jueves, 15 de septiembre de 2016

Epílogo

Tess.
Seis meses después.
La corona de mi trono.
TÚ ERES MI HOGAR.
Nunca había estado más orgullosa.
Q. Mi maestro, marido, protector, y amigo cruzó el escenario para estrechar la mano con el primer ministro de Francia. Con una fría y profesional sonrisa, Q aceptó el pergamino, concentrándose en lo que fuera que le estuviera diciendo el primer ministro al oído.
Santo infierno, es guapo.
Suzette me apretó la mano. “Siempre esperaba que fuera reconocido por todo lo que ha hecho. Todo lo que ha mantenido oculto.”
Bajé la cabeza hacia la de ella, mezclando mi rubio con su caoba. “Sin embargo, dudo que quiera esta cantidad de atención.”
Cada vez que estábamos en público, mis instintos estaban en estado de alerta. Había apredido a confiar en ellos, diciendo si quería más seguridad o pidiéndole a Franco una verificación de antecedentes extra de una asociación.
Nunca dejaría que nadie alejara a Q de mí otra vez. Me refiero a mis votos y a pasar todos los días defendiéndolos.
Suzette se echó a reír. Franco asomó a su lado, señalando al escenario donde Q se alejaba del primer ministro, en dirección hacia el podio y micrófono. “Prestad atención.” Su voz era áspera, pero hizo un guiño. “Ese es nuestro jefe, allá arriba.”
Vuestro jefe. Mi maestro.
Me moví en el asiento, felizmente recordando simplemente quién era mi maestro, gracias al dolor entre mis piernas.
Suzette suspiró, sus labios jugaban con una sonrisa. No sabía lo que estaba pasando entre ellos, en todo caso, pero lo que fuera, lo mantenían en secreto bien escondido.
Frederick y Angelique me llamaron la atención al otro lado del pasillo, dándome una cálida sonrisa. Les devolví el saludo, recordándome a mí misma que tenía que comprobar el menú con la señora Sucre para su visita dos veces por semana.
Mis ojos volvieron al escenario, donde Q se mantenía de pie orgullosamente. Ya no había moretones en su cara. Sus piernas estaban entrecruzadas con cicatrices de Lynx, el agujero de bala en su muslo sanó, al coincidir con el de su bíceps, y todos los chequeos de su corazón estaban correctos.
Él había tenido suerte.
Yo había tenido suerte.
La luna de miel en las Seychelles volvió. El sol. La luz de la luna. El sexo. Dios, el sexo.
Dócil, suave, y lento. Enfadado, abusivo, y rápido. Q se había convertido en un amante que me había leído tan bien. Dándome dolor cuando lo quería. Dándome placer cuando lo necesitaba.
Q se aclaró la garganta, explorando la multitud. Sus ojos claros se pegaron a los míos. Sus labios se curvaron en una sonrisa afectuosa antes de desaparecer en los negocios.
Mi corazón latía fuertemente con amor. Parecía distinguido y delicioso en su traje de color grafito y con una camisa de color verde mar. Había renunciado a una corbata, a favor de revelar un pequeño trozo de piel bronceada, el lugar exacto donde le besé anoche mientras se deslizaba dentro de mí.
El sonido de las cámaras echando fotos sonaba como una tormenta eléctrica detrás de mí, iluminación intermitente como pequeñas luciérnagas. El hervidero de las voces de los reporteros me picaban la piel. Todavía no me había acostumbrado a estar en público, pero ellos venían con el paquete ahora.
Todo el mundo quería un pedazo de Q... y de mí. Y, finalmente, había accedido a dejarlos entrar.
Había tomado mi lugar por completo a su lado, convirtiéndome en la cara de Plumas de Esperanza, oficialmente hace tres meses. Las invitaciones a eventos, recaudaciones de fondos, y las entrevistas no cesaron. Temí que nos ahogaríamos en una avalancha de atención.
Esta ceremonia era una pequeña reunión, sólo una veintena de miembros del Parlamento, y las personas que habían tenido contacto directo con Q en sus esfuerzos, como los médicos que habían estado con él desde el principio, terapeutas, y jefes de policía.
La siguiente parte era para el mundo.
Esa parte me asustaba. Nuestra existencia privada sería cotilleada. Perderíamos todo el anonimato. Q sería más famoso de lo que ya lo era desde Moineau Holdings, y las historias no autorizadas escritas sobre él, vendrían a encontrarme.
Las cámaras destellaron más fuerte, a medida que Q tendió su mano, haciéndome señas.
“¿Qué está haciendo?” murmuré, deslizándome más en mi silla. Hoy se trataba de él, no de mí. Nunca me acostumbraría a ser el centro de atención. Había pasado de ser una chica australiana de una pequeña ciudad a una multimillonaria casada, que estaba de pie junto a su marido durante el día y sometida a su maestro monstruoso durante la noche.
Mi marca había estado en las revistas de todo el mundo, la mujer que se había hecho una cicatriz a sí misma por amor. Estaba orgullosa de mostrar la marca de Q, las otras marcas más íntimas no quería que las vieran. Las marcas de mordeduras en mis muslos internos. La cerca quemando en mis pechos. A pesar de que la vida nos barrió rápidamente con su corriente, Q todavía encontraba tiempo para atarme y ampliar mis horizontes en lo que mi cuerpo podía sentir.
Franco se echó a reír. “No esperarías que él abriera su vida a completos extraños sin tener apoyo, ¿verdad?” Me agarró del codo, obligándome a ponerme de pie. “Vamos. Sé su apoyo. Él no me necesita en este momento.”
Las lesiones de Franco habían curado bien. Su pulgar estaba en el proceso de cirugía convencional para equipar sus receptores cerebrales para aceptar la prueba experimental robótica. Sería uno de los primeros en el mundo en tener uno, mil veces mejor que un dígito normal.
Luché contra su agarre. “Espera. Él no me quiere. No puedo agitar una pistola hacia alguien y decirle que se vaya. Tú vas a hacerlo.”
Franco se echó a reír entre dientes. “Las palabras son necesarias aquí, Tess. No las balas. Ahora, ve.” Me empujó, tropezando por el pasillo.
Maldito egoísta. Le iba a despedir.
Suzette se echó a reír. “No pienso que el primer ministro agradeciera las balas.” Sus ojos se posaron en Q, cuya cara había oscurecido con creciente irritación.”"Es mejor que te levantes antes de que él lo pierda.”
Maldita sea. No estaba preparada para esto.
Metiendo un rizo detrás de mi oreja, cuestioné durante un segundo mi traje, preocupándome porque iba a cruzar como una joven e idiota mujer que no tenía derecho a estar del brazo d Q. Mi cabello era una maraña de rizos desordenados, Q no los había dejado exactamente elegantes después de dejarse llevar en la limusina.
Habíamos estado casados durante seis meses y nuestra necesidad por el otro se volvió más loca. ¿Quién sabía cuántos artículos para el hogar podrían ser utilizados para jugar? ¿Quién sabía lo mucho que amaba mi corazón cuando él me adoraba tan dulcemente? ¿Quién sabía cuántas lágrimas diferentes podría arrojar cuando me dejaba libre?
Lágrimas de felicidad.
Lágrimas temerosas.
Lágrimas lujuriosas.
Lágrimas de venganza.
Franco movió sus piernas fuera del camino, para que no tropezara. Me dio una palmada en el culo. “Ve allí, señora Mercer. Tu marido te necesita.” Empujándome de nuevo, no tuve más remedio que ir dando bandazos hacia el escenario. Le fulminé por encima del hombro.
Suzette abofeteó el brazo de Franco. No podía oír lo que le decía pero Franco sonrió, le tomó la mano, le mordió la palma y la colocó en su muslo.
Sonreí. Lo sabía.
La voz de Q cortó a través de mis nervios. “Lo siento por el retraso, damas y caballeros. En cuanto mi esposa decida unirse a mí aquí, comenzaré.” Mi atención se dirigió al escenario, se me puso la piel de gallina con una mezcla de miedo y necesidad. Me encantaba cuando me llamaba su esposa. Especialmente en ese tono.
No se contendría cuando llegáramos a casa.
Será mejor ocultar el collar. Me había asustado la última vez que lo usó, dejándose llevar un poco. Pero me había amado con dulzura e importó un par de hermosos loros, llenando lentamente su aviario una vez más.
Cientos de lentes se dirigieron hacia mí mientras me alisaba el vestido gris. Un volante de encaje decoraba mi pecho, corriendo en diagonal hacia abajo, ensanchándose en el dobladillo. La chaqueta a juego yacía sobre el respaldo de mi silla. El invierno se estaba esfumando y el calor en la habitación era sofocante.
Subí los tres escalones hacia el pequeño escenario, dando gracias al cielo por no caerme. En cuanto gané distancia, Q deslizó su brazo alrededor de mi cintura, sosteniéndome fuerte. “Te tomaste tu maldito tiempo, esclave,” murmuró en mi oído. “Pagarás por esto más tarde.”
Mi corazón dio una patada más fuerte, tamborileando por su proximidad, calor y el olor magnífico de cítricos y madera de sándalo. Me tiró detrás del podio con él.
“¿Qué estás haciendo?” susurré, tratando de mantener los labios cerrados, para no regalar mis nervios a la prensa.
“Te estoy usando, obviamente.”
Fruncí el ceño. “¿Usándome?”
Sacudió la cabeza. “Todavía no lo entiendes, ¿verdad Tess? No estaría aquí sin ti. No hubiera encontrado la felicidad. Todo esto es tuyo, no mío. No voy a ser el centro de atención, cuando no lo soy.”
Un reportero empezó a impacientarse. “Señora Mercer, ¿cómo se siente estar casada con un hombre que ha salvado personalmente a más de un centenar de chicas con las que han traficado?”
Perdí el poder de respirar, aturdida por la estúpida pregunta. Los micrófonos, las cámaras, todos ellos se aproximaban hacia mí.
Oh, dios. Estaría en televisión. Mis amigos del colegio lo sabrían todo. La familia, que no me había llamado, sabría qué pasó con la hija que ellos ignoraron. Mi vida sería conocida por todos.
Q me apretó más, dándome fuerza.
Pero eso no importa. No importaba porque Q era mi vida y nadie más existía en nuestro reino.
Asentí, absorbiendo el valor. “Tengo el privilegio de compartir su vida. Él es más que increíble.” Me encogí con mi voz excesivamente brillante. Sueno como una maldita niña de cinco años de edad.
El reportero inclinó la cabeza. “Dame una respuesta real. Te casaste con el hombre, ¿por qué?”
Mi frente se arrugó. “¿Por qué?” ¿Qué clase de pregunta ridícula era esa?
Q se puso rígido, sus músculos se bloquearon en el lugar.
Con la esperanza de que Q no dijera nada imprudente en una transmisión en directo, le dije, “¿La verdad? Es simple. Casarme con él era como volver a casa.”
Un pequeño murmullo de satisfacción sangró por la habitación. Las cámaras echaron fotos rápidamente, las manos se dispararon sobre las libretas y los dispositivos de grabación.
Las preguntas llovieron.
“Cuéntanos qué pasó.”
“¿Qué significa cincuenta y ocho para ti?”
“¿Has conocido a alguna de las mujeres que tu marido ha salvado?”
“¿Crees las acusaciones de engaño de que él usa a las mujeres que rescata?”
“Háblanos de vuestra boda, ¿es cierto que pusiste en libertad a mil pájaros?”
Q levantó la mano, silenciando a todos con un barrido descendente y salvaje. “¡Suficiente! Nos hemos puesto de acuerdo para una entrevista y esas preguntas serán contestadas en el momento adecuado.” Mirando como si quisiera disparar a todos los de la sala, dijo, “Me gustaría dar las gracias a todos los que donaron a Plumas de la Esperanza, por su continuo apoyo a Moineau Holdings, y porque todos han sido unos verdaderos amigos desde el principio.” Agarrando el pergamino, gruñó, “Pero esto se ha dado de forma incorrecta. No soy merecedor de este premio. No soy más que un hombre con un pasado, buscando una manera de merecer todo lo que me han dado.”
Sus ojos se posaron en los míos, ardiendo con deseo; me sonrojé. Las cámaras siguieron echando fotos y no tenía ninguna duda de que la imagen iba a salpicar los periódicos de todo el mundo. Q se había convertido en mercancía caliente, y se había casado conmigo, una ex-esclava... una mujer secuestrada.
Había atrapado a mi propio príncipe. Mi propio príncipe maravilloso y oscuro.
Q rompió el pergamino.
Parpadeé. “Q... ¿qué estás...?”
La habitación se onduló con preocupación. El primer ministro dio un paso adelante, con la frente surcada de arrugas. “Mmm, señor Mercer, no creo…”
Q le cortó. “Por favor, dame un momento. No es lo que parece.” Continuó rasgando el grueso pergamino. Ni siquiera había leído nada de lo que ponía, ahora lo había convertido en confeti.
Mierda, ¿qué está haciendo?
Mi corazón se aceleró, sin querer interferir, pero estaba aterrorizada porque estaba haciendo las cosas peor.
Manteniendo los fragmentos en la mano, se alejó del escenario, en dirección a la primera fila, donde los doctores, terapeutas, y la policía, todos los que habían estado con Q desde el principio, estaban de pie.
Con una sonrisa dura, les dio un pedazo de pergamino.
Cuando todos tuvieron un trozo, Q volvió al escenario. Pasándose una mano por el pelo, simplemente dijo, “Ahora, el premio ha sido entregado. A los hombres y mujeres que lucharon a diario, antes de cualquier reconocimiento o beneficio. Lucharon contra el mal, sólo los seguidores y trabajadores de Plumas de la Esperanza lo hacen. Gracias. Y ahora, me voy. Tenemos otro compromiso.”
Las cámaras brillaron mientras Q me agarraba la mano, tirándome del escenario.
No volvimos a nuestros asientos, en cambio, Q cerró las puertas dobles, llevándome hacia la gran entrada del ayuntamiento.
“Q... debemos esperar…” No me gustaba ir a ninguna parte sin seguridad. Desde que cometí un asesinato para vengar a mi maestro, había sido implacable en el interior. Pretendí mantener mi inocencia, pero debajo de ella, yo era viciosa. No tendría ningún reparo en matar o herir si nuestra vida estuviera amenazada. Sin embargo, esto no quería decir que no dejaría que los demás se ensuciaran las manos.
¿Dónde está Franco?
Los cámaras y los reporteros vinieron detrás de nosotros como una ola imparable. Siguieron echando fotos y preguntando, manteniéndose a una distancia respetuosa.
“Franco está detrás de nosotros. Sólo quiero llegar a la entrevista y acabar de una vez.” La mandíbula de Q se marcó, guiándome rápidamente hacia la salida. No dijo una palabra mientras abrió las puertas, caminando hacia la calle.
Un rugido.
Muchas voces, vítores, agradecimientos.
Mis ojos se abrieron, incapaz de comprender. Los dedos de Q se apretaron alrededor de los míos. Maldijo, sus ojos buscaban frenéticamente la libertad. “Maldita sea.”
Mujeres.
Muchísimas mujeres, algunas con amigos, otras con familias, pero todas unidas por la misma mirada de reverencia en sus ojos para Q.
Q.
Mi marido era amado.
Franco apareció, flanqueando a Q mientras Frederick y Angelique aparecieron a mi lado. “Guau,” murmuró Angelique. “¿Cómo es posible?” Su largo cabello negro estaba enrollado en un moño; su vestido blanco resaltaba su piel oscura.
Un policía en marcha pasó entre la multitud y subió los escalones. “Lo siento, señor Mercer. No habíamos anticipado esto.”
“¿Qué diablos pasó aquí?” exigió Q.
El primer ministro tocó el hombro de Q. “El estado invitó a algunas de las mujeres que salvaste. Me temo que hemos subestimado la respuesta que darían.” Su cara arrugada se veía regia y no pomposa. “Parece que tendrás una tarde larga.”
Oh, dios mío. Mi corazón zumbó. “¿Son estas...?”
La cara de Q era estoica, pero sus ojos claron quemaban. "¿Hiciste esto sin consultarme?"
¡Muchísimas mujeres! Muchísimos riesgos. Mis instintos se desplegaron, en busca de una amenaza. El sacrificio de Q al dejar que Lynx le hiriera, había funcionado. No se entregaron más notas de muerte, no hubo más atentados contra su vida.
Pero todo lo que se necesita es uno.
El primer ministro se miraba los zapatos, avergonzado. “Queríamos mostrarte lo honrada que está Francia al tener un ciudadano tan ejemplar. Lo siento si era lo peor que pude hacer.”
Q frunció los labios, explorando la multitud de mujeres. Sus dedos se movieron en los míos, y sabía que él las reconocía, pasando por la condición catalogada en la que habían estado cuando llegaron, el entorno del que las había traído.
Mi estómago se retorció con asombro. Admiración por el número de vidas que él había tocado. Me hubiera gustado ver sus pensamientos, seguir sus recuerdos y entender.
“Q, esto... es increíble. Vinieron a darte las gracias personalmente.” Le agarré el brazo, disponiéndole amor a través de mis dedos. Mi pecho se resquebrajó con adoración por el hombre que llamaba mío.
Él me miró, su cara estaba dura e ilegible. “Esto es extremadamente peligroso. No sólo para mí, sino para ti. ¿No te parece que los traficantes estarán atentos a esto? ¿A la espera de ver si pueden escoger a mujeres que ya han sido presas?”
El pánico se disparó a través de mi sistema. Busqué entre la multitud, relajándome un poco, notando a los guardaespaldas familiares en enjambre. Estábamos protegidos. Teníamos un equipo detrás de nosotros ahora. Una red de personas que antes no teníamos. No habrá más ataques.
Debo permanecer confiada.
“Tienes que decir algo... necesitan un fin. Algo, Q.”
La cara de Q se puso blanca. “¿Qué demonios puedo decir? Sí, las he salvado, pero no tuve ningún contacto. Las dejé para que Suzette las arreglara, yo no estaba allí en su curación.”
Negué con la cabeza. “Para ellas eres el héroe. El que vino a por ellas cuando nadie más lo hizo. Tienes que escuchar. Tienes que hacer algo.”
El primer ministro asintió. “Sólo un pequeño discurso, señor. Nada grande, entonces podemos pedirles que te dejen en paz.”
Q se pasó una mano por la cara. Sus hombros se tensaron, ocultando sus nervios. Dejando caer la mano, su molestia fue velada detrás de la seriedad, la naturaleza forzosa que yo tan bien conocía.
Mi núcleo se apretó. Quería decirle que puede ser mi marido, y yo estaba a su lado cada hora de cada día, pero aún así me ponía húmeda, sólo por ser él.
“Bien. Dame un maldito micrófono.”
Un policía apareció con uno inalámbrico casi al instante. Q se lo arrancó, sin soltar mi mano. “Si estoy haciendo esto, tú también, Tess.”
Él marchó hacia delante, sin darme otra opción que seguir sus pasos. Nos quedamos en la parte superior de las escaleras, mirando a las almas de las víctimas que habían sido salvadas. Aclarándose la garganta, dijo, “Hola.”
La multitud calló, todos los ojos—azul, verde, marrón, gris—aterrizaron en Q. Fijos en el hombre que les devolvió sus vidas.
“Quiero daros las gracias por venir a verme hoy. El gesto es, a la vez, gratificante y humilde. Pero os aseguro, que no era necesario. Me disteis todo el agradecimiento que necesitaba cuando regresasteis con vuestros seres queridos. El único pago que requería era haceros fuertes de nuevo.”
Los murmullos se elevaron de la multitud. Una mujer rubia se lanzó entre los espectadores, haciendo su camino poco a poco hacia los escalones del ayuntamiento.
Mi corazón zumbó, cosquilleando con conciencia. Mis ojos se estrecharon con la forma de los dardos.
Q continuó, “A pesar de la maldad del mundo, la bondad ha prevalecido, y espero que cada una de vosotras haya sido capaz de seguir adelante y no dejarles que ganen.”
La chica rubia luchó contra la aglomeración de cuerpos. Se llevó la mano a su bolsillo. El tiempo se detuvo, moviéndose en latidos del corazón, muriendo mientras se incrementaban.
"¡Franco!" Grité, señalando a la chica. Me quedé petrificada al ver que tenía un arma de fuego, un arma para matar a Q.
Q me tiró detrás de su cuerpo, protegiéndome. Franco saltó por las escaleras, aprisionando el brazo de la chica. Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos, rápido, eficiente, atrapando a la que sería la amenaza.
Pero, entonces sus ojos azules se clavaron en los míos.
“Por favor, más no. ¡Has hecho suficiente! Eres como ellos. ¡Eres un monstruo!”
Tropecé hacia atrás; la palma de mi mano estaba resbaladiza por el sudor glacial. La mano de Q se deslizó alrededor de mi brazo. Me tambaleé.
No. No puede ser.
Me agarré el pelo mientras una nube de recuerdos tórridos me aspiraron.
“Hazle daño, puta.”
“Voy a violar a esta, entonces sabrás lo que se sentirá cuando empiece contigo.”
Me rugieron los oídos. Mi corazón murió.
Ángel Rubio.
¡No puede ser!
Pero lo era. Me había quedado mirándola a los ojos mientras la golpeaba. Había escuchado sus gritos mientras el hombre de la chaqueta de cuero la torturó. La reconocería en cualquier parte. Era un tatuaje en mi alma.
Ella levantó el brazo, apuntando hacia mí. Señalándome como la bruja que merecía ser quemada. Los seis meses felices se evaporaron bajo el peso de lo que había hecho. ¿Cómo podría olvidarlo? ¿Cómo podría fingir que había pagado el peaje cuando había matado a una mujer? ¿Cuando había torturado brutalmente a otra?
“Tess, ¿Tess?” La voz de Q cortó mi horror, arrastrándome de vuelta al día cálido y soleado en Francia. Inocente. Segura. Pero no era inocente, ni estaba segura.
Mi pasado me había encontrado.
Y ahora tengo que pagar.
“Ella,” dije con voz ronca. “Es ella.”
Ángel Rubio luchó con Franco, tratando de subir las escaleras. Sus ojos nunca dejaron los míos, encerradas juntas en el purgatorio. Llevaba la ropa inocua, unos vaqueros holgados y un suéter enorme de color amarillo. Su cabello estaba recogido en una cola de caballo, se veía tan joven. ¡Tan joven!
Mis ojos cayeron en su bastón, astillando mi corazón con más seguridad que cualquier bate que hubiera girado o cualquier terror que hubiera llovido.
“Por favor, sólo quiero hablar,” gritó ella.
Su voz me envió directamente a Río, a mis sueños. Allí, ella se había reencarnado para morir noche tras noche. Aquí era tan real, un producto de mis pesadillas que venía a atormentarme por mis crímenes.
Q pasó un brazo alrededor de mí. Ya no registraba su calor o comodidad. No registraba nada, excepto insectos, escarabajos y dolor.
“Por favor, dejadme pasar. Prometo que no quiero hacer daño,” declaró Ángel Rubio.
Franco me miró. Su rostro cincelado estaba oscuro. “Tess, ¿qué quieres que haga?”
Ángel Rubio desplegó las manos. “Sólo necesito un minuto.”
No podía decirle que no a ella. Sin importar si estaba allí para matarme. No podía decirle que no a la mujer que me había herido tan gravemente.
“Déjala, Franco.” Mi voz estaba aflautada, perdida.
“¿Tess?” Q me sacudió, pero me hundí en los recuerdos.
“Eso es. Hazlo. Golpéala. Más fuerte.”
Ángel Rubio se arrojó a las escaleras, directa hacia mí. Su boca se abrió, pero no escuché nada. Sólo el hombre de la chaqueta de cuero vivía en mis oídos.
“Eres tan débil, puta. Suplica por tu vida. Suplica, tal vez entonces no te haremos matarla.”
Lágrimas.
comenzaron a establecerse en mi garganta, goteando desde mis ojos. Mi cuerpo entero lloró por lo que le había hecho a esta chica. Ella se detuvo a un pie de distancia; ambas respirábamos con dificultad, mirándonos en silencio. Sus lágrimas se juntaron con las mías, había un torrente de emociones en su cara en forma de corazón.
Una historia gritó en su mirada.
Confusión.
Odio.
Tristeza.
Perdón.
Ella gritó, borrando el espacio entre nosotras. Me encogí, acercando mis brazos para protegerme, pero su cuerpo se estrelló contra el mío, agarrándome con fuerza.
Me quedé helada. Sin respiración, casi sin existir bajo el horror que yo había causado.
Q agarró el hombro de la chica, tirando de su espalda. “¿Qué diablos crees que estás haciendo?”” Su voz estaba lívida, su cuerpo temblando de rabia.
Abrí la boca para explicarlo. ¿Cómo explicarlo? Le dije lo que había hecho, lo que ellos me hicieron hacer. Pero tener la evidencia de pie como juicio era demasiado.
“Tenía que verla. Tenía que decirle,” Ángel Rubio olfateó, lágrimas indiferentes rastreaban su rostro.
Aspiré una respiración temerosa. Mis miembros se derritieron. “Lo... lo…” Lo siento tanto. Tan eternamente, sin cesar de sentirlo. Nunca jamás me lo perdonaré.
Ella sacudió la cabeza, una sonrisa rompiendo a través de su dolor. “Tenía que decirte, yo…” Un derrame de lágrimas arruinó su fuerza. Tragando saliva, se las arregló para decir, “No fue tu culpa. Durante todo ese tiempo, sabía que te preocupabas. Aceptaste más dolor para que nosotras no lo recibiéramos, pero al final nada de lo que hubieras hecho, lo podría haber detenido.”
Ella me alcanzó de nuevo, enterrando su cara en mi hombro.
Algo se rompió dentro. El dolor con el que pensé que había tratado, purgando la oscuridad restante en mi alma.
“Lo siento,” sollocé, agarrándola, ahogándome en lágrimas.
Q se puso rígido pero nunca me soltó la cintura. Me quedé abrazada por dos personas. Mi pasado y mi futuro. Anclada por mi amor, a la deriva en un mar de dolor.
El mundo dejó de existir mientras me encontré encerrada en los brazos de mi víctima. En los brazos de la mujer a la que había visto violar y traumatizar.
La mano de Q se desplazó a mi espalda baja, uniéndome al presente donde yo estaba bien. Donde había pagado mis pecados salvando a los demás. Me dio apoyo silencioso mientras me deshice en los escalones del ayuntamiento de París.
Poco a poco, mi dolor disminuía. Ángel Rubio sonrió, su cara estaba llena de manchas y roja. Sabía que mi reflexión coincidiría completamente.
Una sonrisa adornó sus labios, quitándole peso de los hombros, evaporándose hacia el cielo soleado. “Gracias.”
Negué con la cabeza. “Gracias. Por ser lo suficientemente fuerte como para perdonarme.”
Ella me dio un beso en la mejilla. "Las dos éramos sus víctimas. Sabíamos eso. No fue tu culpa."
“Tess, ¿está todo bien?” murmuró Q, frotándome la columna vertebral. Sus ojos no dejaron de mirar a Ángel Rubio. Estaba de pie como mi protector, calmando mi alma.
Sonreí suavemente. “Estoy mejor. Ahora.” Girándome hacia ella, le pregunté, “¿Cuál es tu nombre?”
Se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. “Sophie. ¿Y supongo que el tuyo es Tess?” Sus ojos se posaron en Q, abriéndolos con asombro. “Te recuerdo. Recuerdo que llegaste a nuestra celda y algunos guardias nos llevaron lejos. Recuerdo tu casa.”
Mis ojos se posaron en Q. “¿Ella se quedó en nuestra casa y nunca lo supe?”
Él apretó la mandíbula. “No quería que vieras a ninguna chica de Río, Tess. Por esta maldita razón.” Su mirada se suavizó. “Estoy muy contento de que estés feliz ahora, Sophie, pero, ¿puedes por favor dejar a mi esposa?”
Sophie se echó a reír, frotándose la salinidad de sus mejillas. “Lo siento.” Dejándose ir, agregó, “Lo siento por saltar sobre ti. Sólo, cuando te vi, tuve que…”
Capturé su mano. “Estoy tan feliz de que lo hicieras. Nunca seré capaz de agradecértelo.”
Nunca sería capaz de articular la libertad de mi interior, la libertad que aún no sabía que necesitaba.
El primer ministro se aclaró la garganta. Sus ojos pasaron de mí a la mujer que estaba entre Q y Franco. “Mmm, señorita. ¿Estás diciendo que tuviste contacto directo con la señora Mercer cuando fue robada la segunda vez?”
Oh, no. Mi corazón se aceleró. No podía contar mis crímenes. No sería capaz de defender Plumas de la Esperanza si la gente supiera lo que había hecho en ese horrible lugar. “No, ella…””
Q gruñó por lo bajo y amenazadoramente. “Déjala fuera de esto. Vino a ver a mi mujer. Nada más.”
Sophie me dedicó una sonrisa, antes de enfrentarse al primer ministro. “Gracias, señor Mercer, pero sí. Conocí a esta mujer antes de que fuera rescatada por él. Sé por lo que pasó y sé lo buena que es intrínsecamente.”

Se me cayó el corazón del pecho. Yo estaba llena de engaños. No había sido buena entonces. Había estado drogada, había estado fuera de mí, era su pequeña marioneta.
“Dispárale, puta. O le cortaremos los dedos.”
¿Por qué no disparé al hombre de la chaqueta de cuero? ¿Por qué tengo que obedecer?
El primer ministro asintió, con los ojos brillantes. “¿Sería tan amable de decir unas palabras a la multitud, en nombre de las organizaciones benéficas del señor y la señora Mercer?”
“¿Qué? No. Definitivamente no,” soltó Q. “Déjala…”
“Me encantaría,” dijo Sophie, casi haciendo que le diera un ataque de corazón a Q.
Sophie me dio otra sonrisa y sabía que tenía que confiar en ella. Lo que ella dijo sería la verdad, no podía controlar cómo las personas la percibían. No hubo ninguna discusión con lo que yo había hecho.
Poniendo una mano sobre el antebrazo tembloroso de Q, me tragué el miedo. “Déjala, Q. Déjala que hable.”
La mandíbula de Q se apretó, sus fosas nasales estaban dilatadas por la ira.
“Muy bien.” El primer ministro le entregó a Sophie un micrófono inalámbrico, guiándola para que se pusiera de pie frente a nosotros. “Puedes empezar cuando estés lista.”
La multitud calló. Su energía era contagiosa. Me picaban las piernas para echar a correr. No quiero estar aquí, no cuando la gente aprendió la verdad.
Sophie miró hacia atrás, extendiendo la mano.
¿Qué? ¡No, no puedo!
Me retorcí hacia atrás, presionándome contra Q, buscando su protección como un pelele.
Q maldijo entre dientes. “Me gustaría poder llevarte lejos de esto, Tess. Pero no puedes correr, ahora no.” Empujándome, murmuró, “Ponte a su lado. Sé fuerte.”
Mi corazón se confundió con terror, horror y todo entre medio. Me moví un poco cerca de Sophie, evitando los ojos de la multitud.
Todas las mujeres. Mujeres salvadas por Q.
La única mujer con la que yo había tenido contacto, la había vencido hasta que ella gritara por misericordia. ¡Soy una impostora, un fraude!
No podía respirar. El sol era demasiado brillante.
Por favor, aléjame volando de aquí.
Sophie unió sus dedos con los míos. Sosteniendo el micrófono en sus labios, dijo suavemente, “Mi nombre es Sophie White, y le debo mi vida al señor Mercer.”
La multitud se quedó en silencio mortal. Los clics de las cámaras y los zumbidos de las grabadoras era el único ruido. Me quedé aterrada y juzgada junto a la mujer a la que le había hecho cosas atroces.
No me podía mover.
“Mi historia comenzó con la muerte de mi abuela. Solíamos ir a la feria de las flores. Colecciono semillas de baya, hago mi propio té, lo veis…” Su voz se apagó antes de hacerse más fuerte. “Estaba sentada en un banco, cuidando de mi tristeza, cuando un buen hombre se sentó a mi lado. Me preguntó por qué estaba llorando. Le hablé de mi abuela, de lo mucho que la echaba de menos. Se sentía tan bien hablar con alguien, así que cuando me invitó para salir a cenar, no lo dudé.”
Su voz se volvió hacia el interior, llenándose de recuerdos. “La gente piensa que nos cogen de callejones oscuros o de discotecas de mala muerte. La verdad es que... nadie está a salvo.”
Ella tragó. “Me robaron tres días antes del funeral de mi abuela. Nunca llegué a decirle adiós. Me desperté fría y con moretones en la oscuridad. Estuve allí durante mucho tiempo, o tal vez no, el tiempo juega una mala pasado cuando ya no eres un chica, sino mercancía.”
Sus manos se apretaron alrededor del micrófono.
Me picaba el tatuaje con el código de barras con el gorrión entintado en la jaula. Yo había sido propiedad. Había sido mercancía para la venta. Sabía cómo se sentía ser objeto de comercio. Y también sabía cómo se sentía ser salvada.
Mi corazón perdió su ritmo aterrado. Estaba más arriba. Estas mujeres eran mis aliadas. Estas mujeres eran la razón por la cual Q me encontró.
“No voy a entrar en mi cautiverio, pero he de decir que cuando el señor Mercer llegó, no quería vivir más. Estaba lista para morir. Anhelé la muerte. Pero él no me dejó.”
Mis pulmones se pegaron entre sí. Mi propio calvario me inundó. No sólo tenía a Q luchando para traerme a casa, él había sacrificado tanto para traerme de vuelta a una vida que yo ya no quería. Yo había estado tan ocupada por envolverme a mí misma como Rapunzel en mi torre, que me había olvidado de lo mucho que tenía que vivir.
Le hice tanto daño.
Me obligó a abrazar el placer, así como el dolor. Me dio una vida más plena, una vida que nunca me había merecido.
Él me ama tanto.
Me di la vuelta para mirar a mi marido, sufriendo una oleada de amor que todo lo abarca. Él sonrió, el sol capturaba las pequeñas cicatrices con las que le había empañado.
Sophie continuó, “El señor Mercer abrió su casa para aquellas de nosotras que fuimos rescatadas de Río. Pagó nuestros médicos, nos dio ayuda psiquiátrica, y nos dio tiempo para sanar lejos de nuestras familias. Las familias a las que no queríamos decepcionar al estar rotas.”
“En el momento de regresar a casa, era lo suficientemente fuerte como para ser de apoyo de mi novio, Ryan. Olvidamos, como los que nos robaron, lo dejamos atrás. Ellos no pueden hacer nada para salvarnos. Si hubiera vuelto a él antes de que fuera lo suficientemente fuerte, nuestra relación habría fallado, no habría sido capaz de amarlo de la manera que él necesitaba.”
“No mentiré y diré que fue fácil. Pero la vida continúa.” Su voz cambió de narrador a feroz orador. “La clave que encontré en sobrevivir VDE... Vida Después de Ellos... es... permitiros a vosotras mismas reconocer que nunca seréis las mismas. No tratéis de volver a ser lo que una vez fueron. No funcionará. Daros el derecho de deciros que sois fuertes, mejores, más inteligentes, más fuertes. No les dejéis que ganen.”
Se retorció, mirando por encima del hombro hacia Q. “Gracias desde el fondo de mi corazón. Gracias en nombre de tantas otras mujeres. Nunca te olvidaré y atesoraré mi vida, porque lo que tú hiciste me la devolvió.”
Una tormenta de lágrimas subió por mi espalda, borrándome la visión.
Gracias, Q. Por ser como eres.
Q giró el cuello. Sus ojos ardían con sentimiento pero su postura era elegante mientras se movía a mi lado. Uniendo su brazo alrededor de mí, tomó posesión con sutileza, separándome de Sophie. Él asintió con la cabeza, concediendo poder y gracia con un solo movimiento. “De nada.”
Un orbe de luz me llenó, cada vez más brillante, más audaz con cada segundo.
Este era el hombre que amaba y del que siempre estaría orgullosa. Quería llenarle de besos la cara por todo lo que había hecho.
La multitud gritó, una voz se elevaba con alabanza.
Q eclipsó todo mi corazón, dándome consuelo en su oscuro abrazo.
Él hizo un gesto. “Gracias a todos. Y gracias a Sophie por tener la fuerza para contarnos su calvario.” Su frente se arrugó mientras una idea le vino a la mente. “Si alguien más desea compartir sus historias, y continuar apoyándonos unos a otros, yo personalmente os visitaré durante la próxima semana mientras hacemos una gira con Plumas de la Esperanza. Por el momento, sois mis invitados. Por favor, hablad con el señor Roux para obtener detalles sobre vuestro alojamiento.”
Q sonrió. “Ahora, tendréis que excusarnos a mi esposa y a mí. Tenemos una entrevista importante a la que asistir, y ya vamos tarde.”
La multitud estalló en aplausos, tarareando con energía feliz mientras Q le pasó el micrófono al primer ministro.
El primer ministro lo cogió. “Gracias por vuestro tiempo y generosidad. La ciudad de Francia estará feliz de contribuir a vuestro tour.”
Q negó con la cabeza. “No es necesario. La financiación ya está hecha.” Mirando a Frederick, dijo, “Encuentra todas las habitaciones que necesites y reserva el mejor hotel. Franco te ayudará si es necesario.”
Frederick asintió, golpeando el hombro de Q. “Eso está hecho, amigo mío. Ahora, realmente es mejor que os vayáis.”
Desenredándome a mí misma de Q, me reuní con Sophie para darle otro abrazo. “Visítame en cualquier momento.”
Ella sonrió. “Tal vez podamos tomarnos un café un día, sólo nosotras.”
No sabía si el tema sería nuestro pasado o nuestro futuro, pero me gustaría pasar tiempo con ella. Necesitaba dejar de sentirme culpable. Necesitaba seguir adelante. “Eso estaría bien.”
Nos separamos, derivándonos hacia nuestros respectivos lugares. Q me tomó en sus brazos fuertes, dándome la bienvenida de nuevo en el mundo que me encantaba mientras Sophie desapareció entre la multitud. Las mujeres ofrecieron abrazos y palmadas, tragándola en su abrazo colectivo.
Mi cuerpo se drenó. No había dejado nada. Me sentía como una calabaza tallada sin semillas. Pero era una buena escultura, una limpieza, dejándome extrañamente sin peso y completamente vulnerable a la nueva existencia antes que yo.
Me había perdonado a mí misma. Nunca volvería a maldecir mi suerte.
Q me había dado con éxito todas las etapas de la cicatrización.
Estaba entera.
Frederick sonrió, plantándome un beso en la mejilla. “Será mejor que se vayan. Les están esperando. Nos volveremos a ver esta semana.”
Con una última mirada hacia la multitud, Q robó mi mano y me guió hacia el sol.

Entramos en la suite de un hotel en la décima planta, rendida, humillada y completamente agotada.
Q no me había soltado la mano mientras atravesamos la multitud para cruzar al hotel que estaba al otro lado de la calle. Franco nos había mantenido a salvo, su equipo de guardaespaldas estaban en posición de enjambre detrás de nosotros.
En cuanto entramos en la habitación, descendió un manto de paz, silenciando mi corazón acelerado, dejando que me relajara por primera vez desde esta mañana.
Me palpitaban los pies en los tacones mientras cruzamos la suite ricamente decorada. Q me soltó, cayendo sobre el sofá inglés de color rosa. “Eso fue agotador.”
Sonreí, encorvada junto a él. “Sí, pero tan increíble, ver a esas mujeres que te adoran, Q. Saber que ella está bien, es increíble.”
Él frunció el ceño. “No me adoran, esclave. Eso nunca. Sólo tienen que darse las gracias a ellas mismas por tener sus vidas de vuelta. Yo era sólo el principio, no la solución.”
Quería besarle hasta dejarle sin sentido por ser tan orgulloso, incapaz de aceptar lo bueno que hizo.
Sus labios se curvaron en una sonrisa suave. “¿Y quién sabía que tú ya tenías fans? Voy a tener que ponerme celoso si la gente empieza a abrazar a mi esposa.”
Me eché a reír. “No son fans, sólo una parte de mi pasado dándome la libertad para dejarlo ir.” Mis ojos se desvanecieron, pensando en Sophie. Estaba tan contenta de que ella sobreviviera. Tan feliz de que hubiera sido invitada por el primer ministro, dándome la absolución.
“Ven aquí, Tess,” murmuró Q.
Me acerqué más, cayendo en sus brazos abiertos. “¿Qué necesitas, maître?”
Él sonrió. “Oh, puedo pensar en muchas cosas que necesito.” Sus labios se posaron en mi oído, haciéndome temblar. “Te necesito desnuda. Te necesito colgada, así que puedo mostrarte lo orgulloso que estoy. Y te necesito gritando, porque mis nervios se dispararon y estando en público contigo no lo ha hecho más fácil, porque eres muy vulnerable a mi lado.”
No soy vulnerable. Te tengo a ti.
“Si prometes hacer esa cosa con la lengua de nuevo, gritaré para ti.”
Di un grito ahogado mientras sus labios descendieron sobre los míos, besándome estúpidamente. Su lengua atravesó mi boca, arrastrando gemidos, súplicas y promesas de mi alma.
La puerta del hotel se abrió.
Q gruñó, tensando sus brazos alrededor de mí. Por un momento, temí que no me dejaría ir, al diablo con la reportera.
Pero entonces me soltó, alejándose. Mis labios se torcieron, dándose cuenta de la forma en que cruzaba las piernas, ocultando su impresionante y deliciosa erección.
La reportera, con su pelo negro y ojos de color avellana vibrante, entró. Habíamos acordado una entrevista. Sólo una. Y, entonces, volveríamos al trabajo.
Un miembro del personal del hotel le seguía, girando un carro lleno de pasteles, éclairs, y café.
La mujer sonrió, sentándose, rozando su falda azul marina alrededor de sus piernas. Sacó unas gafas con montura de plata de su bolso, colocándoselas en la nariz. Su sonrisa era dulce como Cupido y de color rosa brillante.
Esperamos en un silencio cómodo mientras echaba el café. Cuando el camarero se fue, Q agarró una taza humeante, sosteniéndola en sus labios. Su aguda atención recayó en la periodista, evaluándola con una sola mirada. “Hola.”
Ella cogió una taza de cafeína, imitando a Q, dando un sorbo. “Hola, señor Mercer. Señora Mercer.” Su cálida mirada se posó sobre mí; sonreí. “Hola, encantada de conocerte.” Cogiendo la última taza de la mesa, la sostuve, dejando que el líquido caliente calmara los nervios que me agitaban.
Nunca había sido entrevistada. No tenía ni idea de qué decir. Lo que no decir.
Necesitaba un libro de reglas para no avergonzar a Q o a mí.
Tomando otro sorbo, ella dijo, “Mi nombre es Fiona, y voy a conducir la entrevista de hoy.” Colocó un dispositivo de grabación en la mesita baja entre nosotros, abriendo su bloc de notas. Reclinando la silla de estilo Louis Vuitton, ella sonrió. “Deseo expresar mi agradecimiento por vuestro tiempo y esperar que estemos aquí un par de horas, pero todo depende de la profundidad con la que me contéis la historia, y si deseáis romper el interrogatorio.”
Necesitaré un descanso. Aunque sólo sea para recoger mis pensamientos del macho molesto que hervía energía a mi lado.
Q asintió. “Está bien.”
Fiona me miró, un enlace de feminidad se disparó entre nosotras. Apagó el botón de grabación. “Justo antes de empezar, quiero decir a nivel personal que vuestra historia me ha inspirado para ayudar a Plumas de la Esperanza. Me he registrado para informar sobre las mujeres que quieren contar sus historias. No creía que nadie estuviera interesada en hablar, pero me han abrumado con sus historias ya.”
Sus ojos se movieron hacia Q. “Estoy fuera de los límites diciendo esto, pero creo que estoy un poco enamorada de ti, debido principalmente a lo mucho que amas a tu esposa.”
Q se atragantó con un sorbo de café, antes de reordenar su cara en algo parecido al frescor. “Creo que la única respuesta es dar las gracias.” Él me miró. Sus ojos gritaron un mensaje: ¿qué tipo de entrevista es esta?
El tipo de entrevista en la que tú finalmente entiendes la cantidad de gente que te adora.
Me eché a reír. “Creo que algunas mujeres están enamoradas de mi marido por lo que ha hecho, y puedo compartir en ese sentido, pero me hago más posesiva.”
Los labios de Q se convirtieron en una media sonrisa. “¿Estás hablando de la orden de restricción amenazante del mes pasado, Tess? Seguramente no. No tú, mi dulce esposa rubia que nunca pone cualquier derecho sobre mí.”
Mi corazón se aceleró recordando mi amenaza y las consecuencias que venían con ella. Q había probado a fondo por qué no tenía ninguna necesidad de ser celoso, concederme otra marca justo encima de mi ombligo, así yo siempre lo recordaría.
Sonreí, colocando la palma en su muslo. “Me gustaría luchar por ti, Q. Luché por ti. Y nunca dejaré de recordarte con quien estás casado y porqué.”
Fiona se echó a reír. “¿Soy yo o hace calor aquí?” Apretando un éclair, ella dio un mordisco, y volvió a encender el dispositivo de grabación. “Es muy agradable ver el verdadero amor en estos días. Puedo decir que realmente voy a disfrutar de esta entrevista.”
La atmósfera cambió de amigable a negociable. Cruzando las piernas, Fiona preguntó, “Está bien, mi primera pregunta es para la señora Mercer. De hecho, no tengo ninguna pregunta.” Agitó la pluma en el aire. “Básicamente, quiero oírlo todo. Llámame codiciosa, pero no quiero dejar nada.”
Q se tensó, los músculos de sus piernas se bloquearon bajo mi mano.
Fiona no se dio cuenta. “Te diré qué, empieza desde el día en el que te subiste al avión que iba hacia México.”
Q se movió. Descruzando las piernas, se inclinó hacia delante, juntando las manos entre las piernas abiertas. Dominante. Gobernante. Robando toda mi concentración y poniéndome descaradamente húmeda.
Mi corazón se atornilló, llenándome de palabras, recuerdos y todo lo que iba a compartir.
Esto era.
Mi historia. Mi legado. La única cosa que estaría inmortalizada en las páginas para siempre. No era dulce. No era fácil. Pero no escatimaría emoción o detalle. Me gustaría ser honesta hasta la última palabra.
Abrí la boca para empezar. Para contar mi historia del dolor de corazón, amor, y pérdida.
Me había abierto paso entre la oscuridad y sobreviví.
Me había enamorado de un monstruo y prosperé.
Bailaba en riqueza de todas las formas imaginables.
Pero, a pesar de todo, Q había estado allí. Mi monstruo en la oscuridad.
Q me agarró la mano, llevándola a sus labios. “La historia no comenzó en México.”
Fiona frunció el ceño. “¿Oh? ¿Dónde comenzó?”
Mi marca se cauterizó, resonando con el calor de la intensidad de Q.
Me miró, enviando fuego a mi alma. “No es dónde, sino qué.”
Me derretí. completamente derretida por mi  increíble marido. Él me entendía. Siempre me había entendido.
Fiona se inclinó hacia delante, pendiente de cada palabra de Q. “¿Qué?”
“Un número. Todo comenzó con un número. Para mí de todas formas.”
Mi corazón se disparó desde el pecho en las alas de gorrión. Los pájaros llenaron mi cuerpo, mirlos, petirrojos, y palomas.
Sonreí. “Es verdad. Ese fue el comienzo. El resto no importa.”
Las mejillas de Fiona se pusieron rojas mientras Q nunca dejó de mirarme, llenando la habitación de deseo. En cuanto la entrevista había terminado, Q me llevaría.
Y estaría dispuesta a aceptar lo que quería dar.
“¿Qué número?” respiró ella.
Q arrancó la mirada de la mía, encerrándola a ella con el ardor de su mirada pálida. Nos remachaba con su poder, atrapándonos con su red. “Cincuenta y ocho. Todo empezó con cincuenta y ocho. Y ahí es donde mi esposa empezará.”
Miré a mi muñeca, localizando los números por debajo del código de barras y el gorrión. Una vez había sido mercancía para vender. Pero, entonces, los vientos del destino cambiaron e impacté directamente en Q. Su jaula se convirtió en mi casa. Su amor se convirtió en mis alas. Me convertí en su pájaro de principio a fin.
Las lágrimas me pincharon en los ojos. Yo estaba completamente feliz, tan impecablemente satisfecha, tan totalmente completa.
Cincuenta y ocho.
Soy la Esclave Cincuenta y Ocho. La chica que rompió a su propietario.
Mi maestro había hablado.
Comencé.



4 comentarios:

  1. Terminó!!! Me gusto el final. Muchas gracias Aida. Sabes si el siguiente libro es igual de corto?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A mí también me ha gustado el final. El siguiente libro es un poquito más largo, tiene 21 capítulos.

      Eliminar
  2. excelente!!!!!!! gracias aida por tomarte el tiempo de traducir , me lo podrias enviar al correo arlettgabriela@gmail.com

    ResponderEliminar
  3. Siento que el final me quedo debiendo. Mucha historia pero el final me supo a poco

    ResponderEliminar