de tensarme, di la bienvenida a los azotes. Mi cuerpo se fundió en aceptación y la carne se convirtió en flexible.
“Cuéntame tu fantasía oscura,” ordenó, pacífico, deslizando el látigo en suaves pasos.
Gemí, imágenes destellearon en mi cabeza de cabello empuñado, nalgadas, y vendaje. Él sabía lo que me gustaba, él lo sabía. Pero yo no sabía lo que a él gustaba. Acurruqué mis manos atadas.
“Todo lo que me haces es una fantasía. Quiero saber las tuyas. ¿Cómo de oscuro es lo que quieres? ¿Irías mucho más lejos?”
Q golpeó más abajo, dando una paliza a mi espalda baja y el culo. “No estás autorizada para hacer preguntas.” Cada golpe quemaba, pero en lugar de paralizarme con abuso, me cambió. Me convertí en un ave fénix con una llama atrás, dando la bienvenida al beso del látigo. Mi cuerpo aceptó el látigo, no en mi espalda, sino en mi núcleo. El calor retornaba a la hoguera.
“Por favor, necesito saber. Por fav…” Q detuvo los azotes.
No pensé que me respondiera, pero su aliento me besó en el cuello, susurrando: “No estás lista para escuchar el fondo de mi depravación, esclave.” Me dio en el culo con una mano firme y penetrante. Gemí. Y a pesar de que el dolor era multidimensional e igualmente lo disfrutaba y lo odiaba, traté de liberarme. No era el látigo el que estaba manteniéndome en perfecta sumisión. No podía tomar represalias. No podía retorcerme o correr. Sólo podía aceptar lo que Q me daba.
Q retrocedió, murmurando, “Tu piel es hermosa azotada, Tess, floreciendo en rosa y rojo. Creo que se necesita un poco más de colores. Tal vez un marrón profundo.” El golpe que me dio fue una segunda advertencia, antes de que un intenso aguijón abrochara mis rodillas; Giré en delirio. El latigazo detuvo la emoción. Miedo pasó por encima de nuevo. Atrás quedaban las tentadoras preguntas, esto era pura violencia.
“Esto es por llamar a la policía para que viniera a por mí.” Q batía duro. “Esto es por salir corriendo.” Otro beso agonizante. “Esto es por consumirme tanto por el pecado, que ya no puedo pensar con claridad.” Q gruñó mientras conectaba con la carne. Lloré, esperando que parara. Las quemaduras entrecruzadas desnudaron mi alma.
Q tiró el látigo a mis pies, me acunó en sus brazos. “Está bien... deja de llorar.” Su ropa raspó contra mi tierna espalda mientras me calmaba. El calor palpitante mantenía el tiempo con los latidos del corazón. Aspiré fuerte una bocanada de aire. ¿Se acabó?
“Estás jodiendo mi mente,” respiré a través de las lágrimas. La mano de Q se dirigió a mi vientre, avanzando hacia abajo hasta que me agarró.
“No, yo estoy cogiendo tu mente. Te lo dije, quiero ser el dueño de tu cuerpo, de tu corazón, de todo.” Gemí mientras rodeaba mi clítoris, mordisqueando mi oreja. “Dime. ¿Te ha gustado ser azotada?”
Empujó un dedo en mi interior sin previo aviso, los brazos me abrazaban más fuerte mientras me resistí por la sorpresa. “Dime la verdad.”
No podía pensar con claridad; murmuré: “No me gusta, pero me gustó darte lo que necesitas. Me pone húmeda saber que te haya gustado.”
“Crees que no disfrutaste... pero tu cuerpo se inclinó hacia el látigo. Escucha lo que se te está diciendo. Déjame ser tu maestro.” Q contuvo el aliento, su dedo pulsaba dentro antes retirarse. Él se llevó la mano a la boca. “Estás mojada. Tan mojada. Chupa mi dedo, Tess.”
Abrí la boca y le di la bienvenida. Mi nariz estaba tapada de tanto llorar y no podía obtener suficiente aliento, pero el sabor de los cítricos mezclados conmigo y el dolor que él me causó marcado con la lujuria. Me sacudí en su erección, en silencio suplicante. Se alejó, dejándome colgando como la cautiva que era. Q se equivocó cuando dijo que ser de su propiedad no era romántico, sexy o divertido. Nunca me había sentido así. Esta desinhibición, esta libertad. El mundo se volvió negro cuando Q fijó una venda sobre mis ojos, atándola con seguridad. Sus dedos rozaron mi cuello, se me puso la piel de gallina y escalofríos deslizándose sobre mi desnudez. Me puse demasiado caliente gracias al fuego y a la transpiración salpicando mi labio superior.
“Ahora voy a tomar el control de ti, Tess.” Asentí con la cabeza de manera irregular, el corazón me latía salvajemente fuera de control. Q agarró mi pecho con una mano y algo afilado pellizco mi pezón, deseaba poder ver lo que era. Ahuecando mi otro pecho, el peso de lo que él sujetaba colgaba con una sensación incómoda. Q murmuró,J'adore tes seins.” (Me encantan tus pechos.)
El mismo pellizco unido a mi otro pezón, enviando estrellas fugaces de necesidad a través de un vínculo invisible a mi núcleo. Palpité al mismo tiempo de la sangre que palpitaba en mis pezones y en las marcas del látigo. Gemí ya que el dolor florecía mientras corría más sangre. Q agarró la parte posterior de mi cuello, sofocando mi boca con la suya. Su lengua peleó con la mía complaciente, nuestras respiraciones se mezclaban. Gemí, emborrachándome en el sabor de él. Respirando con dificultad, dejó de besarme, y algo suave y duro bailaba junto a mi estómago. Apreté, tratando de averiguar lo que era. Odiaba la venda de los ojos y la falta de visión, se hacía todo mucho más consciente, ansioso y sensible. Q contuvo el aliento. “Cada latigazo que te doy me pone tan jodidamente duro.”
Gemí mientras el trozo de cuero estaba en mi estómago, a la derecha de mi pubis. Traté de doblarme más, pero las restricciones me mantuvieron disponible para cualquiera que fuese la tortura quehabía planeado. “¿Quieres saber todo lo que puedo hacer? Quiero sangre. Quiero que solloces a mis pies. Te quiero en putos harapos. ¿Eso te asusta?”
Otro latigazo, esta vez justo debajo de mis pechos. Mi lesión en las costillas se encendió con el dolor, y las pinzas en los pezones se sacudieron cuando me torcí, tratando de correr. No podía negar que la tensión de estar completamente a su merced hacia latir a mi coño, pero no podía entender por qué. ¿Por qué ser una sumisa me excitaba? ¿Por qué infligir dolor encendía a Q?
Mi voz era apenas audible. “Sí, me asusta. Me aterroriza deliciosamente.” Mi honestidad nos conmocionó a los dos. Respirando con dificultad, le pregunté: “¿Por qué quieres lastimarme, maître?” Q arremetió, golpeando mi mejilla con una palmada suave. No me dolió, pero las lágrimas se escurrían por debajo de la venda.
“Revoco tu permiso para hablar.” Bajé la cabeza, castigada. Supongo, no lo sabría. Q se paseaba en un círculo a mi alrededor, arrastrando el látigo sobre mi piel. “No se trata de hacerte daño, dulce Tess. Se trata de marcarte. Tu piel es pura como la nieve, y consigo marcarla.” Azotó mi culo de nuevo. Cogió otra marca del látigo y me ardió con agonía. “Es lo incorrecto, lo correcto, necesito tu dolor.” Me susurró al oído, “Soy invencible cuando te hago daño.”
Me llenaron imágenes de terror oscuro. Cada músculo de mi cuerpo gritaba para correr. La palabra de seguridad bailó en mi lengua. Soy más fuerte que esto. Invité a esto. No voy a decirlo... no todavía. Q me golpeó con especial dureza. Hizo que la picadura de abeja pareciera una avispa gigante, pero no hice un sonido. Él gimió, trazando un dedo sobre la nueva lesión. “Tan jodidamente perfecto.” Respiraba entrecortadamente, con ganas de ver. Necesidad de ver. “Te mereces una recompensa, Tess,” dijo tan dulcemente, como si yo fuera una buena chica que me hubiera ganado un dulce. Pero su dominación me hizo muy consciente de que no iba a conseguir un helado.
El dolor una vez más se transformó en ganchos de pasión, y le di la bienvenida a la quemadura, acogiendo con consentimiento las marcas de Q. Me arrancó la venda de los ojos, besándome, sosteniendo mi cabello para que no pudiera moverme lejos mientras él jodía mi boca con una lengua que no me permitía respirar. Jadeé y me ahogué, pero cuando se alejó, quería más. Quería morir con él besándome. Con los ojos brillando claros; Q dobló sus rodillas delante de mí. “Pon tus piernas sobre mis hombros,” exigió. Parpadeé.
“¿Mis piernas sobre tus hombros?” Me sonroje de vergüenza ante la idea de tenerle tan cerca de mi coño, untado y expuesto. Yo estaba tan mojada que corría por mi muslo. Negué con mi cabeza, incapaz de estar tan vulnerable.
Q alcanzó y golpeó mi culo. Su mano conectó con las marcas del látigo; y grité. “Haz lo que yo te ordeno, Tess.” Destacó mi nombre e hice exactamente lo que quería. Me recordó que él era mi dueño, por lo tanto, no tenía elección.
Vacilante, incliné una pierna, colocándola en su hombro. Sus ojos cayeron a mi centro, su cara oscureciendo de necesidad. Mi cohibición pintaba mis mejillas. Cuando mi otra pierna se quedó firmemente plantada en el suelo, me miró. “Tienes dos piernas. Ponlas en mis hombros.”  Su voz ronca, su pecho trabajando duro, su pasión concedió una explosión de coraje femenino. Saltando cambié mi peso a las esposas y me puse a horcajadas en los hombros de Q, suspendida, completamente a su merced. Unos brazos me sujetaron el trasero, apretando sus bíceps. No apartó la mirada de mi coño. “Eres tan jodidamente hermosa.” Me besó la cara interna del muslo con un movimiento fugaz, con aliento caliente. “Aquí tienes tu recompensa por dejarme hacerte daño.” Su voz se profundizó con azufre y mi cabeza se fue hacia atrás cuando su boca se pegó a mi clítoris.
Mis piernas abiertas sobre sus hombros le daban acceso completo, y se aprovechó. Su lengua no era tímida, giraba alrededor de mi clítoris, lamiendo, chupando. Sumergiéndose en mi humedad, jodiendo como posesión. Era demasiado. Demasiado intenso. Gemí, me quejé, luché y me retorcí. Pequeñas estrellas se dispararon, se esfumaron y atormentaba con cada movimiento de su lengua, cada chupada de su boca. Apretó la lengua tan dentro que lloré, deseando que fuera su polla enterrada profundamente. “Por favor, maestro... más…” Mi cuerpo estaba más allá de listo para ser reclamado, magullado, había vuelto a despertar en un placer caliente.
Las marcas del látigo  me calentaban insoportablemente, mi piel como un río con el sudor del fuego, y los pezones gritaban con alivio. Sacudí mis caderas en Q, forzando para que su lengua fuera más profundo, exigiendo que fuera más áspero. “Joder, sí,” gimió, los dedos clavándose en mis caderas mientras me arrastraba más cerca. Su cara entera entre mis piernas. Él gruñó mientras mordía mi clítoris. No fue un mordisco simple sino un mordisco salvaje.
Grité mientras mi coño se contrajo, tamborileando con su propio latido del corazón. Me hundí, tratando de acercarme, tratando de escapar. Quería más. No podía manejarlo más. Mi mente se rompió por completo, gobernada por la necesidad de correrse. “Fóllame, Q. Fóllame. No puedo… no lo soporto.” Empujó mis muslos, y me fundí encima de él. Se puso de pie rápido mientras como un rayo bajaba del techo, tembloroso. Mi cabeza cayó, y mis ojos eran demasiado pesados para mantenerlos abiertos. Quería cortar mis piernas para encontrar algo de alivio de la tortura. Q me apartó de la mujer racional a un deseo adicto que necesita una solución. Necesitaba su polla. Necesitaba a mi amo.
Q capturó mi mandíbula; abrí los ojos poco dispuestos. “No puedes soportarlo. ¿Puedes?” Su sexy sombra de la barba de cinco días brillaba por comerme. Oscilé hacia adelante, con ganas de lamerlo, para limpiarlo. Mi boca se hizo agua al pensar en chuparlo. Quería morder su polla como él me había mordido. Quería mucho, iba a explotar si no lo tenía.
Traté de formar una oración. “No aguanto la idea de no tenerte follándome.” Sus ojos se cerraron de golpe antes de recuperar el control, murmurando: “Te has entregado
por completo, y no tienes ni idea de lo que eso hace para mí.” Me hacía una idea. La misma locura, mi mente dañada sentía lo que me hizo. Si yo no estuviera contenida, me abalanzaría sobre él y lo follaria hasta hormiguear, urgente, y sentir que desaparecía la necesidad.
El único problema era que pensaba que nunca desaparecería la necesidad. Y no quería que lo hiciera. “Dilo otra vez, Tess.” Q me dejó ir, desabrochándose la chaqueta. Respiré con fuerza, jadeando mientras él se arrancaba la chaqueta, dejándola caer en el suelo.
“Fóllame, amo. No puedo soportar no tenerte.” Gimió, apartando sus zapatos mientras se desabrochaba la corbata. Un brillo maligno entró en sus ojos. Deslizó la corbata crema por sus manos, la miró, y de nuevo me miró a mí. Mi corazón dio un vuelco a medida que avanzaba. “Abre.” Negué con la cabeza.
“No. No seré capaz de respirar.”
“Respirarás a su alrededor. Puedes morderla.” Sujeté mi boca, gimiendo mientras forzaba la corbata entre mis labios, atándola. Una vez asegurada, me besó la boca amordazada, corriendo la punta de su lengua por mi labio inferior. “Estás increíble amordazada y atada, esclave. Voy a sufrir la vergüenza de correrme en los pantalones cada vez que piense en esta noche.”
Dando un paso atrás, se desnudó. Sin molestarse en quitar los botones, rasgó su camisa. Se escuchó un sonido metálico cuando los botones salieron volando salvajemente. Mi boca se secó, observando su perfección. Su pecho liso, cortado con músculos perfectos. Los gorriones revoloteaban, entintados en negros y marrones, pareciendo vivos con los detalles de sus plumas. Se desabrochó el cinturón, después su bragueta, y se quitó los pantalones. De pie orgulloso permaneciendo con sólo unos  bóxers negros, Q acarició su gruesa erección mientras me miraba. Sus ojos estaban concentrados en las grapas en los pezones de mis pechos.
“Tu carne esta tan hinchada, Tessie.” Tiré. Tessie. El apodo que me había puesto Brax. La culpa se apoderó de mí como un tsunami y tosí con dolor. Había traicionado a Brax de la peor forma posible. Era una perra desleal.
Q merodeaba cerca, pasando los dedos por la mordaza. “¿Qué he dicho? ¿Por qué te duele?” Miré hacia abajo, tratando de alejar a Brax. No debería importarme, pero lo hacía. Había sido un error pedirle a Q que me llamara por mi nombre. Tess podría amar los juegos eróticos y sádicos con Q, pero Tessie... ella pertenecía a un pasado más simple. Nuestros ojos se encontraron, y Q pareció entender.
“¿No te gusta cuando te llamo asi?” Me hubiera gustado sentirme diferente, pero cayó una lágrima, y asentí. Me lamió la gota. “No me importa Tessie tampoco. Tu eres mía. Mi Tess.” Mis ojos vidriosos y me desmayé dentro de él.
La culpa se evaporó y mi lujuria se multiplicó mil veces. Volví a la vida bajo su mirada. Y él lo sabía. Sacó su polla, envolviendo los dedos alrededor de la gruesa circunferencia, acariciándola con fuerza. “¿Te gusta cuando te llamo así? ¿Mía? Toda jodidamente mía.”
Sacudí la cabeza, sólo para ser un problema. No podía apartar la mirada de Q acariciándose a sí mismo. Arqueé la espalda, tratando de encontrar alivio frotando mis pezones torturados en su pecho. Se estremeció, bombeando su polla. Llegando con la otra mano, clavó dos dedos en el interior, robando mi humedad para untar sobre su punta, usando mi lubricante como suyo. Gemí. Lo necesitaba dentro. No me importaba nada más en el mundo, sólo tenerlo. Quería gritarle que me follara, pero la maldita mordaza convertía mis palabras en gemidos.
Apretó su pene contra mi estómago. Gemí, tratando de acercarme. “Pon tus piernas alrededor de mis caderas.” Q tendió sus brazos, listo para atraparme. Al fin. Sí. Sí.
Salté, extendiendo mis piernas al mismo tiempo, utilizando las amarras para izarme a mí misma. Me instalé ajustada contra él. Su calor contra mi humedad. Su polla palpitante tan cerca, que me hizo volverme loca. Sus ojos brillaron mientras me sacudí, manchando con líquido sensual por todo su pene y los testículos. Él gimió mientras me empujaba desvergonzadamente, proporcionando la necesaria fricción. Podía correrme así. Cogiendo a mi amo como un perro en celo. Llevándolo entre nosotros, me empujó hacia atrás guiando su polla, en el ángulo para conocer mi entrada. En un movimiento rápido, con las manos en las caderas, me atrajo hacia él. Me empalmó completamente. Su longitud golpeó la parte superior de mi vientre, violento, amoldándose. La invasión convirtió mi mente en papilla. Me puse rígida, gimiendo como la puta que era.
El rostro de Q se oscureció con lujuria salvaje mientras me empujó una vez, sus dedos apuñalando mi carne. “Mierda, mi polla te pertenece.” Con una mano, abofeteó mi pecho, activando la grapa, enviando dolor y espasmos de ansiosa humedad entre mis piernas. Yo no iba a durar mucho. Mierda, estaba tan cerca, me ondeé con la liberación lista. Un orgasmo se tambaleaba en la punta de un cuchillo: agudo y mortal.
Rodó sus caderas, meticulosamente lento, arrastrando cada arista de él a lo largo de cada ángulo mío. Quería gritar. No quería lentamente. Quería un alboroto. “Levanta tus ojos,” me ordenó. Guié mis ojos súper pesados de ver su polla cogiéndome, a mirarlo a él. Pálido fuego de jade ardía con los demonios que mantenía encerrado. Revoloteaban como fantasmas, pululando, instándolo a perder el control. Él gruñó y empujó una vez. Dos veces. Tres veces con éxtasis. Lancé mi cabeza, masticando la mordaza, necesitaba gemir, vocalizar que mientras más me transgredía, más quería que siguiera. Se resistió de nuevo, apretando los dientes. “Te odio por hacerme romper mi promesa.” Su rostro torcido con auto-odio y deleite negro. “Ce que tu me fait?” (¿Qué estás haciéndome?) Antes de que pudiera responder, Q perdió todo el control. Mostrando los dientes, se le cayó la barrera a su demonio, golpeando en mí. No hubo balanceos, o hacer el amor suave. Él empujó las caderas en las mías, gruñendo, sudando, una mirada enloquecida en sus ojos. Sus uñas cuidadas rasgaban mi culo, cavando profundamente como garras rabiosas, infligiendo dolor de otra manera.
La mordaza atrincheró mis gritos. Reboté en sus brazos, respirando rápido con cada embestida. La sala estalló con los sonidos de respiración pesada y bofetadas de piel sudorosa. La temperatura del aire era demasiado caliente. Q era demasiado. Mi cuerpo no podía manejar la sobrecarga sensorial. Oh dios. Oh dios. Ya voy...
“Tu es à moi.” (Eres mía.) Q se echó hacia atrás, usando mi peso, conduciendo hacia arriba. Su polla tan caliente y dura, me estiraba al punto de ruptura. Mi corazón germinó con alas y voló. La acumulación de liberación subió y subió, nunca alcanzando su punto máximo. El miedo atado con necesidad. Demasiado intenso. No creía que pudiera sobrevivir. La mordaza me bloqueaba el aire, y la falta de oxígeno hizo que mi cabeza nadara. Todo lo que podía pensar era en Q, sus uñas, su polla y su harapienta respiración. Q se echó hacia atrás, su cabeza cayó mientras me follaba increíblemente duro. Sus caderas magullaban mis muslos internos mientras él me daba la violencia que necesita.
“Joder, Tess. Joder, sí. Tómalo. Putain, ta chatte s'adapte busque ma un bocado si." (Joder, tu coño se ajusta a mi polla tan bien.)
No pude hacerlo. Yo no podía aguantar más. Todo mi cuerpo se dividió por la mitad, pero la liberación aún no llegaba. Por favor, por favor, Dios. Necesito... no puedo. YO ... YO ... “Mírame,” Q jadeó, gruñó. Obedecí. La tensión vibraba, consumiéndome, y otro elemento nos robó. Ya no éramos maestro y esclava. Éramos dos animales en celo centrados en una meta. “Maestro, por favor…” rogué a través de la corbata. Q se tensó con poder, empujando mientras sus ojos se encendieron y tenía los labios entreabiertos.
“Te voy a dar lo que necesitas.” Su cuerpo se convulsionó y un bajo y enojado gemido salió de su garganta. Un pulso caliente lleno de semen y eso era todo lo que necesitaba. Me consumí. Cada átomo de mi cuerpo detonó y disparó. Mi coño se apretó alrededor de la erección incesante de Q y grité. La boca de Q se pegó a mi cuello, mordiendo. Yo trascendí desde mi simple y mortal cuerpo, montando una ola tras ola de llamativos centros de explosión, astillando mi cerebro con euforia. Q gruñó, empujando a tiempo para mi liberación; sus dientes nunca dejaron mi clavícula y un rastro de sangre goteaba de mi garganta donde me había mordido. Una parte primordial de mi cerebro se volvió loco. Yo amaba que él me necesitara tanto, me había roto la piel. Me encantaba lo delicada que era su lengua, lamiendo mi esencia. Me estremecí cuando continuaban los oleajes, poco a poco cada vez menos intensos. Mis pies estaban apretados y parecía que me habían atropellado de lo que me dolía el cuerpo.
Con dedos temblorosos, Q desabrochó mi mordaza, y a continuación, mis muñecas. Capturó mi peso, me acunó, nos plegamos el suelo. Caímos sobre la alfombra blanca y espesa, cubriéndola con sudor, fluidos, y las gotas de sangre. Q no se retiró, y de alguna manera logré retorcerme tanto que me fui lejos. Sin decir una palabra, él me puso más cerca, acunándome con su duro cuerpo.
Su corazón golpeaba contra mi espalda, marcando un ritmo errático con el mío. Me acurruqué más cerca, contenida felizmente. Q me lastimaba, pero me adoraba, todo al mismo tiempo. Él me daba todo lo que necesitaba. La intimidad entre nosotros no se podía describir y me estremecí cuando desbloqueó mis pezones, frotándolos suavemente. Suspiró profundamente y bostezó. El alcohol en su sistema, sin duda, lo había dejado agotado. Me usaste, pero me mantuviste a salvo. Le intenté transmitir el pensamiento. Mi cuerpo no fue capaz de hablar. Q murmuró algo, tirando de mí más cerca.
El sol apareció rosado en el cielo y Q tembló, ya a la deriva, en el olvido. Esta noche había cambiado mi vida. Q podía hacer que mi alma llorara y se destruyera en pedazos pero también la hacía cantar con alegría. Mi alma no sólo cantaba, se regocijaba. Finalmente había encontrado el lugar donde pertenecía mi retorcimiento. En los brazos de Q.

1 comentario:

  1. gracias por el capitulo, necesito con urgencia el siguiente jejejejje

    ResponderEliminar