miércoles, 7 de septiembre de 2016

Capítulo 16

Quincy.
Mi absolución.
Mi tesoro.
Estaba hecho.
Tess era mía.
Legalmente.
Espiritualmente.
En todos los malditos sentidos era mía.
Mis dedos se cerraron en el cinturón, arrastrándola más cerca. Me encantaba tener el control. Tenerla era degradante pero increíblemente poderoso. La ansiedad que tenía, finalmente se había desvanecido. Tenía lo que necesitaba. Tenía su juramento. Poseía su alma.
Mis labios capturaron los de ella de nuevo, enredando con dos emociones. Quería despojarla de aquí y llevármela, lesionarla, que le dieran a los testigos. Pero, al mismo tiempo, quería vencer a Frederick y a Franco por obligar a mi verdad a brillar.
No tenían derecho de vestir a Tess de esa manera o provocar que aceptara que no había nada de malo en nuestra relación. Suzette se había pasado de los límites.
Tess iba medio desnuda. Era mi esposa. Quería que se cubriera.
Pero entonces no serías capaz de mirarla.
Y quería mirar. Malditamente mucho. Tess era una puta obra maestra. Completa, femenina y tan malditamente tentadora.
Apartándome, me reajusté mi pene duro como una piedara. No me había calmado desde que había puesto los ojos en ella cuando entró en la carpa. Su vestido blanco había sido impresionante. Ella había sido impresionante.
Todavía lo es.
Gemí, bebiendo sus ligueros y encajes. Maldita sea, no tenía fuerza de voluntad. Sin control. Ella podía llevar el collar pero se arrastraba alrededor de mi pene. Jadeé por ella. Me sentaría a sus pies y le suplicaría sólo por una lamida. Una gloriosa lamida.
“Mierda, Tess... Te necesito. Necesito hundirme dentro de ti y correrme. Voy a explotar.”
Me dolía el pene que estaba atascado en mis pantalones. Mis bolas palpitaban con la necesidad de correrse. No importaba que mi cuerpo se drenara. Mis sacudidas no eran sólo nervios, eran agonía cortando a través de los analgésicos. Nada me impediría tomarla. No me importaba si estaba mareado. Sexo. El sexo lo haría todo mejor. Sexo con Tess.
La felicidad bailaba por mi espina dorsal.
Sexo con mi esposa.
Tess se echó a reír, acariciando mi pecho desnudo. Siseé entre dientes mientras su suave toque atrapaba un hematoma. El dolor y el placer se dispararon hacia mi erección, ondulándose por la necesidad.
Esto no es un asunto de risa, esclave. Convertiré tus risas en gemidos de éxtasis.
“Yo también te necesito. Pero tienes que descansar, Q. No esperes que me incline ante ti esta noche.”
“¿Inclinarte ante mí? Te quiero tan jodidamente que ignoraría la palabra de seguridad con lo mucho que te necesito.” Tess puso sus brazos alrededor de mi espalda, siguiendo mi tatuaje. “Gorrión, Q. Gorrión hasta que te tenga en la cama.”
Gemí, la rabia me daba energía para pasar los próximos minutos. “Puedes decir gorrión todo lo que quieras, pero no me detendrá para que te folle.”
Tomando la última pieza de ti.
Sus labios se separaron, comprendiendo la amenaza silenciosa. “No puedes, necesitas curarte.”
Acercándola más, murmuré, “Me curaré cuando mi pene esté dentro de tu hermoso culo. Ahora di adiós. Nos vamos.”
De mala gana, la dejé ir.
Con los ojos muy abiertos, ella se alejó a abrazar a Suzette. La correa de su collar tiró de mi puño. Abrí los dedos, dejándolo ir.
Ella fue tragada por la pequeña multitud, recibiendo todas las felicitaciones. Cada invitado me robaba tiempo con mi esposa. Tiempo. Ese hijo de puta que se interponía entre mi objetivo y yo.
Tess desapareció bajo buenos deseos, la única parte de ella que era visible eran sus rizos sueltos y el tocado negro de plumas. Mierda, necesitaba cubrirla. Maldije a todos los que estaban admirando su belleza. Quería sacar sus ojos para ver lo que era mío, pero el orgullo masculino templaba mi rabia. Era mía. No de ellos. Nunca les permitiría tocarla. Sólo yo.
No importaba. Mi pene estaba demasiado duro. Mis instintos estaban demasiado salvajes.
Irrumpí hacia delante, tirando de mi chaqueta para lanzarla sobre el cuerpo de Tess.
Entonces la oscuridad sofocó mi mundo mientras el pequeño hijo de puta que habló durante la boda, se retorció entre la multitud e interceptó a Tess. Él le dio un golpecito en el hombro.
Ella se volvió hacia él.
Ella se volvió hacia él, sonriendo, llevando el corsé sexy y ropa interior negra. Sus pechos seduciendo, derramándose sobre la piel flexible. Sus largas piernas cerraron la distancia en un abrazo.
Ella lo abrazó, joder. Vestida así.
Quiero su sangre.
Mi corazón disparó adrenalina dolorosa a través de mi cuerpo. Ninguna cantidad de disparos o costillas rotas me iba a detener para golpearle. Tirando la chaqueta, cerré la distancia. “Tess, aléjate de él.” Quitándole de los brazos de Tess, cerré mi chaqueta alrededor de Tess.
Ella abrió la boca, empujando mi chaqueta que la hacía prisionera. “Q... ¿qué...?”
Respiré con fuerza, sin apartar los ojos del pequeño hijo de puta que había tenido sus manos en mi esposa.
¿Qué coño hacía él en mi boda?
“Q, cálmate. No estás pensando con claridad.” La voz de Tess sólo me molestó.
El chico apretó el brazo alrededor de una bonita morena vestida de amarillo. La llevó hacia delante, distrayéndome y mostrándome intencionadamente que él tenía su propia chica y respetaba que Tess era mía. “Tienes un tatuaje muy guay, amigo. Nunca he sido fan de agujerearme a mí mismo, pero puedo apreciar el arte.”
Tess saltó. “Q, este es Brax Cliffingstone y su novia, Bianca. Ellos han viajado desde Australia para ver nuestra boda, así que podrías agradecerles que hayan venido.”
¿Agradecerles? Han venido gracias a mi dinero. Suzette me presentaría, sin duda, una factura de una milla de largo cuando volviéramos a casa.
“Brax, Bianca, este es mi marido, Quincy Mercer. Podría seguir sobre lo increíble que es, pero es irrelevante, podéis adivinar lo especial que es porque me casé con él.”
Marido.
Ella me llamó marido.
Especial.
Ella me llamó especial.
Sus palabras se comieron un poco de mi ira, relajando mis músculos chirriantes.
Sus ojos azules se encontraron con los míos, la aprehensión se enredaron con falsa valentía. “Hola, amigo. Encantado de conocerte finalmente.” Me tendió la mano. “Felicidades. Estoy muy contento de que hayan sido capaces de resolver cualquier problema que tuvieron. Estoy feliz por vosotros.”
¿Qué demonios le había dicho Tess a este delincuente? Sus correos electrónicos. Mis dientes se apretaron. Los correos que se enviaron cuando ella me bloqueó. Ella había hablado con él cuando ella no podía hablar conmigo.
La frustración y la ira crecieron, recordándome el intenso dolor que Tess había causado.
Sus ojos cayeron sobre el escote de Tess. Fue fugaz. Pero lo hizo.
Giré el cuello. Apreté los puños.
Sí, no podía hacerlo. Lo mataría.
Grité, “Suzette. Dame algo para cubrir a Tess o yo…”
Un vestido negro y bordado apareció de la nada, haciendo coincidir los gorriones de color carmesí de mi chaqueta de terciopelo. “Aquí lo tienes. He venido preparada.” Suzette me dio una mirada cautelosa, sosteniendo el vestido envolvente de Tess. Tiré la chaqueta, empujando a Tess hacia Suzette.
Tenía que admitir que Suzette había hecho un maldito trabajo increíble, quería matarla, pero se merecía un aumento sustancial por hacer todo esto en cinco días.
Me martilleaba el corazón mientras Tess se metía en el vestido. Suzette lo aseguró con un gran arco en la parte posterior. En cuanto Tess estuvo encerrada en algo adecuado, me relajé un poco. Sólo un poco.
Tess sonrió. “Gracias. Me siento mejor al no estar tan expuesta.”
Yo también. Había estado dispuesto a matarlos a todos.
Suzette sonrió. “No es que tengas alguna razón para ser tímida, pero lo entiendo.”
Maldita sea, mis nervios. El monstruo dominante dentro de mí merodeaba, chasqueando su mandíbula. La bestia quería ser suicida. Me sentí amenazado. Amenazado por un chico del pasado de Tess.
No había ninguna razón para estarlo. Pero trato de decirle eso a una bestia que no escuchaba.
No es más que un chico tonto que nunca merecerá a Tess. Yo, por el contrario, todavía no la merecía pero ella se casó conmigo.
Un dolor de cabeza eclipsó el resto de mis lesiones. Me las arreglé para desbloquear mi mandíbula, lo suficiente para decir, “Gracias. Y lo siento por mi mal genio.”
Escaneé la habitación por costumbre, en busca de alguien fuera de lugar. Los invitados sonrieron, dando vueltas ahora que el servicio había terminado. No es que fueran invitados. La señora Sucre no contaba, ni Frederick, Angelique o Franco. No había una cara desconocida. Aparte del gilipollas que estaba frente a mí.
“Está bien, compañero. Totalmente entendible.” Asintió Brax, abriendo la boca para decir algo igualmente molesto con su acento australiano.
No podía hacerlo.
Gruñendo en voz baja, le dije a Suzette, “Estás en un buen lío por haberlo invitado.”
Tess frunció el ceño, golpeando mi hombro. “Q. Eso no es justo. Lo hizo por mí.” Sonriendo suavemente al gilipollas, agregó, “Lo siento, Brax. Q ha pasado por mucho estos últimos días. Realmente debemos irnos. Necesita descansar.”
Un géiser de temperamento explotó de mi boca. “¿Me acabas de llamar débil, Tess? Soy perfectamente capaz, muchas gracias. No voy a desmayarme por una simple conversación.”
El gilipollas saltó. “Ey, no te pongas loco con ella. Mira, tal vez no debería haber venido aquí, pero quería ver a Tess y asegurarme de que estaba feliz. La quiero. Quería desearle todo lo mejor. Y a ti también, si dejas de ser un idiota.”
Mierda, eso es.
Gracias a Dios que no llevaba una camisa porque hubiera terminado salpicada con su sangre.
Tess saltó en medio de nosotros. “Brax, para. Q, no le juzgues hasta que lo conozcas. Es un buen amigo y necesitas…”
“No necesito hacer nada, esclave. Él te ha visto desnuda. Nunca seré su amigo. Así que no esperes que seamos amigos de rugby y putos unicornios.”
Tess se sopló los rizos de los ojos, había exasperación en lugar de miedo en su rostro. Eso me irritó aún más. ¿Era incapaz de infligir dolor?
Puedo rectificar eso.
La chica de amarillo se echó a reír. “Dudo que nos volvamos a ver a partir de hoy, pero si te hace sentir mejor, tu esposa ha visto a mi novio desnudo también y no quiero golpearla.”
Mis ojos se ampliaron. No podía conseguir una respuesta. Odiaba la idea de que Tess estuviera cerca de este chico. Odiaba pensar que alguien había sido dueño de su corazón. Estaba más allá de celoso. Estaba malditamente posesivo y la bestia en mi interior lo hacía peor.
Quería mear en un círculo alrededor de Tess, alegando que ella era manifiestamente mía.
Cálmate, idiota.
Mi corazón se aceleró, pero Tess se echó a reír. “Me alegra que no quieras hacerme daño, Bianca. Estoy feliz de que Brax y tú estéis juntos. Y, por favor, acepta mis felicitaciones y las de Q.”
Ella no tenía derecho a ofrecer algo mío. Quería salir de esta isla, sin intercambiar cortesías.
Mi costilla me empezó a doler, dejando que un abrazo de dolor llenara mi pecho. Dios, estoy cansado.
El gilipollas sonrió. “Le pregunté a Bianca si quería casarse conmigo hace dos semanas. Sé que es muy rápido, pero a veces se sabe, ¿verdad?”
Tess se suavizó, mirándome. Mi ira se fue agotando y la reemplazó un deseo de venganza. Mi pene saltó arrastrándome bajo su control otra vez. Maldita mujer y su magia. “Estoy totalmente de acuerdo. El tiempo no significa nada cuando se sabe.”
Tragué saliva, intentando mantener el deseo sexual de mis ojos. Olvidándome del gilipollas, él no era nada para mí, le murmuré a Tess, “A veces todo lo que necesitas es una mirada.”
Los labios de Tess se separaron y la tensión de los últimos minutos no significó nada. El deseo entre nosotros lo consumía todo y estaba hecho con este lugar.
Estrechando mi mirada, murmuré, “Es hora de que dejes de jugar con los invitados. Vas a venir conmigo.”
Tess se sonrojó. “Eso sería grosero. No podemos sólo…”
“Sí. Nosotros. Podemos. Ahora, Tess. Por favor.” Ella no estaba siendo justa. Era uno de los heridos. Necesitaba cuidados. Estas personas podrían esperar hasta que hubiera tenido a mi esposa debajo de mí, encima de mí, atada y violada. “No quieres que te pregunte de nuevo. No te gustará lo que voy a hacer.”
Suzette rompió la gruesa tensión. “No podéis iros. Todavía no. Tengo una pequeña recepción planificada en la siguiente puerta.”
No podía pensar en nada peor.
Estaba casado. Quería que todas las personas se fueran. Quería estar solo con la única persona que realmente me entendía. Quería a mi esposa.
“No. Suzette. Reorganízalo. Mañana, no me importa.”
“Lo siento, Suzette.” Tess se encogió de hombros. “Q realmente debería descansar.”
Me quejé. Odiaba pensar que estaba herido. Quería una cama, sí, pero no estaba pensando en quejarme de mis lesiones y de ir a dormir.
¿Ella no sentía todo lo que le estaba transmitiendo? ¿Ella no entendía que podría sufrir fractura de ambas piernas y todavía necesitar estar dentro de ella?
Bien. Si logramos escapar más rápido me gustaría jugar el ángulo de pacientes pobres. “Ya sabes. Me siento un poco cansado, necesito estar en la cama con mi esposa.”
Tess me lanzó una mirada mientras el gilipollas contuvo un jadeo.
Mis ojos estaban apretados, cogiendo su inociencia, su inocencia pomposa. Este chico no tiene nada de mí. Podría estallar y derrotarlo. ¿Qué vio Tess en él?
Frederick me pasó de repente un brazo por los hombros, mirando hacia Brax. Empujando su traidora mano, sonrió. “Hola. Encantado de conocerte. Soy Frederick Roux. Socio de negocios de este novio amargo.”
El gilipollas medio sonrió, tomando el apretón de mano que le ofreció. “Encantado de conocerte. He investigado tu empresa. Felicidades por todos tus éxitos.”
Frederick se echó a reír, empujándome. Mis dientes se sujetaron entre sí por haber sido maltratado, sobre todo porque ponía de relieve lo mucho que necesitaba dormir. Joder, dolía.
“No, no es mi empresa. Todo es de este chico. Él es la mente maestra.” Dándome palmaditas en la espalda, haciéndome gemir, añadió, “Felicidades, Mercer, Tess. Estoy tan feliz por los dos.”
Tess emitió un rayo de luz, pasándose los dedos por el pelo. “Gracias por todo lo que hiciste por nosotros, Frederick. Roma y Lynx... tú sabes…”
Mi estómago se revolvió, pensando en lo cerca que había estado de perderla. Mis dedos encontraron el rastreador debajo de mi piel. Tendría que quitármelo. La pistola eléctrica que Lynx había usado lo habría roto, pero al menos había hecho lo que necesitaba.
Costó muchísimo dinero pero eso me trajo mucha protección.
El gilipollas nos miraba, su frente se arrugó. “¿Pasó algo?” Sus ojos se estrecharon. “¿Eso es lo que ocurrió en los últimos días? Parece que has estado en una pelea bastante seria.” Su mirada parpadeaba hacia Tess. “No estás en peligro de nuevo, ¿verdad Tessie?”
Tosí.
Un tornado y un remolino de ira me desgarraron.
“¿Tessie?” Mi voz era como un látigo delgado y una cuchilla afilada. Mi cuerpo seguía dolorido, los analgésicos lo calmarían un poco, pero todo lo que quería era una pelea. Quería a este idiota muy lejos de las Seychelles. Lejos de mi esposa. Lejos de cualquier reclamación que pensaba que él había estado con mi mujer.
Nunca la llames así.”
Tess presionó su forma cálida contra la mía. “Q... no. Brax me llama Tessie. Es un apodo completamente inocente.” Volviéndose hacia Brax, ella terminó. “Y no, no estoy en peligro. Ya no. Gracias a Q.”
“Pero tú lo estarás si la llamas así de nuevo,” le espeté.
Me dolían los puños, querían estar en su mandíbula.
Suzette llegó, sonriendo, completamente ajena a la disputa que había entre nosotros. “Tengo el papeleo que requiere la firma. Por favor, elige a los dos testigos y venid conmigo.”
“Justo a tiempo,” murmuró Roux, lanzándome una mirada. “Vamos, Mercer. Voy a ser testigo de otro de tus documentos.” Siguió a Suzette.
Tess me dejó ir, agarrándose a Suzette. “¿Me harías el honor? Por favor.”
Los ojos de Suzette se pusieron vidriosos. Ella me miró a mí y luego a Tess, sosteniendo su corazón. “Me encantaría.”
Estupendo. Malditamente fantástico. Sin embargo, más tiempo me impedía tener a mi esposa desnuda. Esto habría terminado en un segundo. Me iría. Con o sin Tess. ¿A quién estaba engañando? Nunca la dejaría, especialmente con el gilipollas aquí.
Tres de nosotros seguimos a Frederick, dejando al imbécil y a su pequeña novia. Suzette había establecido una estación con una pequeña mesa, una carpeta de cuero y bolígrafos. Un trozo de papel descansaba en la parte superior.
Suspiré.
Toda esta mezcla después de la maldita boda estaba gastando mis nervios. No sabía si el dolor me ponía de mal humor o el hecho de que Tess estaba invadiendo mi futuro. Sólo quería irme.
Pronto. Firmar y sería libre.
La parte superior del papel tenía un broche de oro intrincado con las palabras:

Esto es para certificar que Quincy Mercer II, descendiente de Quincy Mercer I y Veronica Fable, se casó con Tess Olivia Snow, descendiente de Stephen Snow y Mary Carlton, ambos en plenas facultades físicas y mentales, en santo matrimonio ante los testigos de…

“Firma aquí, señor Mercer.” El celebrante señaló una columna donde ponía 'novio'.
Cogiendo la pluma, escribí mi nombre y luego firmé. El simple acto de coger la pluma agravó los músculos de mi brazo por las malas habilidades de bateo de Lynx.
Necesitaba más drogas, especialmente si había planeado entregar mis amenazas a Tess.
Debajo de mi firma, cambié de novio a marido.
Mierda.
Marido.
Me golpeó por segunda vez.
Soy el marido de Tess.
Esta vez era un ariete en comparación con la diminuta comprensión. Yo era suyo. Para siempre.
El calor del cuerpo de Tess grabado en el mío, alcanzando la pluma. Plantando un casto beso en mi mejilla, escribió su nombre... y luego se detuvo.
Mi corazón tartamudeó mientras la pluma se movía sobre la firma 'esposa'.
“¿Debo firmar con mi viejo nombre o...?” Su voz se apagó, sus ojos se encontraron con el celebrante.
El hombre sonrió. “Su nuevo nombre, por supuesto. Si está tomando el apellido de su marido, firme como Tess Mercer.”
Ella se congeló.
Todos los instintos y sentidos bestiales brotaron con alerta máxima. Traté de ver más allá de su capa exterior, en busca de la verdadera razón por la que no quería firmar el formulario de mierda.
Tragándome el temperamento, dije tan suave como pude, “¿Estás bien?”
Ella me miró a los ojos, las lágrimas hacían brillar sus azules tan azules como el mar. Casi me caí de rodillas con el amor incondicional y puro que había en sus profundidades. “Ya no soy Tess Snow.”
Mi estómago se retorció al pensar en la chica que había visto transformarse en una mujer. Desde que desperté con su susurro en mi oído en la casa de Lynx, había sabido que ella había dado un giro irrevocable. Dejó a Tess Snow atrás en el momento en el que se manchó la mejilla con la sangre de su víctima. Ella extendió sus alas y se elevó, poniendo su pasado donde deberías estar y abrazar todo lo que siempre había esperado que haría.
Cada vez que la miraba lo sentía, sentía la profundidad y la dulce depravación de mi mujer. Nunca había tenido la intención de cambiarla, pero ella se había cambiado a sí misma. Ella se había convertido en más, en más en todos los sentidos.
Ahuequé su mejilla, rozando su nariz con la mía. Rastreando su garganta, acaricié la parte superior de la marca, la única parte visible por encima de su cuello. Ella se estremeció, mordiéndose el labio.
“Te has alejado de ese nombre, esclave. Ya no te define.”
“¿Qué me define?” susurró ella.
“Tu invencibilidad. Tu convicción. Yo.”
“¿Tú?”
Mis dedos flotaban sobre su cuello, tirando de su correa. “Sí. Tú llevas mi nombre ahoras. Llevas mi fortuna.”
“Soy Tess Mercer.” Su voz suave se dirigió a mi pantalón, ruborizando mi cuerpo con deseo. Mi pene se retorció en mis pantalones, listo para cogerla. Listo para terminar esto.
“Eres mucho más que eso.”
“¿Qué?”
“Eres mía.”
“Tuya,” respiró ella, balanceándose presionó sus labios contra los míos. En el instante en que su boca suave me tocó, mi visión se convirtió en incolora. La cuenta atrás para tenerla en la cama aumentó.
No iba a durar mucho más tiempo. No podía durar mucho más tiempo.
Sus labios me besaron a lo largo de mi pómulo, finalizando en la concha de la oreja. “Voy a rechazarte, esposo. No pensaba que estuvieras lo suficientemente fuerte como para follarme. Pero no has dejado de hacer el amor conmigo desde el momento en el que entré en esta carpa. Creo que estás lo suficientemente fuerte. Y quiero que me alejes de aquí. Llévame por completo.”
Ella se retiró, el permiso ardía en sus ojos. “Soy toda tuya. Cada pulgada.” El miedo había desaparecido, me dejaba explorar su parte final. Atrás quedó la duda de explorar lo inexplorado.
Mis músculos se bloquearon en su lugar, luchando contra un estremecimiento de todo mi cuerpo. Mi pene golpeó la hebilla del cinturón, exigiendo tenerla ahora.
Tess me dejó de pie como un tonto, sellando el contrato de matrimonio con un movimiento de su muñeca. Tess Mercer.
Mi Tess.
Mi esclave.
Frederick cogió la pluma con un guiño. “La estás mirando como si estuvieras a punto de comértela. Mejor que se vayan antes de que le den un espectáculo a los invitados.”
Dejé que él terminara de firmar antes de darle un puñetazo en el hombro. “Estamos aquí sólo porque somos prisioneros de Suzette.”
Suzette se echó a reír, cogiendo la pluma. “Bien, sé cuándo un hombre está sufriendo. Os podéis ir. Reorganizaré la recepción para mañana.”
Un brazo grueso se encajó entre nosotros, garabateando ilegible en el papel por debajo de las cuatro firmas.
¿Qué...?
Miré por encima del hombro. Franco.
Él se encogió de hombros. “Ey, no podía dejar que se engancharan sin la calidad superior de tu guardia personal favorito. Acabo de hacer esa cosa de fiar.”
Puse los ojos en blanco. “Confío en ti para arruinarlo todo.”
Franco se rió entre dientes, dándole a Tess un abrazo. Se había quitado la chaqueta gris, revelando la camisa blanca que llevaba debajo. Su cabestrillo hacía juego con el tejido, ocultando el hecho de que estaba lesionado. Más o menos. Le habían cambiado el vendaje que estaba alrededor de su mano, y en cuanto pudiera respirar sin necesidad de hundirme en Tess, buscaría a un médico de clase mundial para que reemplazara su pulgar.
Él también recibiría una gran bonificación.
Apartándose de Tess, Franco dijo, “Te ves increíble. Estoy muy feliz por los dos. Siempre te cuidaré las espaldas, Tess. Te has ganado mis respetos.” Tess bajó los ojos, inconscientemente, tirando del collar alrededor de su garganta. Su escote era profundo y malditamente tentador.
“Siempre estaré en deuda por ayudarme a traerlo de vuelta. Creo que te mereces unas largas vacaciones y alguien que te consienta.” Sus ojos se clavaron en Suzette, no fue en absoluto sutil y demasiado insinuante.
Ah, por el amor de dios, ¿qué pasaba con que las bodas llevaban a otras bodas?
Ella añadió, “No seas idiota, Franco.”
Su boca se abrió; sus ojos se abrieron.
Agarré la correa de su cuello, envolviéndola alrededor de mi puño. “Basta, esclave. Lo averiguará. Y si no lo hace, hay un montón de otras partes del cuerpo que pueden ser cortadas para hacerle comprender.”
Franco balbuceó. “Oye, ¿qué?” Sus ojos verdes se posaron en Suzette que se puso de color rojo brillante. Tosió, retrocediendo, con las puntas de las orejas en llamas.
No tenía tiempo para la vida de otras personas. El mío era todo lo que quería y estaba hecho para ser el centro de atención.
Tirando de la correa, el collar se deslizó un poco, brillando con una inscripción: propiedad de Q Mercer.
Mis ojos se cerraron de golpe. Estaba arruinado. En lo alto con la necesidad de reclamar.
Mi pene se movió, arañando su camino a través de los pantalones hacia mi esposa.
Sí, nunca quitaría ese collar.
Que le jodan a la recepción. Que le jodan a los invitados. Estaba listo.
“Nos vamos,” le espeté.
Los ojos de Tess se abrieron pero, poco a poco, asintió, saboreando mi necesidad, haciendo eco de nuevo.
¡Estoy casado! Sobreviví. Y ahora quiero reclamar a mi esposa.
“Aguafiestas,” murmuró Frederick con buen humor. Me apretó el hombro, crujiéndome en un abrazo doloroso. “Lo suficientemente justo. Podemos tener la recepción mañana en la playa. Estoy seguro de que Suzette tiene eventos para que podamos disfrutar unos pocos días.”
Franco puso los ojos en blanco. “Esa mujer es una molestia. Está demasiado malditamente organizada y, ¿cuando se ha convertido en tan malditamente preciosa?” Sus ojos se perdieron con Suzette que se había apartado de nuestro grupo, volviendo con Angelique.
“Desde siempre,” afirmó Tess, cruzando los brazos.
Franco frunció el ceño. “Olvidas que fui yo el que la llevó a casa de Q. No pesaba nada más que una bolsa de plumas, tenía el pelo rapado, su piel estaba cubierta de quemaduras y sus dedos estaban completamente destrozados.” Apretó los ojos, mirando cómo Suzette se reía con Angelique. “La he visto en su peor momento. Todo lo que veo es una chica rota que necesita mucha ayuda.”
Estoy de acuerdo completamente. Ese también fue mi problema. “Así es como la veo yo también. Pero tal vez es hora de que la miremos con ojos nuevos. Ya no es esa chica.”
Miré a Suzette, realmente viendo a la mujer fuerte en la que se había convertido. El orgullo me llenó. En comparación con la esclava rota que había sido, era incomparable.
Los ojos de Franco se abrieron como si viera a Suzette por primera vez. Se aclaró la garganta.
“Debes hablar con ella, Franco, llega a conocerla,” le animó Tess.
Le lancé una mirada a Tess. Eso era suficiente. Odiaba la manipulación en la vida de las personas y Franco tenía que hacer lo que quisiera. Era una mierda si no podía ver más allá del pasado.
El celebrante colocó el acuerdo de la boda firmado en una carpeta negra, pasándomela a mí. “Felicidades. Os deseo una vida de felicidad.”
Agarrando el documento que guardaría para siempre, le murmuré, “Más que una sola vida. Gracias.”
Manteniendo la correa de Tess apretada en mi puño, marché hacia delante, esperándola. ¿Qué, como un maldito perro?
Maldita sea, mis pensamientos estaban fuera de lugar. Necesitaba silencio. Sólo nosotros. Deslizando una mano por mi cara, tiré del cuero. “Tess... vamos.”
Ella se adelantó, sus labios jugando con el ceño fruncido y una sonrisa. “Realmente tienes que frenar tu temperamento.”
Le mostré los dientes. “Demasiado tarde para tratar de cambiarme, esclave. Te has casado conmigo, sabiendo muy bien quién era yo.”
Y al hacer eso me hizo el hijo de puta más afortunado.
Ella se echó a reír. “No me gustaría cambiarte.” Sus ojos fueron a Angelique y Suzette que estaban de pie hablando con el gilipollas y Bianca. “Debería ir y decir adiós, no quiero ser grosera y abandonar a todo el mundo.”
Negué con la cabeza. “No. Vas a venir conmigo. En este instante.”
No volvería al puto triángulo de las Bermudas después de la política de la boda. Apenas nos habíamos encontrado en libertad y había pasado demasiado tiempo.
Frederick pasó por delante, en dirección a su esposa. “Yo se lo diré a todo el mundo, Tess. Ellos lo entenderán.”
Sus mejillas se pusieron rojas. “Ok, gracias. Supongo que nos veremos mañana.”
Seguro que no. No iba a dejar la habitación en semanas.
“Sólo si eres capaz de caminar,” respiré en su oído.
Su cuerpo se sacudió y me dio la oportunidad de envolver mi brazo alrededor de ella, guiándola hacia la salida. “Si te atreves a hablar con otra persona antes de irnos, te pondré sobre mis rodillas delante de todos.”
Y me encantaría. Mi estómago se revolvió ante la idea de tenerla finalmente sola.
Tess respiró con fuerza, sus pechos subían y bajaban. “No debes ponerte furioso. Tu corazón necesita descansar.”
Me eché a reír oscuramente. “Deja que yo me preocupe por mi corazón, tú preocúpate del tuyo.” Parando junto a la puerta, le susurré, “Debido a que lo sacaré fuera de tu pecho con lo que voy a hacerte.”
Tess se movió, rozando las cosas que no necesitaban otro estímulo.
Inspeccionando la tienda de campaña negra, suspiré con satisfacción. Todo se había hecho realidad. Tess ya no estaba rota. Yo había luchado contra los bajos fondos y había ganado. Y ahora, ahora tenía la intención de pasar unas semanas recuperándome en esta isla y haciendo el delicioso amor con mi esposa.
Presionando a Tess contra mi erección dura, murmuré, “Quiero verte desnuda. Quiero que sólo lleves el collar y tus zapatos de tacón.” Empujándola a la luz, gruñí, “Vamos, esclave. Tiempo para consumar.”


Tess estaba delante de mí, respirando con dificultad.
Cerré la puerta corredera, procediendo a bajar cada cortina para que nadie pudiera vernos. Sin embargo, no estaba oscuro, gracias al sol que entraba desde el techo de cristal.
No podía dejar de mirar el collar que tenía alrededor de su garganta. Te quiero desnuda. Quiero conducirme dentro de ti sosteniendo la correa.
Mi corazón se aceleró, quemando los analgésicos que quedan en mi sistema. Me dolía cada pulgada del cuerpo, pero lo único que quería era a Tess. No me importaba el ardor en las piernas o la ligera punzada cada vez que mi corazón latía demasiado rápido. La herida de bala en mi pierna no tenía ninguna posibilidad contra el deseo en mi sangre.
Podía recuperarme más tarde. Ahora mismo tenía deberes conyugales que realizar.
“Entra en el dormitorio, esclave.”
Planeé un juego más para terminar nuestra luna creciente.
Tess era mí de todas las formas imaginables. Ella era de nuevo la mujer fuerte y sorprendente de la que me enamoré y hoy me gustaría terminar mi reclamación.
Ella me había dado permiso.
Ella estaba lista.
Me gustaría terminar lo que empecé en Tenerife.
El estrés de la boda dejó mi sistema, dejándome sensato y capaz de concentrarme en nada más que en ella. El mundo era intrascendente ahora que estábamos solos. confiaba en el equipo de guardaespaldas que flotaban alrededor del atolón para mantenernos seguros. Confiaba en que mis amigos se mantuvieran lejos de la villa hasta que estuviera seco y Tess apenas pudiera caminar.
Y confiaba en que mañana, podría ser capaz de ser más amable con el gilipollas, después de recordarle a Tess con quién iba a pasar el resto de su vida.
Tess no se había movido.
“No voy a pedírtelo de nuevo. Pasa al dormitorio.”
Tess inclinó la cabeza, mirándome con los ojos bajos. “¿Q?”
Me moví un poco hacia ella, sufriendo un picor rápidamente con la necesidad de perseguir, de cazar.
Voy a consumirte, esposa.
“¿Sí, esclave?” Bajé la mirada hacia abajo; mi boca se hizo agua por quitarle el vestido. Quería beber su cuerpo perfecto, para babear en el puto corsé tentador.
Quería mirar, ahora que nadie más estaba observando.
Tess avanzó hacia atrás, activando la bestia de mi interior para que se sometiera a mí. “Te estoy dando la última parte de mí, pero tengo una petición.”
Mis piernas se bloquearon. ¿Una petición? ¿No quiere dolor? ¿No quiere áspero? Mis ojos buscaron sus ojos, pero sus secretos estaban ocultos.
Incliné mi cabeza. “Una petición…”
Su mirada brillaba con amor. “Pido que te cuides. Déjame hacer el trabajo si es necesario. No quiero que se rompan los puntos de sutura o te de un ataque al corazón. Déjame que sea yo quien te folle a ti.”
Tiré mi cabeza hacia atrás, escapándose una risa ruidosa. “¿Crees que soy malditamente frágil?” El humor bailaba en mi voz. “Te voy a mostrar quién es frágil, Tess. Deberías saber que el dolor me enciende. No importa lo golpeado que esté. No me importa tener agujeros y cortes. Todo lo que me importa es tu coño.”
Sus mejillas se pusieron rojas. Sin apartar sus ojos de los míos, avanzó lentamente hacia el pasillo, caminando hacia atrás, balanceando las deliciosas y tentadoras caderas, sus tacones rojos haciendo clic en los azulejos.
“Estoy obsesionado con tocarte, probarte, follarte. Nada más importa. ¿Lo entiendes?”
Me moví hacia delante con ella, escondiendo mi cojera, maldiciendo el dolor en el muslo.
Su respiración era poco profunda, pinchazos de color de tinta sobre su pecho. “Entiendo. Estás sufriendo la misma enfermedad que yo.” Se mantuvo yendo hacia atrás. Cada paso que daba, mi pene se ponía más duro.
“¿Qué enfermedad es esa?” susurré, mis puños se abrían y cerraban con anticipación. Su piel estaba perfecta otra vez. No había quemaduras de cera o marcas de mordeduras. Necesitaba rectificar eso. Después de todo, esta era la consumación de nuestro matrimonio.
“No puedo dejar de pensar en tus dedos dentro de mí o tu lengua lamiéndome. Y, maître…” Tess arrastró sus delicados dedos a lo largo de la pared, siguiendo la curva hacia la habitación.
Me quemaban los oídos por el resto de la frase. Entré en el espacio, arrinconándola hacia el centro de la habitación. “Vamos... ¿qué ibas a decir?”
Dime. Joder, dímelo antes de que explote.
En cuanto ella se detuvo, su respiración se aceleró, enviando a la inocente habitación una necesidad embriagadora. Su pecho subía. “Me encanta tu pene, marido. Tu grueso, largo y delicioso pene. Quiero chuparlo. Quiero morderlo. Y cuanto estás empapando mi boca quiero…”
Joder. Mi estómago se rompió en pedazos.
Irrumpí hacia ella, agarrando un puñado de cabello. “¿Qué, esclave? Qué. Dímelo.” Mi pene latía. Se quejaba por la mamada que había descrito de manera tan elocuente.
Sus ojos se clavaron en los míos. “Cuando estás mojado, quiero que me folles. Cojas mi virginidad. Me llenes. Me reclames. Porque todo de mí es tuyo.”
No podía hacerlo.
Rompí mis labios sobre los de ella, gimiendo profundamente en su boca. Su lengua se enfrentó a la mía como si hubiera esperado una alusión a la violencia para desentrañarla. Su gemido se hizo eco en mi corazón mientras nos devoramos el uno al otro en un beso rápido y feroz.
Rompiéndolo, nuestros ojos se encontraron. La vida que yo había vivido dejó de existir. Estaba en el borde mientras mi pasado se absorbía, dejando mi alma tarareando con carácter definitivo. Era como si iniciara un capítulo nuevo. Una página en blanco, inmaculada con maldad, enfermedad o dolor. Completamente nuevo, completamente listo para nuestra nueva vida juntos.
No podría describir la libertad que silbaba dentro de mí. Saber que podría perjudicar a esta mujer y a ella le encantaría, pero no tenía que hacerle daño. La bestia incesante y el monstruo, finalmente aprendió a ser... suave. Mi temperamento se desvaneció, dejándome suave, verdaderamente suave por primera vez en mi vida.
“Tess…” Le cogí la mejilla, maldita y locamente enamorado de ella. Mis ojos cayeron a su cuello y luego a su vestido. La bestia arañó un poco, tomándome el pelo con la imperiosa necesidad de purgar la ropa y tirarla sobre la cama.
Pero el lado más suave era más fuerte por una vez. Me gustaría tener a Tess, el último trozo de ella, pero lo haría de una manera que nunca había hecho. Una manera que nunca pensé que iba a ser capaz de hacer.
Una manera que nunca pensé posible.
Dulce. Amoroso. Domesticado.
No habría ninguna necesidad de juegos, golpear o jugar con sangre. Por un maravilloso momento, quería suave. Quería sentir su aliento en mi piel y no las uñas. Quería estremecerme bajo sus labios y no sus dientes. Quería hacer el amor.
No quería pelear.
“Eres preciosa,” murmuré, drogándome a mí mismo con ella. Mis dolores y molestias se desvanecieron, perdiendo el poder sobre mí cuanto más tiempo me quedaba en sus brazos.
Su cara se dio la vuelta, con una sonrisa en los labios. “Eres hermosa. Más que hermosa.” Sus manos se posaron en mi pecho, sus dedos presionaban muy ligeramente mi tatuaje. “¿Puedo, maître?”
Me pesaban los ojos, pero no con dominación. Con amor. Ella me fascinaba por completo, dejándome esparcido en este nuevo campo de juego donde las caricias y los besos eran más bienvenidos que las mordeduras y los gritos.
Asentí con la cabeza, aspirando una bocanada de aire mientras sus dedos se deslizaron por mi pecho, en dirección a mi cintura. Dando un paso delicado, montó su cuerpo contra el mío en el abrazo más dulce.
Yo no podía respirar. Apenas podía mantener la emoción burbujeante a través de mi alma retorcida y lo expulsaba por mis ojos.
Mi barbilla descansaba sobre su cabeza, reuniéndola conmigo, apretándola en un abrazo interminable.
“Estamos uno con el otro, Q.” Tess presionó un beso en la marca sobre mi corazón. “No quiero que volvamos a estar separados. Sé que vamos a pelearnos y discutir, pero nunca dejaré de amarte.”
Mis brazos se anillaron con más fuerza. Mi pene creció más. Mi pecho se sentía demasiado pequeño para contener el amor de tamaño triple-cuádruple que crecía dentro.
Apartándome, dije, “Nunca vamos a estar separados. Incluso cuando esté enfadado, todavía serás capaz de derretirme con una palabra. Incluso si sigo siendo un idiota, todavía me inclinaré ante ti y sólo ante ti.” Dejando caer la cabeza, le susurré contra su boca, “Te pertenezco, Tess.”
En cuanto sus labios tocaron los míos, la página inmaculada de nuestro futuro salpicó con la vida. Un futuro que tenía el privilegio de vivir desplegado ante mis ojos: imágenes de Tess descalza y riendo. Los colores de los pájaros, alas y felicidad. Cada ideal venía y se iba con un lavado de tinta, dispersándose con recuerdos desconocidos.
Tess gimió cuando mi lengua entró en su boca, lamiéndola, saboreándola. Sus labios se abrieron, dándome la bienvenida más profunda.
Nuestras cabezas estaban inclinadas, siguiéndonos el uno al otro en perfecta sincronía mientras el beso se convertía en más apasionado. Su aliento me llenaba los pulmones; los dedos me quemaban al tacto.
Sin romper el beso, encontré el arco en la parte baja de la espalda, deshaciendo el sistema de seguridad. Tras el material ondulante, solté el vestido.
Tess se quitó la seda, dejándola caer de sus hombros. Sus manos se deslizaron por mi espalda hasta mis brazos, quitándome la chaqueta con la misma intoxicación lenta.
Nuestro beso continuó, los labios se bloquearon, nuestros corazones se vincularon mientras mi chaqueta caía al suelo. Sus manos fueron a mi cintura, quitando rápidamente la cremallera y el botón, permitiendo que los pantalones cayeran como una cascada por mis piernas, dejándome completamente desnudo. Mi pene saltó hacia arriba, liberado de su prisión, un ruido sordo contra mi estómago. Me pinchó la cabeza con contusión, un pequeño trasfondo de dolor en este sueño de lujuria. Pero todo fue molido, por lo que el dolor no importaba. Todo el dolor se convirtió en un gran dolor. Y Tess era el dolor más grande de todos.
Ella me afectaba justo donde importaba.
Era inmortal sosteniendo a mi amante.
Tess trató de apartarse, pero mantuve su boca pegada a la mía. Ella gimió de nuevo mientras la besaba más profundamente, saboreando cada bocado, exigiendo su máxima atención. Con los dedos me encontré con las pinzas del cinturón de la liga y lo solté. Alcanzando alrededor, quité el primer cordón del corsé, trabajando poco a poco, bromeando con su espalda.
Eres mía para desenvolverte. El último regalo.
¿Qué demonios he hecho para merecerla?
Con cada encaje aflojado Tess se estremecía, su boca trabajaba más dura en la mía hasta que sus dedos aterrizaron en mi pelo, tirando de mí sin piedad.
Tropecé, dispuesto a utilizar los músculos del estómago que habían sido golpeados con un bate de béisbol. Nos desvestimos juntos, sin dejarnos ir ni romper el beso. Nuestros labios estaban calientes y húmedos. Nuestros pensamientos estaban conectados, nuestros cuerpos estaban unidos.
Recuperando nuestro equilibrio, quité el encaje final. Abrí el corsé de su cuerpo, cayéndose al suelo. Tess dio un suspiro de alivio. Sus pechos saltaron y se aplastaron natural y pesadamente.
Sus pezones me llamaron, mandando señas maravillosas a mi erección. Quería empujar entre sus pechos. Quería tirar de su perfecta garganta con un collar hecho para correrme. Tanto quería hacer. Y puedo. Es mi esposa.
Un rayo de felicidad última expulsó todo lo que había vivido. Lynx y sus malditos juegos mentales habían terminado. Me gustaría solucionar mi problema con las toallas y nunca mirar hacia atrás.
Tess me había derrotado en más de un sentido. En muchos sentidos que importaban.
Mis bolas se movieron con anticipación. Un fuerte dolor irradiaba en mi estómago. No podía decir si era la necesidad agobiante por llenarla o si mi cuerpo sufrió bajo presión. De cualquier manera, lo ignoré, centrándome en su calor y liquidez.
Tirando de la correa, arrastrándola entre sus pechos, tiré de ella más cerca. Abrió la boca contra mis labios, su lengua bailaba con la mía en un tango lleno de necesidad.
Quería hacer el amor con ella para siempre.
Voy a hacer el amor con ella para siempre.
Nada me impediría pasar el resto de mis días adorando a esta mujer.
Mis ojos se abrieron, buceando en los de ella. Nuestros labios nunca se dejaron, pero enviaban mensajes y se comprendían.
Te quiero.
Te adoro.
Eres mía.
Soy tuyo.
Sus manos se zambulleron en mi pelo, tirando de mí cada vez más cerca. Su toque reivindicaba cada parte de mí, ella vivía en mi piel, mi corazón, mi mente.
Me ahogaba en su sabor. Quería que ella gritara mientras se corría. Quería que ella desentrañara mi lengua.
Con los brazos fuertes, la arranqué del suelo, caminando con ella hacia la cama. Nunca dejamos de besarnos, lamernos. El tiempo finalmente me había obedecido, parando en este maravilloso momento. El mundo dejó de girar, dejándonos complacernos.
Cuando mis rodillas golpearon el colchón, la deposité suavemente. Su peso se transfirió a la colcha blanca; su pelo rubio se desplegó con ondas perezosas.
Rompí el beso, inclinándome sobre ella. “Joder, eres tan malditamente magnífica.”
Tess se puso en posición vertical, sin preocuparse de su cabello que caía sobre sus hombros, ocultando sus pechos. Con determinación aguda, empujo mi bajo vientre, colocándome donde ella quería.
Sus dedos se cerraron alrededor de mis caderas y ella me dio exactamente lo que prometió. Su boca se tragó mi longitud en un largo y delicioso tirón.
“Mierda, esclave.”
Mi cerebro tartamudeó, borrando todos los sentidos, todos los pensamientos. Todo en lo que podía concentrarme era en el cielo resbaladizo de sus labios. Cada terminación nerviosa fue directamente a mi erección.
Su cabeza se balanceaba, chupando fuerte, casi violentamente con velocidad y posesión. Yo era su rehén, rigiendo un cuerpo desesperado de un comunicado. Era mi bruja. Mi puta. Mi mujer.
“Tess... joder.” Mis manos aterrizaron en su pelo, despuntando sus gruesos rizos. Mi culo se apretó, meciéndose en su boca húmeda y talentosa. Su mano agarró la base, acariciándome mientras ella chupaba.
Mis ojos se pusieron en blanco, dando a Tess cada pulgada de control. Por una vez, no me importaba que ella me hubiera quitado el poder. Por una vez, no tenía problemas con ella por estar a su cargo.
Ella es dueña de mí de todos modos. No había ninguna diferencia si tomaba lo que ella quería o aceptaba.
“Mi boca es tuya, señor. Siempre,” murmuró, besando la punta, deslizando hacia abajo, abajo y abajo, los dientes susurrando sobre la carne delicada.
Sus dedos encontraron mis bolas, rodándolas, apretándolas. Se apretaron, acercando a mi cuerpo, tan caliente, tan jodidamente listo para explotar.
“Q... Quiero beberte,” dijo Tess, tirando mi cabeza hacia atrás mientras ella se metía más profundamente.
Gemí, perdiendo mi vista por completo. “Dios, Tess. Tu boca es jodidamente mágica.” Mi cuerpo se puso rígido. Mi estómago se apretó, trabajando a través del dolor, tambaleándose en su agarre.
Quiero correrme.
Córrete.
No puedo.
Todo el disfrute se desvaneció.
Mi mente se llenó de las imágenes de la esclava chupándome. Sus labios tentativos, su toque juvenil en comparación con el dominio de Tess.
Mierda.
Empujando a Tess lejos, me pasé una mano por la cara. No quiero decírselo.
¿Tenía la fuerza para decirle lo que hizo Lynx? ¿Otra mujer había sido forzada a lamer lo mismo que siempre pertenecía a Tess?
Los secretos van a arruinarte.
Tess me había aceptado, a pesar de no saber nada de mi pasado. Ella me quería, a pesar de conocer mi presente. Ella me prometió que nunca me dejaría, independientemente de lo que sucediera en el futuro y no podía deshonrar por no ser honesto.
“¿Está todo bien?” Los labios de Tess estaban hinchados, esperando a que me deslizara y olvidar, olvidar todo.
Pero no podía.
Cayendo de rodillas, le cogí las manos. No sabía por dónde empezar. Ella tenía que entender mi razonamiento antes de soltarle el horror. Tomé una respiración profunda, tratando de encontrar el valor, dije, “Estaba tan jodidamente asustado cuando no te pude encontrar, Tess. Cuando te llevaron, perdí una parte de mí mismo. De buen grado fui a buscarte, sobre todo porque en algún rincón oscuro... pensé que nunca volvería a verte.”
“Me posees por completo, por lo que cuando no estabas, no tenía nada.”
Sus dedos se movieron, uniéndolos con los míos con estímulo.
“Hice cosas, esclave. Maté a hombres y no me arrepiento. Torturé a traficantes y no siento ningún remordimiento. Hago cosas que la sociedad no aprobaría, pero no me importa porque lo hago. Se ha elaborado en mi ley, ¿lo ves?”
Tess sacudió la cabeza suavemente. “¿Tu ley? Q... ¿de qué estás hablando?”
Era surrealista sosteniéndola sólo vestida con un collar, unas medias y unas bragas. Me arrodillé delante de ella desnuda, derramando mi corazón. La manera de elegir un momento de mierda. Pero no podía ir más lejos, hasta que me hubiera purgado. Ella necesitaba saber lo jodidamente arrepentido que me sentía.
“Q, me estás asustando. ¿Por qué me estás diciendo esto?”
Tragando saliva, respondí, “Porque es el momento de que sepas la verdad de mí.” Estoy haciendo esto. Estoy realmente derramando todo en una mierda de conversación. “No me refiero a mi familia porque mi padre era un puto bastardo atroz que violó y asesinó a mujeres. Odiaba lo que él hizo. Y le disparé. Cogí una pistola y premedité un homicidio porque no podía escuchar los gritos más. Pero en cuanto apreté el gatillo, sus tendencias vinieron a mí. Su maldad encontró un nuevo huésped, en un chico que era el verdadero heredero de su padre.”
Quería cortarme la lengua. Nunca quise decírselo. Siempre creí que mi pasado permanecería oculto, sin embargo, acababa de vomitarlo en nuestra noche de bodas.
Tess me capturó la barbilla, acariciándome. “No hay nada malo en ti, Q. No eres…”
“Déjame terminar.” Su aceptación me concedió una falsa esperanza.
Quería quitarme los vendajes, exponiéndome aguda y rápidamente. Si no lo hiciera, no terminaría y el secreto se guardaría por el resto de mi vida.
Necesita que Tess me perdonara. Por favor, perdóname.
“Acertaste en la cena. Tenía una hermana. Su nombre era Marquisa. Murió a manos de mi padre, y yo era demasiado joven para matarlo. He vivido con el hombre que violó y mató a mi hermana porque yo era débil.” Pasé por alto lo demás, no estaba dispuesto a despellejar la memoria particular.
Tess contuvo un jadeo, sus pechos desnudos aumentaban con horror. “Q... no. Eso es horrible.”
“No iba a decírtelo... no quería que lo supieras, pero tengo que decirte algo más y espero por dios que no me odies.” Mis ojos se pegaron a ella, llenos de miedo. “No me desprecies. No sé que voy a hacer si lo haces.”
Tess se puso rígida. Sus labios se abrieron, la alarma brillaba en su piel. Pero ella no quitó sus dedos de los míos. Tomé fuerza de eso. “¿Por qué te iba a despreciar, Q? He aceptado todo de ti. Nada de lo que digas puede cambiar eso.” Ella era tan hermosa, tan pura.
Bajé la cabeza. Dios, lo esperaba. “No te he sido fiel, esclave.”
Su cara se puso blanca; sus dedos se volvieron carámbanos. “¿Disculpa?”
Joder. “Lynx hizo que una esclava me chupara. No quería. Combatí y elegí morir antes que ser infiel, pero tenía que decírtelo. No puedo vivir con eso. No fue por mucho tiempo y  nunca rompí el honor que tengo contigo en mi corazón. Pero tenía que disculparme, para que nunca se interponga entre nosotros.”
Tess no se movía.
Mi corazón se cargó como una cosa monstruosa, pidiendo perdón.
Cuando ella no dijo nada, apreté sus dedos. “Por favor. Di algo.”
Lentamente, ella quitó su mano de la mía. Mi estómago se vació.
Entrelazó los dedos en mi pelo, sosteniéndome aún, mirándome fijamente a los ojos. “¿Elegiste la muerte sobre una mujer dándote sexo oral?” Parpadeó. “¿Por qué?”
“¿Por qué?”
“Q... casi mueres... todo porque…”
“Casi muero por proteger mi integridad. Esa es la única parte de mí que me queda. ¿No lo entiendes? He matado a mi padre. He visto cómo fue violada y asesinada mi hermana. He visto y he hecho como si nada mientras mi madre se bebía a sí misma en la tumba. He construido mi vida en nada. Me he encontrado con un pasado con el que no quiero tener nada que ver. No tengo ningún control sobre eso. Ninguno.”
“Pero tengo mi honor. Es la única cosa que puedo controlar.” Apreté los dientes. “Sobreviví con la oscuridad en mi sangre por un significado. Pensé que lo habías averiguado, esclave.”
Sus ojos de color gris azulado estaban brillando con tristeza, irradiando bondad. “No, Q. No me he dado cuenta en absoluto, pero esto está ayudando.”
Me apresuré, con la esperanza de hacerla entender. “El honor es mi fuerza motriz. La única cosa en la que puedo confiar cuando el monstruo se vuelve demasiado fuerte o la bestia toma el control. El honor es la única ley que obedezco.”
“Rompí la ley inquebrantable cuando esa mujer me chupó. Se arruinó todo lo que había defendido porque rompí tu confianza en mí.”
Los labios de Tess se sujetaron entre sí. Capturé sus lágrimas con una punta del dedo. “¿No lo ves, mi amor? Prefiero morir que el honor se aleje de mí. Es mi única pauta sobre lo correcto e incorrecto. Y te quiero demasiado como para mancharlo. Por favor, te necesito para comprenderme y perdonarme.”
Tess lloró suavemente, sus mejillas estaban enrojecidas con emoción. “¿Perdonarte? Q... no hay nada que perdonar.”
Temblé. Me dolía la espalda, mi cuerpo gritaba de dolor, pero no me podía mover. No hasta que ella me creyera. No hasta que tuviera la absolución de este ángel que era mi esposa. “Por favor... sólo di que lo entiendes.”
Sus manos capturaron mis mejillas, besándome fuertemente. “Si necesitas oírlo, entonces sí, te perdono.” Sus labios se posaron en mi mandíbula, mis pómulos, mis párpados. “Te he perdonado por nada porque él te hizo hacerlo. Q... no tienes nada por lo que sentirte culpable porque estaba fuera de tu control.”
Ella paró de besarme, el temperamento ardía brillantemente. “Lo que no puedo perdonarte es que, de buen grado, sacrifiques tu vida por tu moral. Llegamos demasiado tarde, Q. ¿Crees que me hubiera importado encontrarte en la cama con otra mujer en contra de tu voluntad, en comparación con verte ahorcado en un calabozo? Sí. Me hubiera matado a mí misma el saber que habías estado con otra chica, pero al menos estarías vivo.”
Ella contuvo el aliento, haciendo acopio de valor como una capa. “Me has dicho hoy más de lo que nunca me has dicho, así que voy a compartir lo mismo contigo. Cuando me ayudaste a romperme del agarre del hombre de la chaqueta de cuero, pasé por cosas de las que nunca quiero discutir. No sé cuánto viste u oíste, pero hubiera dormido de buen grado con él. De hecho, se lo rogué. No estoy orgullosa de ello. Me odio por ello, pero me gustaría hacerlo de nuevo si esa era la única manera de vivir. Porque mi vida ya no es mía más.”
Mi estómago se revolvió con el pánico residual que había en su voz. Incluso ahora, después de todo lo que yo había hecho, ellos seguían teniendo poder sobre ella. Pero me gustaría hacerlo desaparecer. Yo tenía una vida para hacer desaparecer el pasado. Para los dos.
Tess me besó, saboreando la sal de sus lágrimas. “¿Lo entiendes? Tu vida no es tuya para jugar, Q. Es mía. No importa tu honor, si estás en una situación de vida o muerte tienes que hacer todo lo que puedas para mantenerte con vida. Te ordeno que hagas todo lo que sea necesario. Porque tu alma es mía y me niego a dejarte ir.”
Yo no podía hablar. Mi corazón estaba al galope con la simplicidad de la maldita situación. “Si tú tienes mi vida, ¿a quién le pertenece la tuya?”
Tess sonrió. “A ti, por supuesto. Pase lo que pase, siempre es tuya. Nunca dejaré de quererte, Q. Eso me asusta más que lo que te necesito. Pero desde ahora, tu honor pasa a un segundo lugar después de mí, ¿me oyes?”
Quería besarla desesperadamente y detener este derramamiento de frágiles verdades, pero las confesiones aligeraron mi corazón. “Así que... ¿me perdonas?”
Tess asintió. “Te perdono.”
Me encorvé, aplastando el dolor, debilidad con alivio. Pasando los dedos por sus medias, expresé una verdad más. “Quiero ser normal. Quiero amarte sin necesidad de hacerte daño. Lo siento por lo que soy.”
Tess me agarró, sus uñas se clavaron en mis mejillas. Sus ojos brillaban con ira. “No. No quiero que vuelvas a decir eso. Eres normal. Mi normal. Somos normales el uno para el otro. Y no hay bien o mal. Es hora de aceptarlo. Te quiero. Muchísimo. Fóllame, Q. No hables más. Hazme tu esposa por completo.”
Ella se echó hacia atrás, mirando hacia abajo, poniéndose de rodillas. Sus labios hinchados me pusieron duro, sus lágrimas me hicieron agradecido. El saber que ella me había perdonado me liberó de la culpa que había llevado, eliminando una capa de dolor ante la idea de perderla.
Mis labios se torcieron en una sonrisa. “Ya eres mi mujer, pero no tengo problemas con mandar un mensaje a casa.”
Ella se echó a reír, rompiendo la angustia, sustituyéndola por el deseo. Todo lo que habíamos discutido desapareció, dejándonos vacíos, curados y listos para seguir adelante. ¿Quién decía que ventilar la ropa sucia no era buena idea? Lo era. Nunca me había sentido más ligero, menos mi cuerpo golpeado y magullado.
Pasé las manos por la cara interna de su muslo; Tess se estremeció. “Voy a desnudarte hasta que sólo lleves ese increíble collar.”
“Mmm, puedo ayudarte si quieres…” Su brazo voló hacia arriba, golpeando algo duro. Se retorció, mirando por encima de ella. “Oh…”
Encima de su cabeza descansaba una canasta rebosante de papel crepé de color púrpura. Presionando la envoltura, se dio cuenta de que eran regalos. Tess tiró de él hacia ella, sus ojos se abrieron. “Ella realmente piensa en todo.”
Le robé la canasta, atacando el recipiente pequeño. En el interior descansaba una venda para los ojos, unas esposas baratas, un pequeño látigo, pintura corporal de chocolate, vibrador de color púrpura brillante y lubricante.
¿Pintura corporal? Agg. ¿Venda? No es necesario. ¿Esposas? Durarían dos segundos. Probé el aguijón del látigo falso. Faltaba un complemento perfecto, pero podría funcionar.
Mis ojos se posaron sobre el vibrador. Y sabía exactamente lo que quería hacer.
Tess arrancó nota que había en un lado. “Disfrutad, recién casados. Esperamos verlos en el desayuno de mañana. Con amor, Frederick, Angelique, Franco y Suzette.” Ella miró los juguetes, elevando una ceja. “Todos ellos son personas que juegan con juguetes de vainilla.”
“No tienen imaginación. Las mejores cosas para usar son las más cotidianas.” Arrastré una uña por su muslo, amando cómo temblaba.
Ella respiró profundamente, hipnotizándome. Sus pechos eran suaves globos con pequeños pezones erectos, su piel ligeramente abollada por el corsé.
Ella se echó hacia atrás lentamente, sin apartarse.
Mi pene se hinchó. Pensé por un segundo en usar la venda, el látigo, pero la necesidad de la dulzura no se había ido. Eso amortiguó mis pensamientos, manteniendo mi bestia distraída, domada.
Los juguetes no me excitaban. No quería atar a Tess, quería sentir sus dedos en mi pelo. No quería hacerle daño, quería sus gemidos de éxtasis.
Conexión. Sexo. Sin dolor.
Sólo ella y yo.
En mí, sobre mí, en mi lengua, en mi erección. Quería follarle cada pulgada.
Sin perder el contacto visual, saqué el vibrador y el lubricante, antes de lanzar la cesta sobre mi hombro. Aterrizó fuertemente, dispersando todos los elementos situados debajo del tocador.
La boca de Tess se separó. “No quieres…”
Me agarré el pene, acariciando una vez, dos. Amando la anticipación... desesperado por molestar. “Hoy no, esclave. Hoy voy a coger tus gemidos como medio de pago en lugar de las lágrimas.”
Su rostro se arrugó, luchando contra una oleada de amor. “¿Cómo me lees tan bien? ¿Cómo supiste que necesitaba sólo un momento dulce?”
Me puse en posición vertical sobre las rodillas, doblando un dedo para que se acercara. Su estómago tonificado se flexionó, se arqueó, cerrando la distancia, por lo que sus labios estaban a milímetros de distancia. Mirándola a los ojos, murmuré, “Lo sé porque lo que tú sientes, lo siento yo.” Apoyando la mano sobre su corazón, susurré, “Te necesito como no hemos compartido antes. Tengo que tomar este camino. No puedo explicarlo.”
Ella suspiró. “Yo puedo, es porque estamos mejorando. Compartimos partes de nosotros que pensamos que el otro nunca aceptaría. El saber que esto es verdad para siempre... nos da la libertad para ser suaves.” Sus labios capturaron los míos, tirando de mí más profundamente en su droga, anulando mis dolores, quemando con calor líquido en mis venas. “Soy la mujer más afortunada del mundo.”
Volviendo a mi posición entre sus piernas, puse el vibrador y el lubricante en el suelo. Empujándola hacia abajo, sonreí. “Te has equivocado. Yo soy el amo más afortunado del mundo.” Con las yemas de mis dedos, cogí la parte superior de sus medias. Ella se mordió el labio. Le quité el zapato, tirando del material puro y claro.
Mi pene latía por estar dentro de ella, amando la tensión, deleitándose con saber que no íbamos a luchar, hoy no. Hoy queríamos compartir algo totalmente diferente.
Repitiendo el proceso, le quité la otra media, colocándolas con sus zapatos en el suelo. Las únicas cosas restantes eran las bragas y el collar.
Una pequeña parte de quien era yo, se levantó. Me incliné sobre sus caderas, mordiendo a través del encaje, rompiéndolo con un solo corte. El material se rompió, cayendo lejos fácilmente cuando tiré la ropa interior arruinada por sus piernas.
En cuanto vislumbré lo que había deseado desde que Suzette le arrancó el vestido, mi boca se secó. “Maldita sea, Tess, eres tan jodidamente hermosa.”
Me quedé entre sus piernas abiertas. Su pelo de oro se mantuvo quieto y suave, con sus pliegues relucientes de deseo.
“Q... por favor…” ella gimió. La correa del collar cayó entre sus pechos, un chorrito de negrura en su perfección. Busqué la cicatriz permanente de su cuello. La bestia dentro de mí ronroneó, sabiendo que era innegable ahora, esta mujer era mía. Ya no tenía que tallar mi autógrafo en ella todas las noches, porque mi firma vivía en su piel, estaba hecho. Oficialmente. Extraoficialmente. En todos los sentidos humanamente posibles.
Mi símbolo del compromiso existía en todas las facetas de ella.
Presioné el anillo de boda alrededor del dedo con mi pulgar. Yo era suyo y no podía ser más malditamente feliz.
Lamiéndome los labios, presioné un suave beso justo sobre su clítoris.
Su reacción fue explosiva, inclinándose hacia arriba, sus dedos apretaron la cama. Su sensibilidad estaba loca en comparación con el control que mantenía cuando yo le hacía daño.
Realmente se había dejado ir. No se preocupaba por nada más que el aliento caliente en su núcleo y la exquisitez de lo que estaba por venir.
La besé otra vez, lamiendo una vez con la lengua afilada. Gimió, en voz alta.
Su placer envió una oleada de pre-semen a mi erección. Mis cuádriceps estaban apretados mientras la reacción sublime me hizo desear más. Más.
Me abalancé sobre ella, cubriendo su núcleo con mi boca, chupando su delicioso sabor, de buen grado girando mi mundo con lo drogado e intoxicado que estaba.
Su cuerpo se onduló cada vez que la lamía. Su boca se ampliaba mientras empujaba mi lengua profundamente. Sus músculos se contraían, arrastrando la lengua aún más. La primera oleada de un orgasmo me advirtió a alejarme. No quería que ella se corriera, todavía no.
Había algo más que quería. Algo que me gustaría tener. Pero primero...
Buscando a tientas el vibrador, silenciosamente lo coloqué en su entrada. Mordisqueé su clítoris, distrayéndola con mi lengua.
Sus dedos buscaron a tientas la cama mientras yo chupaba con más fuerza, chasqueando sus pliegues más rápido, conduciéndola más alto.
La suavidad y la dulzura interior se sentían tan diferentes a una vida con necesidad de dolor. Me encantaban sus maullidos de placer, tanto como sus gemidos de agonía. Había nacido para ser un monstruo sádico, no podía luchar contra lo que se había vertido en mi sangre. Pero esta noche, todo lo que necesitaba era a Tess.
Nada más. Nada menos.
Con otro baño de mi lengua, Tess abandonó la cordura, convirtiéndose en una bola de lujuria. Me encantaba haberla conducido al lugar donde no había registros, pero sí sexo. La necesitaba allí, para disfrutar de lo que estaba por venir.
Aún chupando su clítoris, presioné el botón de encendido. El vibrador se encendió, tarareando, enviando ondas de choque a través de sus pliegues, haciendo eco en mi lengua.
Ella gritó. “Dios, Q. Más. Se siente, joder, se siente…”
No la dejé terminar.
Deslizando el vibrador más profundamente, pasé la lengua más fuertemente, sobrecargando su sistema con placer.
Sus caderas se sacudieron, obligando a mi boca a chocar contra su núcleo. Sus manos desaparecieron en mi pelo, sin pudor, tirando de mí en ella. Me dolía el cuello, mi espalda bramaba, pero no me detendría hasta que se corriera.
“Q, sí... joder, sí.”
Me reí de la lengua de Tess, sorprendido frente a su cuerpo que se retorcía encima. Sus pechos sobresalían, sus pezones duros como malditas piedras. Dios, ella sabía divina. Quería comerla para siempre.
Me dolía la lengua para dar paso a los dientes, quería morderla. Sólo una pequeña línea de contacto. Pero mantuve la presión incesante, conduciendo el vibrador más profundamente.
Sus jadeos y gemidos eran jodidamente eróticos, torciendo mi vientre. Me latía el pene con cada gemido suyo, exigiendo reemplazar el vibrador y correrse.
Pero por mucho que quisiera correrme, quería estar en otro sitio cuando lo hiciera. Esto era para ella. Sólo para ella.
Mi lengua se aceleró, impulsándola hacia arriba. Vamos, esclave. Córrete. Quiero oír tus gritos.
Pulsando el botón de encendido, aumenté la velocidad. Su cuerpo se sacudió; sus dedos tiraron de las sábanas con un tirón salvaje. “¡Oh, dios!”
Sonreí, chasqueando la lengua, ignorando el sudor que me corría por las sienes. Mi muñeca herida forzaba el vibrador. Estaba loco de celos del objeto innato que penetraba a mi mujer. Podría alcanzar el orgasmo sólo con tener a Tess aparte.
“Voy a... Q... para si no quieres que…” Su cabeza se arqueó, su pelo volaba en todas direcciones mientras su cuerpo se agrupaba.
Tarareando contra su clítoris, murmuré, “Tienes mi permiso. Córrete, esclave. Córrete en mi lengua.” Presioné el botón una vez más. El vibrador se convirtió en tortuoso, pero Tess se retorcía en señal de rendición sensual.
Sus caderas se sometieron a un pulso en los empujes que yo elaboraba, mi cabeza se balanceaba con ella, manteniendo mi lengua ocupada en su núcleo.
“Q, joder, me corro. ¡Q!”
Todo su cuerpo se convulsionó, sus dedos se convirtieron en uñas, agarrándome la cabeza, meciendo sus caderas en mi boca. Sus gritos exigían, buscaban, hervían por algo.
Sé lo que necesita.
Me encantaba que tuviera razón. Esto era normal. Para nosotros. El dolor era nuestro lugar feliz.
Ella lo quería.
Así se lo di a ella.
Mordí su clítoris con un gruñido salvaje. Mi corazón chocó dolorosamente con mis costillas, pero no me importaba.
Ella se corrió.
Y se corrió.
Y se corrió.
Sus gritos se hicieron eco alrededor de la habitación, girando sus extremidades con tensión, fusión y satisfacción en la cama.
Respiré con fuerza, dolor y rigidez, pero con maldita suficiencia. Ella se había corrido y todo fue por mi culpa.
Sus ojos se abrieron, mirando casi negro desde su liberación. “Q…” Le colgaba la cabeza, los dedos se cayeron de su pelo. Su voz era pesada, arrastrando las palabras, completamente saciada. “Eso se sintió incr... increíble.”
Amaba su somnolencia. Su vulnerabilidad. Adoraba lo que eso significaba para mí. Mi recompensa.
Quitando el vibrador, besé su núcleo. Sonreí mientras su clítoris hipersensible temblaba bajo mis labios.
Apagando el juguete, lo dejé en el suelo. Tess mantuvo los ojos cerrados, sin mover sus piernas. Fui a levantarme, pero mi cuerpo estaba amotinado, gritando de dolor. Un simple movimiento del pie me costaba cinco veces más de lo normal. Apreté los dientes, enderezando las torceduras de mi columna vertebral, reuniendo el lubricante, escalé en la cama.
Los movimientos eran como platillos agonizantes. Mi cuerpo necesitaba descanso. Necesitaba dormir, pero no quería perder la mejor oportunidad de mi vida.
No dejaría que cualquier dolor de cabeza o herida de guerra me impidiera terminar lo que había empezado.
Tess era mía.
En cuanto me acosté, Tess se acurrucó contra mi frente, suspirando profundamente. Me relajé en las almohadas, ahuecando su pecho. La pesadez de su carne activaba la protección y posesión interior. Un gruñido gutural sonaba en mi garganta. “Tienes el cuerpo más increíble. Hecho sólo para mí. Aceptando todo lo que hago yo.”
Ella se acercó más, tirando una almohada para acunar su cabeza.
Torcí su pezón, mi boca se hacía agua al darle a sus tetas la misma atención que a su núcleo. Tess no se movió, ni emitió ningún sonido.
Me reí suavemente. “¿Estás durmiendo, mi corazón?” Acariciando su cuello con mi nariz, respiraba con fuerza. Su forma suave en mis brazos era demasiado. No podía dejar de mecer mis caderas, presionando mi erección contra su culo, en busca de libertad.
Tess gimió, retorciéndose más cerca. Los latidos de su corazón se agitaban bajo mi tacto. Un minuto pasó mientras la sostenía. Poco a poco, la energía entró en sus en sus extremidades por el sexo saciado. Ella me acarició el antebrazo que estaba envuelto alrededor suyo. “No estoy durmiendo, maestro. Sé lo que quieres de mí.”
Mi corazón saltó. Apreté la mandíbula, obligando a mis caderas a parar. “No te voy a forzar, Tess. Si todavía tienes miedo…”
Ella presionó un beso suave en mi bíceps. “No me estás obligando. Te necesito. Sólo... hazlo lentamente. Voy a hacer lo que quieras, pero tienes que decirme qué hacer.” Su voz vaciló, pero no me centraba en sus nervios, sólo en su permiso.
Mis ojos se cerraron, amándola más en ese momento que nunca. Ella se había puesto a sí misma por completo en mi control. Confiando en mí para hacer esto bien. Amándome lo suficiente para no temerme. No necesitaba látigos ni cadenas para obtener su completa sumisión, ella me lo había dado, aquí mismo, ahora mismo.
Mi erección lloró mientras acariciaba su hombro. “Acuéstate boca abajo, mi corazón.”
Tess obedeció. La ayudé a darse la vuelta, pasando rápidamente su cuerpo hacia el centro de la cama. Me di la vuelta con un codo, mirando hacia abajo las líneas de su espalda en las almohadas perfectas de su culo. Joder, quiero marcarla.
El pensamiento violento desapareció tan rápido como vino. Me picaba la palma para golpearla, para pintar el blanco con rojo, pero el impulso se desvaneció, dejándome con dulzura pesada.
Colocando las puntas de mis dedos sobre la base de su cuello, empujé las hebras enredadas, dejando su espalda completamente clara. Un beso en los omóplatos, murmuré, “No te tenses. Confía en mí.”
Ella asintió con la cabeza, respirando superficialmente mientras yo con mucho cuidado, muy lentamente, arrastré mis dedos por su espalda, sobre cada vértebra, a lo largo de cada hueco, trazando las colinas y valles, hasta la plenitud de su culo.
Cada caricia hacía que mi corazón latiera; mi pene se sacudió.
Su cara era ilegible pero ella se encogió cuando mi dedo tocó su culo. Esto. Esto es mío.
Su cara se arrugó, tenía los ojos cerrados mientras tocaba más abajo. Parecía tan malditamente tímida, tan provocadora.
Mi voz se convirtió en un comando profundo. “Tess, no pelees conmigo. Obedéceme y te desentrañarás.”
Ella dejó escapar un profundo suspiro. “Confío en ti.” su cara se suavizó una vez más, su cuerpo sin huesos.
Mi respiración se volvió más pesada. Sentada en posición vertical, me coloqué, a caballo entre la parte posterior de sus muslos. Coloqué mi erección, bombeando una vez, dos, adorando la vista de su culo virgen.
Tan tímido, tan puro. Pero conocía a la verdadera Tess. Ella no era tímida ni pura. Ella gritó de dolor. Ella gritaba por esto. Y la combinación de los dos me hacía el más afortunado y feliz hijo de puta en la historia.
Extendiendo sus mejillas, presioné suavemente pero con firmeza contra el músculo fruncido. Sus ojos estaban fuertemente apretados, los dedos estaban blancos alrededor de las sábanas. “Q…”
“Relájate.” Pase la palma sobre su espina dorsal, luchando contra el impulso rápido de golpear. Joder, quería marcarla, sólo una vez.
Su tensión se desvaneció de nuevo, girando su cuerpo inerte.
Con la otra mano, alcancé entre sus piernas, presionando dos dedos dentro de su núcleo empapado. “¿Recuerdas lo fuerte que te corriste, esclave?” Mis dedos se retorcieron, persuadiendo el placer de reavivar, vinculando su sinapsis de liberación mientras probaba su culo, usándolo para conseguir mi solicitud, sabiendo que ella me dejaría entrar... con el tiempo. “Gritaste cuando te corriste. ¿Recuerdas mi lengua en tu clítoris?”
Su boca se torció. “Sí, lo recuerdo. Te quería usando el vibrador, pero ansiaba tu pene.”
“Y lo tendrás, esclave. Tan malditamente pronto.”
Yo estaba listo para explotar.
Ella gimió, meciendo sus caderas en mi mano. Apreté con más fuerza contra su agujero, dejando que se acostumbrara a la invasión. Su espalda se estremeció, pero ella no se apartó. Mis dedos se reunieron en su humedad, deslizándose sobre el músculo fruncido.
Se mordió los labios, su cuerpo irradiaba calor. “No me tomes el pelo, Q. Sigue adelante.”
Me reí, inclinándome sobre ella para morder su cintura. “Estoy disfrutando demasiado como para precipitar esto, Tess.” Buceando dos dedos en su núcleo, ella gimió, empujando su cara sobre la almohada.
Retirándolos, ordené, “Abre más las piernas.”
La dejé ir, agarrando el lubricante y destapando el gel de aroma de fresa. Tess mantuvo los ojos cerrados mientras unté una cantidad generosa en los dedos. Sus piernas se abrieron, revelando lo húmeda e hinchada que estaba.
“Maldita sea, Tess. No tienes ni idea de lo mucho que me enciendes.”
Sus ojos se clavaron en los míos, derivando a su pene. “Creo que lo sé. Quiero tu pene. Me estás haciendo esperar y me estás poniendo más húmeda, más caliente... si no me follas pronto, voy a tener que hacer algo drástico.”
Sonreí, cubriendo la mitad de mi cuerpo roto en el de ella y la otra mitad en la cama. “¿Quieres esto?” Empujé contra su muslo, apretando los dientes con la ola de deseo bloqueando mis cuádriceps.
“Sí, Lo quiero.” Su voz estaba entrecortada mientras abrías sus mejillas de nuevo. Con los dedos implacables, unté su piel seca con gel de fresa, sin apartar los ojos de su cara.
Ella se mordió los labios, frunciendo la frente mientras yo hacía círculos y bromeaba.
“Dime, ¿qué se siente?” susurré. Su espalda se apretó mientras yo presionaba más fuerte. Su cuerpo respondió a la presión, tratando de escapar. Sus caderas se inclinaron hacia abajo, desprendiéndose de mí. “Ah, ah, no huyas de mí. Ya sabes que no me gusta cuando me rechazas.”
Giré el lubricante, apretando la mandíbula. Joder, necesitaba para romperla. “Dime…”
“Se siente…” Sus dientes se apretaron mientras me lancé hacia delante, flexionando las caderas contra su muslo, marcándola con mi dolorido y ardiente pene. “Se siente extraño. No sé si me gusta o no.”
Voy a hacer que te guste. Me gustaría hacer que le encantara.
Besando su hombro, no pude evitar hundir los dientes en su carne. Dándole dolor al que adherirse, empujé hacia delante, rompiendo el sello, entrando en ella con mi dedo. El collar la mantenía prisionera por la garganta y me picaban las manos al tirar de la correa. Para sujetar las riendas y montarla.
Su cuerpo se estremeció, ocultando su gemido contra el colchón.
Estaba tan apretada, tan poco dispuesta a dejar que me metiera. Me volvía loco. La bestia de mi interior jadeó para follarla. Pero el lado más suave tenía que prepararla. Le haría daño de otras maneras, pero no de esta.
Empujando dentro y fuera, le alivié el cuerpo aceptando mi intrusión. La fresa nos rodeaba, con olor dulzón.
“Ahora, ¿qué se siente?” Sacudí las caderas. “Ves lo que estás haciendo en mí, Tess. Estoy tan malditamente duro. Ningún otro dolor en mi cuerpo se compara con el dolor en mis bolas al necesitarte.” Mi voz ronca estaba sobre ella, poniéndole la piel de gallina.
Jadeó. Los pequeños pulsos de energía le secuestraron la espalda, inclinándola hacia arriba para encontrarse con mi toque. “Todavía se siente extraño. Y mal.”
Me eché a reír, presionando más profundamente. “No hay nada malo en esto, esclave.” Le mordí el hombro de nuevo. Cada segundo que pasaba drenaba dulzura, dándome la oscuridad que tan bien conocía. Me dolía el muslo, los músculos de mi torso estaban doloridos y rígidos, pero no podía parar.
Me froté contra su cadera, apretando los dientes mientras una fuerte ola de liberación amenazaba con explotar. “Maldita sea,” gruñí. Estoy tan jodidamente encendido.
Tess respiró, “Más... no me dejes pensarlo. Dame más.”
Gemí; mi autocontrol se deshilachó y quebró un poco. “Si lo quieres, te lo voy a dar. Tus deseos son la razón por la que estoy vivo.”
Retirando el dedo, desdoblé otro, sondeando su entrada. No le di ninguna advertencia ni tiempo para adaptarse. Dos dedos rompieron su cuerpo.
Mordió las sábanas, un gemido salió de sus labios. Su corazón golpeó contra mi pecho.
Tirando de la correa, recordándole que era dueño de su vida, le dije en voz baja, “¿Tienes miedo, esclave?” Presioné una hilera de besos a lo largo de su cuello. Necesitaba estar más cerca, era malditamente ridíciulo porque tengo la mitad de mi cuerpo en ella ya. Quería cubrirla. Quería estar en la parte superior de mi esposa y hacerle saber que no podría escapar de mí. Nunca. Quería que ella supiera que mi cuerpo protegería el suyo, a la vez que se tomaría el pago de las formas más deliciosas.
Sosteniendo mi peso en un brazo, la follé con mis dedos.
Ella asintió. “¿Dolerá?”
Por un segundo, pensé en alejarme y cambiarlo por su núcleo. Su húmedo calor estaba tan jodidamente cerca. Sería tan fácil entrar y salir. El monstruo estaba de acuerdo, gruñiendo ante la idea de azotarla, castigarla no era suficiente para darme lo que quería.
Pero esta noche era especial.
Esta noche era la primera noche del resto de nuestras vidas. Quería celebrar con algo que nunca olvidaríamos. Malditamente la necesitaba. Malditamente mucho. No me iba a negar a mí mismo.
“Será si no luchas. ¿Confías en mí?”
Quitando mis dedos, me recosté para echar una cantidad generosa de gel sobre mi pene. En cuanto el líquido frío me golpeó la punta recalentada, gemí. Desatando el placer estalló una pequeña gota, mezclándose con el lubricante. Joder, casi me corro.
¿Cómo demonios se supone que tengo que tocarme a mí mismo y entrar en ella sin explotar?
Mi ritmo cardíaco se estrelló contra mis costillas. Cogiendo a Tess, arqueé las caderas.
Tess respiró. Me estremecí con lujuria, cerniéndome sobre ella como poseído por un demonio. Mi pene goteaba con fresas, metido entre sus nalgas.
“Sí. Confío en ti.”
Dibujé sangre, mordiéndome los labios para pararme a mí mismo al conducir en ella. Mis ojos se volvieron arenosos y doloridos, la necesidad espesó mi sangre.
Tess miró hacia atrás, sus ojos trazaban mi pecho hasta donde nos unimos en una masa pegajosa de gel de color rosa. “Hazlo, Q. No me hagas esperar.” Su voz se tambaleó, pero había un pequeño matiz de pasión escondida dentro de su miedo. Sus caderas se sacudieron, pegándonos.
“Maldita sea, Tess. Estás sobreestimando seriamente mi autocontrol para no hacerte daño. Te deseo malditamente mucho.” Mis caderas empujaron por su propia voluntad. “Tenerte así, me está volviendo loco.”
Ella sonrió suavemente, alimentándose de mi necesidad, relajándose con el poder que le di. “Te lo dije. Confío en ti.”
Su mano se acercó, envolviéndose alrededor de la base de mi pene.
Maldita sea, maldito infierno. Mis codos se cayeron; choqué contra su cuerpo. Un gruñido gutural surgió de mi pecho, sonando exactamente igual que la bestia de mi interior. Esclave…”
Sus pequeños dedos se apretaron y acariciaron mi circunferencia, robando cada pensamiento, cada dolor, tomándome completamente prisionero. “¿Sí, maître?”
No podía recordar mi nombre, y mucho menos hablar. Sus dedos se separaron del gel desde la punta hasta la base, apretando la palpitante erección hasta que mi cabeza golpeó. Mis dientes estaban hechos polvo de apretar tan fuerte. No podía hacerlo más.
“Arquea tu espalda. No puedo esperar más.” Arranqué una almohada de la parte superior de la cama, presionándola para ponerla debajo de sus caderas. Su boca se abrió mientras su culo se presentó en la altura perfecta.
Cerré el puño sobre mi pene, sentándome sobre ella. Mis piernas gritaban a las sábanas que se pegaban en mis puntos de sutura, pero estaba más allá de la mierda de curarme.
Tess miró por encima del hombro. Sus ojos se abrieron y su cara estaba blanca, pero su respiración no estaba en pánico. Poco a poco alcancé su culo, extendiendo sus mejillas.
La oferta sencilla explotó mi maldita mente; estrangulé mi pene. No duraría. No podía durar. No cuando estaba tan cerca.
Manteniendo su culo, extendí con una mano, ella se acercó con la otra para agarrar mi longitud. No dijo una palabra, guiándome hacia abajo. Sus dedos no estaban apretando, simplemente me entregaban a mi objetivo final.
Nuestros ojos se encontraron y caí hacia delante, plantando mis palmas sobre el colchón a ambos lados de ella. Le dejé a ella todo el control, con la esperanza de poder aguantar el tiempo suficiente para empujar. Hubiera querido jugar con la correa. Pero esto, esta incesante necesidad de estar dentro de ella, no podía negarlo.
“Llévame, Q. Yo soy tuya.” En cuanto la cabeza de mi pene presionó contra el músculo fruncido, perdí el control de mi boca. “Joder, Tess. Estoy a punto de correrme por toda tu espalda.”
Ella se echó a reír suavemente. “No lo hagas. Espera a que estés dentro de mí. Quiero que te corras dentro de mí.” Sus dedos apretaron, tirando de mí hacia delante mientras ella se echaba hacia atrás.
Hubo resistencia, calor, presión, una barrera que no tenía nada que ver con mi pene.
A continuación, libertad.
Blando.
“¡Ah!” Sus ojos se apretaron con dolor; sus dedos cayeron de mi erección, agarrando las sábanas. Cada músculo de mi cuerpo se bloqueó mientras forcé mi camino para seguir, milímetro a milímetro, robando su virginidad.
Respiró con fuerza, su cuerpo temblaba con incomodidad. Empujé un poco, aliviando mi tamaño en su cuerpo.
Joder, está más apretada de lo que pensaba.
“Oh... ah…” gimió, señalando con agonía. Sabía que tenía que parar. Sabía que debería retirarme. Pero no pude. Mi pene había tomado el control y sólo seguía adelante, invadiendo más profundamente, extendiéndose más ampliamente.
Todo mi cuerpo temblaba. Mis ojos se cerraron; todo en lo que podía concentrarme era en la increíble tensión alrededor del borde de mi eje.
Su mano se pegó a mi alrededor de nuevo, apretando con fuerza. “Para, deja que me acostumbre a ti.”
Mierda. ¿Parar? Estaba pidiendo un maldito milagro. Gruñendo a través de mi mandíbula apretada, dije, “Tú me llevas. Controla la velocidad.” Bloqueé mis codos, con miedo a moverme una pulgada en caso de estrellarme contra ella. “Tómate tu tiempo.”
Pasó un segundo mientras su cuerpo temblaba de tensión. Finalmente, ella asintió. No dijimos una palabra mientras sus dedos se sacudieron alrededor de mi longitud, sosteniéndome inmóvil mientras su espalda se tensaba, arqueando hacia arriba.
Joder. Joder.
Su vacilación era el peor tipo de afrodisíaco. Eso me alimentaba. Joder, eso me alimentaba. Perdí toda suavidad, quería morder, golpear y poseer.
Ella empujó de nuevo. Gemí cuando mi erección viajó más profundo, cada vez más caliente con su cuerpo, latiendo al ritmo de mis lados. Su culo resentía mi reclamación pero ella no dejó de trabajar, nunca dejó de avanzar.
Tess apretó los dientes. Una lágrima rodó por su mejilla.
Me quedé helado. “Para. Si te duele. Para.”
Ella sacudió la cabeza. “Hazlo. Tómame. Trabajaré a través del dolor. Por favor, hazlo.”
Dos lados de mí. Esposo y maestro. El marido odiaba la idea de que su mujer estuviera sufriendo. Quería cortarme el pene por causarle tales molestias. Pero el maestro amaba la agonía de su esclava, bebiendo de ella, drogándose de ella.
Luché para mantenerme coherente.
La mano de Tess cayó, colocando ambas palmas de las manos a cada lado de su cara. Sus ojos estaban fuertemente apretados, dándome un control completo.
“Voy a tratar de no hacerte daño, esclave,” gruñí, agarrando sus caderas para anclarme a mí mismo. Con la mandíbula apretada, el sudor me corría por las sienes, sacudiéndome en ella. El tiempo en el que trabajé, le enseñé a su cuerpo que podía encajar, sin darle más remedio que aceptar.
Centímetro a centímetro, la tomé. Adorando a esta mujer que confiaba en mí demasiado.
La espalda de Tess brillaba con la humedad mientras empujaba.
La había reclamado. Mi pene estaba al final, mis bolas estaban apretadas contra sus mejillas.
“Maldición, se siente increíble,” dije en voz baja, inclinándome sobre ella, besando su hombro salado.
Temblaba. “Eres tan grande.”
Me eché a reír. “Gracias por el golpe de ego, esclave.”
Sus labios se torcieron. “Me refería a que te sientes enorme. Estoy palpitante, dolorida y…”
Mis brazos se agruparon. Vamos, fóllala. La incesante demanda tronó en el tiempo con mi corazón. Pero no pude. Ella necesitaba tiempo para adaptarse. Envolví la correa alrededor de mi puño, tirando suavemente. Su columna vertebral se curvó, moviendo el collar alrededor de su garganta.
“Te paraste a ti misma. Dime. Quiero saber.” Arrastré los dientes a lo largo de su hombro, lamiendo su miedo.
“No voy a mentir y a decir que no hace daño. Ese primer empujón era más que horrible. Pero ahora... se ha debilitado. Puedo sentir cada pulgada de ti. Cada terminación nerviosa es agredida por tu abrumadora plenitud, pero el dolor está cambiando…” Una mirada aleteó a través de su cara, luego se apretó.
He perdido mi maldita cordura.
Sus fuertes y tensos músculos agarraron mi pene, ordeñándome con fuego. Mi estómago se apoderó, mi espalda se inclinó, mis ojos se pusieron en blanco.
Mi mano se acercó, aterrizando con un fuerte golpe en su culo. Mierda. No era mi intención hacer eso.
“Lo siento. Simplemente, se siente tan bien.”
Ella lo hizo otra vez, arrastrando una corriente de maldiciones de mi garganta.
Se echó a reír, creando aún más la presión y la sensación alrededor de mi pene. Cerré una mano en su espalda, obligándola contra el colchón. “Dios, si sigues haciendo eso, explotaré. Estoy a punto, Tess.”
“¿Qué quieres, Q? Dime... quiero saber.”
Gemí. Mi visión se llenó de piel, sangre y lágrimas, pero me tragué esas tendencias. No las necesitaba. Hoy no.
“Quiero correrme en tu dulce culo. Quiero hacerte moretones, así sabrás que esto me pertenece, al igual que cada pulgada de ti. Quiero mostrarte lo mucho que te quiero.”
Sus músculos internos se exprimieron, precipitándome más cerca del borde.
“Hazlo. Lo quiero todo. Piérdete en mí.”
Piérdete en mí.
Piérdete.
Maldita sea, cómo quería. Pero no podía. No completamente.
Sacudiendo brazos, piernas, follando todo, empujé hacia delante.
Sus labios se aflojaron; sus ojos se ampliaron. “Oh.” La sorpresa hizo eco por toda la habitación. Mi estómago se apretó con fuerza.
“¿Duele?” Gruñí, agarrando sus caderas. Empujé de nuevo, meciéndome más, haciendo el amor.
Una vez.
Dos veces.
¡Para! Tienes que parar.
El sudor; batallé olas tras olas de un orgasmo muy determinado. Mis bolas eran de mármol duro. Mis cuádriceps quemaban con tensión.
Tess se balanceó hacia atrás. “Más. Dame más.”
“Tess…” No podía luchar más. Ella quería más. Le daría más. Caí sobre su espalda, aprisionándola sobre el colchón. Mi frente se apretó contra sus omóplatos y empujé. Hombre, malditamente empujé.
Ella gritó. Mi corazón dio un vuelco, pero sus gritos se volvieron gemidos. El dolor no ataba su voz, era el placer.
“Descríbelo, ¿qué es lo que sientes, esclave?” susurré con voz ronca. Mis ojos se posaron en su collar y en la inscripción: propiedad de Q Mercer. Tragué un gemido de felicidad.
“Como... presión... estás frotando y haciendo hematomas, y se siente tan extraño, pero se siente también…”
Conduje hacia el interior. “¿Se siente?”
Sus labios se separaron en un gemido. “Se siente tan bien. Tan bueno.”
Mi corazón aleteó. Me sacudí de nuevo, mordiéndome el interior de la mejilla, aplazando otra oleada de placer. “Te dije que se sentiría bien.”
Sus caderas se arquearon, presionando las mías, aplastando mis bolas contra nuestros cuerpos. “Tan bueno,” jadeó. “Más, Q. Llévame.”
Y esa era la medida de mi auto-control. Me había quedado sin fuerzas.
Buscado su oreja, le mordí el lóbulo. “Voy a follarte ahora, Tess.”
Ella tarareó en su garganta.
Mis dedos se ataron alrededor de la correa, cogiendo su firma. Me gustaría montar a esta mujer. A este increíblemente y loca mujer. “Voy a reclamarte como tu marido, maestro y dueño. Voy a llenarte tan profundamente que te haré gritar.”
“Por favor,” gimió ella, su cuerpo se retorcía debajo del mío.
Y eso era todo lo que necesitaba.
Mi frente reanudó su posición entre sus omóplatos. Me dejé ir. Mi boca se abrió mientras el placer que nunca había sentido sacudió mi espina dorsal. Increíblemente afilado, estimulándome, cortando mi alma en pedazos.
Me entregué al éxtasis. Tess gritó cuando le hice el amor.
Más fuerte.
Más fuerte.
Golpes largos e invasivos.
Reclamando.
Tomando.
Amorosamente.
Malditamente.
Los dedos de Tess se abrieron y cerraron en las sábanas, sus bragas se encontraron conmigo, su cuerpo se encontró con cada uno de mis empujes.
Cada segundo que me venía abajo, perdiendo el control de mí mismo, dando mi pasado, mi oscuridad, mis esperanzas y sueños para mi esposa. La dueña de mi corazón.
Duré otros diez segundos.
Diez segundos de felicidad.
El deseo en mi sangre se encendió como un fósforo, aniquilando todo en mi sangre.
Esto era sólo el comienzo.
El comienzo de mi felicidad eterna.
El comienzo de un futuro que nunca pensé que iba a tener.
Estoy casado. Mis pecados no son terribles. Mis deseos no son espantosos.
Tess era mi círculo completo. Era mi hogar. Mi refugio. Mi mejor amiga y socia. Nos habíamos encontrado entre sí no sólo para esta vida, sino para siempre.
Mi bestia ronroneó. Mi monstruo se estiró.
He sido domesticado.
Y malditamente me encantaba.
Me corrí.
Malditamente me corrí en pulsos rítmicos. Salpicando a Tess con todo lo que tenía para dar.
Ola tras ola de espesor, disparando liberación dolorosa de mis bolas. Rebotó por mis piernas hasta los dedos de mis pies, construyendo intensidad antes de chocar mi cuerpo con el de mi esposa.
Mi mujer.
Me corrí fuerte y profundamente en la mujer con la que me había casado.
La mujer que había reclamado.
La mujer que siempre sería mía.

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