sábado, 9 de mayo de 2015

CAPÍTULO 23

Pájaro carpintero

Un ser humano es adaptable. Un corazón humano no.
Había pasado un mes, y reanudé mi antigua vida como si nunca me hubiera ido. Dos semanas después de regresar, llamé a mis padres.
Brax les dijo lo que me pasó en México, quemaron un viejo unicornio de peluche mío, y luego esparcieron las cenizas en el jardín trasero, creyendo que estaba muerta. En sus viejas mentes, mi reencarnación era un calvario desordenado, no una segunda oportunidad para ser feliz. La conversación fue rebuscada y dura.
Nunca volví a llamarles.
Me convertí en una adicta a las canciones que escuchaba Q. Las letras compartían mi dolor, liberando las emociones que tengo dentro.

Tu memoria no dejará que mi cabeza
te caze, me estoy volviendo loca,
me gustaría estar muerta
cada vez cada vez que cierro los ojos, estás ahí,
dispuesto a chupar en la oscuridad deseos realistas donde yo ya no quiero estar,
mis sueños son mi salvación, voy a cortar para salir, para picar,
romper todos mis huesos del cuerpo aunque sólo significaba la paz de su melodía oscura.

Nunca había escuchado las canciones cuando Brax estaba en casa, pero cuando estaba yo en soledad, las palabras llovían con angustia y necesidad.
En mis sueños, Q me visitaba, y me despertaba con estrellas fugaces y orgasmos. Durante el día, me obligaba a actuar, mentir y ser Tessie. La verdad y Q me hacían daño en el corazón; tenía que ocultar mis sentimientos.
Mis secretos permanecieron encerrados detrás de una fortaleza de inocencia de ojos azules. Mi cuerpo sanó y los latigazos ya no se veían. Pero ardían brillantemente y con color rojo en mi alma.
Muchas noches, me torcía los pezones muy fuerte, sólo para tratar de recrear la lujuria para pensar que era Q, pero nunca funcionaba.
La vitalidad se convirtió en un lejano y oscuro paraíso. La realidad se hizo cargo. Hice mis exámenes finales de la universidad. Me dejaron hacerlos, debido a las circunstancias, y pasé con muy buenas notas. Brax me llevó a cenar para celebrarlo, pero él era consciente de que había otro ancla que me mantenía aquí. Tenía una educación ahora. Lo único que me inmovilizaba era Brax. Y día tras día demostraba que no era suficiente.
Traté de recuperar la mansión de Q en mi cuaderno de dibujo cutre, pero no importaba cuánto lo intentara, que no podía hacerlo bien.
Volví a contactar con Stacey y mis amigos de la uni, y empecé a buscar trabajo en el sector inmobiliario. Me deslicé por la vida en un estado semi-consciente. Sonriendo, riendo aún, pero todo se silenció, cubierto por una pantalla transparente, sin dejarme ver colores brillantes, u oler olores deliciosos, o disfrutar de un placer exquisito.
Treinta y seis días después de que Q me abandonara, sucedieron dos cosas que sacudieron mi soso mundo. Brax cambió sutilmente. Me di cuenta que pasaba mucho tiempo en tirar la basura. No me importaba, pero la curiosidad me hizo seguirle una noche.
Lo encontré hablando furtivamente con nuestro vecino en el pasillo, fuera de nuestro bloque de apartamentos. Ella tenía el rostro en el pelaje de Blizzard y una mirada de adoración en sus ojos.
Me temblaron los dedos y se me aceleró el corazón, el primer pico de emoción en un mes.
Nunca había dejado de pensar en la vida que había llevado Brax mientras yo jugaba a ser la esclava de Q. Él se preocupaba por ella, la dulzura tentativa que él había mostrado cuando nos conocimos, brillaba en sus ojos.
Oh, dios mío, ¿estaba resentido conmigo por haber vuelto a la vida cuando pensaba que estaba muerta?
Yo había sido tan egoísta como para no considerarlo. Después de la primera mañana, fingimos que nada había pasado. Nunca hablábamos sobre ellos, y nunca se quejaba cuando no teníamos relaciones sexuales. Yo no quería admitirlo, pero vivir con Brax, aceptando sus besos y cogernos de las manos, me sentía como si estuviera engañando a Q, y eso era estúpido y frustrante. Pero mi cuerpo me odiaba por traicionar a mi amo. Soñaba con él por la noche, me calentaba mientras dormía y temblaba por la liberación.
Me quedaba hipnotizada cuando Brax ayudaba a la chica a ponerse en pie, sosteniéndola más de lo necesario. La mirada de emoción implícita en sus ojos me hizo añorar. Añorar ser otra.
Esperé a ponerme celosa. Esperé rabia. Esperé nada... algo para mostrar lo que me importaba.
Nada.
Brax se rio de algo que ella dijo, agitando la cabeza de Blizzard. Una sonrisa floreció lentamente en mis labios.
A Brax le gustaba otra. Ya no me usaba como su muleta, y yo ya no lo usaba como la mía, ya no lo necesitaba. La verdad resonó con un centenar de tambores y relámpagos.
Felicidad. Libertad.
Brax no me necesitaba.
¡Soy libre!
Se agitaron mis emociones. La correa que me ataba a Brax, tejida y enroscada con obligación y amistad, se había cortado con unas tijeras, dejándome desamparada.
Por primera vez en mi vida, yo era mía. Completamente sola. Nadie tenía que dirigirme. No pertenecía a nadie o me reclamaba. La alegría impactó contra mi mediocridad, mi necesidad de que la gente se preocupase.
Me preocupaba por mí. Je suis à moi. Soy mía. La afirmación en francés era ridículamente perfecta.
La susurré, hormigueando con la posibilidad. “Je suis à moi.”

*******
La noche siguiente le dije adiós a Brax.
Mientras él iba a tirar la basura y a coquetear con la vecina, saqué una vieja mochila de debajo de la cama y hice la maleta. Encendí la radio, que se balanceaba con la música pop, dándole la bienvenida a un nuevo comienzo.
La ropa que ya no me gustaba, los accesorios que ya no me importaban, los puse en la parte inferior. Por primera vez en mi vida, me iba por mi cuenta. No había un plan de respaldo, no había una red de seguridad. Nadie confiaba en mí.
No tenía un destino en mente. Pero sabía que quería hacer valer mi promesa. La promesa que le di a la mujer que me tatuó en México. Le dije que el karma le iba a morder el culo. Quería cazar y herir a cada persona que había estado involucrada, y levantar a todas las mujeres que no tenían un final feliz como yo.
Yo terminé siendo débil y pasiva. Ya había terminado de ser Tessie.
En cuanto miré mi muñeca envuelta en plástico, sonreí. El mes pasado, me hice otro tatuaje. Abracé el dolor; después de todo, Q me enseñó que el dolor era placer.
Él rugió en mi cabeza.
“Sólo pienso en mí y en lo que estoy haciendo. No hay intimidad en el dolor, esclave. Permíteme hacer que tu dolor sea mi placer.”
Negué alejando el recuerdo, ignorando el apretamiento entre mis piernas. Dios, le echaba de menos. Echaba de menos su frialdad egoísta, su violencia súper caliente.
Pero también le daba las gracias. Sin su crueldad, nunca me habría encontrado.
Sonriendo, tracé la pequeña ave en vuelo atrapado entre los dos extremos del código de barras. Bajo el gorrión estaban los números: 58.
Era mórbido. Había sido incorrecto en muchos niveles marcarme a mí misma como esclava cincuenta y ocho, pero Q fue el punto culminante de mi vida. La pieza central conmovedora que nunca volvería.
Cuando fuera anciana, estuviera casada, aburrida y drenada, quería algo para recordarle. El tatuaje del pájaro y el número estarían siempre para sostener esos recuerdos. Una caja de seguridad de placer sádico disponible para revivirlo en la intimidad de mi mente, cada vez que necesitara una inyección de fuego.
Suspirando, cogí la última cosa de mi armario.
El vestido gris que había llevado cuando me fui de casa de Q. Una canción empezó en la radio.

Tu tacto me consume, me asusta, me seduce,
quiere capturarme.
Yo quiero ser tu víctima,
quieres arruinarme,
quiero que me rompas,
me muestras tu oscuridad,
y yo te daré mi luz

Las letras me golpearon en la cabeza, y me quedé mirando el vestido durante mucho tiempo. Mi corazón no sabía si quería pelear o morir. En un horrible momento de desgracia, olí el material. Todavía olía a suaves cítricos y madera de sándalo, se agarraron a mi estómago con amor y odio. Dos sentimientos iguales, tan diferentes, aunque no del todo tan diferentes. Ambos eran una sola cosa: pasión.
Hice una pequeña bola con el vestido, algo arrugado.
Con el ceño fruncido, saqué el sobre que Franco me dio. Había sido demasiado cobarde para leerlo. En cambio, lo escondí en el vestido, con la esperanza de olvidarlo.
Nunca lo olvidé.
Pero ahora, tenía fuerza. Yo tenía el control de mi destino. Sentada en la cama, deslicé un dedo bajo el pegamento pegajoso para abrirlo.

Los latidos sonaban más fuertes mientras la sacaba. La pulsera de plata de Brax se cayó.
“¡Merde!” Él estaba de pie, cogió el brazalete de la alfombra. “Esto es mío. Eres mía. Acéptalo si alguna vez quieres volver.”

Eso fue una mentira. Todo ello. Me dio el brazalete muy fácilmente. Si se comprometió a poseerme totalmente, no hubiera pasado el último mes en el purgatorio.
Arrojé el brazalete lejos; y aterrizó en la almohada de Brax. No lo quería más. Pertenecía a dos identidades, y no me inclinaba ante eso.
Voy a seguir adelante, así que ayúdame. Me gustaría encontrar y rescatar mujeres que sufrieron abuso y penurias. Me convertiría en la peor pesadilla de un traficante. A pesar de lo que negara, era así.
Mis ojos se abrieron.
Q salvó mujeres, lo mismo que iba a hacer yo.
Él podría salvarlas, pero nunca iba a llevar al os hijos de puta que lo hicieron ante la justicia. Yo quería ir detrás de los monstruos.
Miré el sobre antes de tirarlo a la basura, y saqué un pequeño trozo de papel. El aire se negó a entrar en mis pulmones.

Esclave,
Tess,
Esto es por tu libertad.
Vuelta alto y sé feliz.
Je suis à toi.
Q.

Me puse una mano sobre la boca, reprimiendo un gemido.  Detrás de la nota había un cheque. Firmado con un remolino arrogante, que era la firma de Quincy Mercer. Me había dado 200.000€.
Me sentía débil. ¡Doscientos mil! Ardía por dentro. Doscientos. ¿Eso era todo lo que valía? ¿Menos que un Bugatti o alguna otra posesión que pudiera comprar?
¡Mierda, yo no estaba a la venta!
El dinero me envió espasmos de frustración caliente con su audacia. Realmente era un maldito idiota. No quería su dinero. No quería nada de él aparte de paz. Quería que se fuera de mi cabeza. Quería que mis sentidos me pertenecieran otra vez. Quería que mi corazón dejara de llorar. Hay tantas cosas que quería... y que nunca iba a llegar.
Maldito sea, que se vaya a las profundidades del infierno.
Se me aceleró el corazón. Todo lo que había estado tratando de olvidar, me agarró por la garganta, chocando conmigo con salvajismo despiadado.

“Como quieras, esclave. Cada vez que te llamo Tess, recuerdo que puedo hacer lo que quería contigo. Me perteneces.”
“Sí.”
“Después de esta noche, cada vez que diga tu nombre te mojarás para mí. No sólo poseo tu cuerpo, sino también tu identidad. ¿Te niegas?”

Trato de negarlo. Lo he intentado mucho.
Pero no podía tragar la mentira. Todavía le pertenecía  a Q. Le pertenecía mi cuerpo, mi corazón, mi alma, mi puto todo.
Las lágrimas me goteaban por las manos. Sabía lo que tenía que hacer.
Moviendo la mesita de noche, me encontré con mi cuaderno de dibujo y arranqué una página. Las manos me temblaban y el estómago se me hizo un nudo.

Brax,
siempre te amaré. Me encanta tu bondad, tu generosidad, tu amistad, tu sonrisa. Siempre voy a amar la forma en la que me hiciste sentir conmigo misma y cómo me mantuviste a salvo cuando me sentí tan sola. Pero sé que no te doy lo que necesitas. Sé que soy egoísta al no apoyarme lo suficiente y no haberme dado cuenta hasta ahora.
Otra persona te necesita más de lo que yo nunca te necesitaré, y quiero que seas feliz.
Voy a dejarte que lo hagas, Brax, y te deseo mucha felicidad y...

“Te estás yendo. ¿Verdad?”

Dejé caer el bolígrafo, y aspiré aire. Brax estaba de pie en la puerta, con la mandíbula apretada. Se acercó a la cama, tratando de leer mi nota al revés. Sus ojos se posaron en la pulsera de plata que había sobre la almohada.
Me mordí el labio mientras la cogía, observando, sin ver. El brazalete representaba nuestro futuro y lo tiré a la basura frívolamente.
Dejé caer la nota como una cobarde, pero cara a cara, no sabía si tenía fuerza suficiente. Encuentra la fuerza. Él tiene que saber la verdad.

Dejé caer el papel, y fui a su lado. “Sí. Me estoy yendo.”
Brax miró hacia arriba, sosteniendo el brazalete con fuerza. “¿Solamente te ibas a ir, Tessie?”
Sus ojos brillaban con dolor. “¿Qué hay con lo que yo quiero?”
Me puse una mano sobre el corazón, mirando a sus ojos azules. “Te estoy dando lo que quieres. Lo que necesitas. Yo siempre seré tu amiga, Brax, pero nos hemos hecho pequeños. Nunca quise hacerte daño, y si me tengo que ir, lo haré.”
Él bajó la cabeza, presionando su frente contra la mía. “Eso no es cierto. Te necesito.”
Suspiré en voz baja, “Creo que necesitas más a otra persona.”
Cuando me miró con una ceja levantada, agregué, “¿La vecina con la que has estado pasando mucho tiempo? Os he visto juntos, Brax. Sé que tienes sentimientos por ella.”
Tragó saliva. “No es así. Sinceramente. Ella se mudó mientras estabas... mmm... ido, y yo la he estado ayudando con cosas.” Bajó la voz. “Su padre y su hermano murieron en un incendio en su casa. Su madre murió cuando ella era un bebé, y no tiene a nadie a quien recurrir. Sólo estaba siendo amable.”
“¿Cómo se llama?”
Se estremeció. “Bianca.”

Odiaba la expresión de sus ojos, el aspecto en el que esperaba que yo gritara y darle un puñetazo. Tenía todo el derecho de cuidar a otra que estuviera tan sola somo él. Juntos, serían todo lo demás. Yo no estaba suficientemente rota para Brax. Mi valor y fuerza mantenían una brecha entre nosotros todo este tiempo.

Lo besé suavemente y murmuré, “Déjame ir. Serás más feliz, te lo juro. La verdad duele menos que unas mentirijillas y unas farsas... ¿recuerdas?”
Tragó saliva, asintiendo con la cabeza una vez. Él sabía que yo decía la verdad. “¿Dónde vas a ir?” Me recogió en un abrazo.
Le apreté la espalda, pero no podía confesar. “No estoy segura. Pero sé que soy feliz y estoy haciendo lo que tengo que hacer.” Besando su mejilla, me alejé. “Espero que estés verdaderamente contento con que esto haya terminado, Brax.”
Me besó suavemente, sonriendo. “Te vas de nuevo a Francia, ¿no es así?”
Me quedé helada.
“He visto lo diferente que eres, Tess. Duermo al lado tuyo. Veo cómo te levantas caliente, mojada y sexy como el infierno. Algo pasó allí, y te cambió. Lo entiendo. Lo que pasó en México nos cambió a ambos.”

Luché con vergüenza y temor. Brax vio más de lo que creía. La vergüenza me hizo sonrojar. Estaba en lo cierto. Yo había cambiado y no podía deshacerlo. No podía cambiar el hecho de que él estaba a mi lado mientras yo soñaba con los azotes de Q. Sufrió en silencio mientras yo lloraba con necesidad.

El remordimiento se instaló pesadamente. “Brax, lo siento mucho.”
Se rio un poco. “No hay nada por lo que pedir disculpas, Tessie. Sabía que éramos diferentes desde que sacaste tu vibrador. No me siento cómodo con ese tipo de cosas, y creo que sabía que iríamos por caminos separados a partir de esa noche. Me dolió mucho en su momento, pero ahora... yo podría ser capaz de respirar con la idea de tenerte sólo como una amiga.”
Su aceptación dejó que mi corazón volara libre; le di otro abrazo. “Estamos en contacto.”

Brax me abrazó con comodidad al fin y me besó en la mejilla despidiéndose.
Nuestra relación de dos años terminó con una nota amable y le deseaba a Brax el mundo entero.
Media hora más tarde, salí del apartamento, con el vestido gris que me dio Q.
Sin pertenecer a nadie.
No había elementos triviales, no había significado.
Sólo yo, mi pasaporte, y la nota de mi maestro.

Con una sonrisa en la cara y en el corazón, dejé mi mundo atrás.

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