jueves, 26 de mayo de 2016

Capítulo 9

Tess
Cuerpo a cuerpo, pensamientos compartidos y lujuriosa necesidad, nos inclinamos a este nuevo remolino de avaricia.
Debo estar soñando. Esto no puede estar pasando.
Me pellizqué por billonésima vez.
Já, millones de dólares.
Soy multimillonaria.
Puse la cabeza entre las piernas. Nunca me había sentido tan... irreal. No había palabras para describir la débil euforia o el adormecimiento de mi corazón.
La mano de Q aterrizó sobre mis omóplatos, frotándome suavemente en círculos. Su caricia amorosa ocultaba sus verdaderos sentimientos. Nunca había visto a un Q como este. Personalmente pensé que se había vuelto loco; que finalmente se había roto y que nunca encontraría al hombre, que algunas veces era hosco, que siempre era temperamental, del que me enamoré.
Los motores del avión incrementaron repentinamente los decibelios, rodando por la pista como un cohete.
Mirando hacia arriba, me armé de valor para mirar el hermoso rostro de Q. La misma cara que no había dejado de sonreír desde que desperté de mi estúpido desmayo.
“No es el fin del mundo, esclave.” Sus ojos claros bailaban, no me mostraban ninguna piedad.
Le fulminé y miré por la ventana, ignorándolo deliberadamente. Era el fin del mundo, de mi mundo. Él había tenido una vida para acostumbrarse al lujo y a las complicaciones del dinero. No era justo obligarme a firmar un pedazo de papel, al menos no bajo coacción, y aceptar toda su fortuna cuando no tenía derecho en ella en absoluto.
Dándome la vuelta para mirarle, le espeté, “Quiero volver. Quiero que Frederick lo rompa.”
Q se reclinó; con las piernas estiradas frente a él, cruzando los tobillos. Su pelo brillaba al entrar el sol por la ventana circular cuando el avión se precipitó hacia el cielo. Vestía pantalones negros y camisa blanca. Él era un toque de sofisticación en el mundo de color crema del jet privado.
“¿Por qué habría de hacerlo?” Él no podía quitar la maldita sonrisa de su rostro. “¿En apuros por llegar a un acuerdo con algo, Tess?”
Riéndose, se inclinó y me cogió la mejilla. “A lo mejor estás teniendo dudas acerca de enamorarte de un hombre que acaba de cambiar tu percepción de cómo ves el mundo.”
Mi vientre se agitó. Él ya había hecho eso. Me había hecho amante del dolor. Me había hecho cómplice de una caridad que no había conocido hasta hace una hora. Había puesto mi vida completamente del revés, le quitó color, la cortó y la cosió de nuevo.
Todo mientras mantenía algo de mí. El comentario de Frederick se hacía eco en la tensión de las extremidades de Q. No es de extrañar que él hubiera sido cauteloso cada vez que trataba de ver la televisión o de navegar por internet. Había escondido todas las noticias de mí. También le restó importancia a lo peligroso que la gente supiera la verdad.
La premonición se sentó como una pesada mancha en mi corazón.
¡Esto es demasiado! Todo esto. Necesitaba saber la verdad. ¿Cuánto riesgo era realmente para él? Tiene que dejar de estar tan indiferente.
“¿Puedes ponerte serio durante un segundo?” Nunca había cruzado esa línea con él antes, pero su sonrisa satisfecha realmente me molestaba.
Él se echó a reír, echando la cabeza hacia atrás, alargando su perfecto cuello. Mi boca estaba más seca que el desierto.
Santo infierno, ¿cómo se supone que tengo que concentrarme cuando todo en él transmitía sexo crudo?
Su mirada se posó sobre la mía. “¿Qué es lo que parece ser un problema?” Desgranando sus dedos, dijo, “No puede ser el hecho de que nunca vas a pasar hambre, frío o vas a estar sin hogar. No puede ser el hecho de que siempre estarás a salvo y vas a ser capaz de permitirte la mejor protección y cuidado de salud. Y desde luego, no puede ser el hecho de que puedes utilizar ese dinero para ayudar a otros.” Poniendo los ojos en blanco, sonrió de nuevo. “Dios, estás actuando como si te hubiera hecho firmar una sentencia de muerte y no una vida improvisada y mejor.”
Girándome en la silla, agarrando el apoyabrazos acolchado cuando el avión se ladeó de repente, le dije, “No lo has hecho. Estás regalándome la mitad del dinero que es legítimamente tuyo y lo estás tratando como si no fuera nada.”
Y ocultas tu seguridad de mí.
Sus ojos brillaron, perdiendo su alegría, cambiándola por agresión conocida. “Lo es. Supéralo.”
“No. No hasta que lo haya procesado. ¿No comprendes que ya había ganado la lotería encontrándote a ti? ¿Que todos mis deseos fueron concedidos cuando te enamoraste de mí? ¿Cómo puedes justificar el valor monetario de un multimillonario, cuando yo soy más rica que eso?” Me ardían los ojos mientras las lágrimas caían. Maldita sea, no quería llorar. No quería parecer débil. No sabía cómo formular mis preocupaciones reales porque ni siquiera me entendía a mí misma.
Mi verdadero temor surgió del comentario velado de Frederick.
“Ellos han salvado tu negocio pero han cogido…” ¿Han cogido qué? ¿Tan pronto? No podía soportar la idea de que dañaran a Q.
Q frunció el ceño; perdió el borde de ira, la confusión llenaba su mirada. “Tess... por eso te he dado el dinero. Nunca he confiado en nadie para que use mi riqueza de la misma manera que lo hago yo. Nunca había tenido la urgente necesidad de compartir esa responsabilidad. Es porque me amas y eres perfecta para aceptar el peso de la fortuna Mercer.”
Miré por la ventana de nuevo, tragándome el nudo que tenía que la audacia de ahogarme. Me temo que no soy digna de todo esto. Me temo que la vida espera pagarme otro peaje y estoy aterrada porque no seré capaz de pagarlo.
Q tiró de sus piernas hacia él, extendiendo un puño para envolver mi pelo.
Mi corazón se ofuscó mientras él me cogía con suavidad pero con firmeza para que inclinara la cabeza hacia él. “¿De qué va esto realmente, esclave?” Sus ojos buscaron los míos y yo sabía que él nunca lo entendería. Había aceptado casarme con él. Sólo por eso, me iba a pasar la vida rodeada de riqueza porque me la gastaría con Q. No había diferencia.
Pero mi verdadero terror me pinchaba los instintos, poniendo a punto las cosas que Q mantenía ocultas.
El oxígeno estaba atrapado en mis pulmones. Había estado planeando toda una vida juntos, así que ¿por qué de repente tenía la horrible sensación de que Q había planeado mucho menos?
“Sea lo que sea, me lo puedes decir.”
Negué con la cabeza, tragándome las preocupaciones tumultuosas. Él no necesitaba saber que suponía que algo estaba fuera de lugar, no hasta que tuviera pruebas concretas y pudiera exigir una respuesta.
Apoyando la palma de mi mano en su muslo caliente, le dije, “Está bien. Estaré bien. Gracias. Gracias por confiar en mí con todo lo que eres.” Y estúpidamente planeando cosas que no dejaré que vengan.
La mandíbula de Q se apretó y por un momento me preocupaba que no me permitiría esconder la verdad, pero luego bajó la mano de mi pelo, rozando la marca de 'Q' en mi cuello. La piel ya no estaba dolorosamente sensible; me estremecí ante la suave caricia.
“Todavía no lo he conseguido.” Él negó con la cabeza, tenía los ojos vivos con vitalidad y conexión. Inclinando la cabeza, rozó sus labios contra los míos. “Es posible que seas más rica, pero Tess... me has hecho más rico en mi corazón. Y eso no tiene precio.”
Mi cuerpo dio un paso para fundirme y arqueé la barbilla para darle un beso. Quería arrojar mi piel y volar. Quería liberar mi alma, así Q podría ver lo mucho que le amaba. Mi nota no era suficiente para describir lo mucho que él había cambiado mi vida. Él era más que la curación ácida, él era mi sangre.
Compartíamos el mismo latido del corazón y si él moría no tenía ninguna duda de que mi vida también me dejaría.
Los ojos de Q se cerraron. Su lengua me lamió los labios, cambiando el beso de dulce a sofocante. Me cogió en los brazos, haciéndome hematomas en mi columna vertebral con el ardor de su abrazo. Su sabor me drogó. Todo lo que quería era estar desnuda y debajo de él.
Segura. Quería estar segura.
Rompiendo el beso, dije en voz baja, “¿Dónde me llevas esta vez?”
Q se echó a reír suavemente. “Siempre tan curiosa.” Besándome la punta de la nariz, murmuró, “Te estoy llevando a esa cita, esclave. Nuestra primera cita y espero que llegar a la segunda base.”
Gemí mientras su mano me ahuecaba el pecho, frotando su pulgar sobre mi pezón. “Ya estás en la segunda base.” Mi respiración era tan suave como las nubes que había fuera.
Su boca se arrastró a lo largo de mi mandíbula, bajando por el cuello, lamiendo exquisita y suavemente. “Así que lo estoy.” Me masajeó el pecho, desplegando el deseo en mi interior. “Deja de ser tan fácil de seducir.” Los dientes sustituyeron a la lengua, pasando de suave a afilado.
“No puedo evitarlo. Estoy completamente indefensa contra el hombre con el que me voy a casar.”
Sus brazos me apretaron más fuerte; un gruñido burbujeó de su pecho. “Joder, me encanta escucharte decir eso. Dilo otra vez.”
Sonreí, temblando en sus brazos. “El hombre con el que me voy a casar.”
“Y después de casarnos, ¿cómo te vas a dirigir a mí?” Sus labios se convirtieron en fuego sobre mi clavícula.
“Serás mi marido. Mi marido maître.”
Me mordió, su gran cuerpo temblaba. “Me gusta cómo suena eso.”
Mis inseguridades rompieron mi auto-control. “Y tú serás mío para siempre, Q. ¿No es así?”
Él se echó hacia atrás, con el ceño fruncido. “Un matrimonio es para siempre, esclave.”
Asentí con la cabeza, forzando mis ojos para no mostrar mi verdadera preocupación.
Un matrimonio tal vez fuera para siempre, pero un cuerpo humano no lo era. Y Q parecía pensar que era inmortal.
Pero yo sabía la diferencia. Yo le haría daño. Le haría cicatrices.
El maestro invencible desangrado... podría ser asesinado.

Roma.
El sueño de un recién casado. O, en nuestro caso, una luna creciente.
Mi boca se abrió mientras Franco abrió la puerta del coche, concediéndome su gran mano para salir del vehículo. Alguien tenía que darme una bofetada. Había dejado la realidad y tropezado directamente en las páginas de mi propio cuento de hadas.
El hotel se disparó hacia arriba así como hacia el exterior. No podía ver dónde terminaba o comenzaba, ventanas arqueadas con balcones de Julieta se alzaban como soldados perfectos en un batallón de arquitectura. Pilares y pórticos con ladrillo oscuro, mármol de alabastro, y una alfombra roja que conducía a un vestíbulo que me aceptaba como una reina.
Y a través del cristal teñido de verde de la entrada, la mayor lámpara de araña que jamás había visto. Los cristales colgaban hacia abajo como una tarta de boda, si existía una tarta de tales capas con cincuenta mil joyas, todas colgando de un techo colosal con Pegaso, Hércules y Zeus inmortalizados por la mejor pintura imaginable.
Los rayos de Zeus golpearon a los huéspedes, mientras Cupido y sus querubines disparaban flechas en forma de corazón como si fuera lluvia.
Un grupo de tres mujeres entró en el vestíbulo, ignorándome en la acera mirando como una idiota. Cada mujer tenía un hombre y modelo italiano perfecto detrás de ella con sus brazos llenos de bolsas de Vuitton, Chanel y Prada.
El dedo de Franco se presionó por debajo de mi barbilla, poniendo mi mandíbula en su lugar. “Mostrar las amígdalas a la clientela no es la mejor primera impresión.”
Me sacudí, despertando del estupor de la riqueza. Señalé hacia el techo, las luces se derramaban sobre la acera, haciéndome sentir como una impostora pensando que podría permanecer allí. “Míralo. Es preciosa.”
“No, lo eres tú. Esto es sólo un hotel diseñado inteligentemente con intención para atraer a los hombres como yo para gastar cantidades exorbitantes de dinero.” Q me rozó el hombro, frunciéndole el ceño a Franco por tocarme.
Una mirada brilló entre ellos, añadiendo una mancha a mi corazón, robando algo de mi maravillosa alegría.
Los ojos de Franco estaban planos y desconfiados de todo el mundo, estaba mirando en todas direcciones.
Fingiendo no darme cuenta de la creciente tensión, dije, “Puede que sea así, pero... Q. Esto ni siquiera es nuestra luna de miel y estás adelantándome cosas. ¿Cómo vas a superar esto cuando finalmente nos casemos?”
Otra pregunta se formó en mi lengua, pero me la tragué de nuevo. ¿Exactamente será pronto? Después de la prisa de Q por engancharme, había estado en un silencio inquietante sobre el tema.
Q miró por encima de mi cabeza a Franco. “Regístranos. Sabes qué hacer. Nos vamos arriba.”
Con un análisis rápido de la calle, Q me agarró la mano, arrastrándome de la noche al vestíbulo resplandeciente y hacia un ascensor privado en la parte trasera.
Un hombre con un esmoquin a medida se inclinó mientras presionamos el botón y esperó al lado de un centro de flores que parecía una fuente viva de orquídeas, lirios y helechos.
Ciao, señor Mercer. Es muy agradable verle de nuevo, señor.”
Q asintió, el pelo del hombre era de color negro brillante y tenía la raya peinada en el medio, tenía las manos enfundadas en guantes blancos cruzados delante de él y la presentación era impecable para un hombre de unos cincuenta años. “Gracias.” Su tono era frío y seco; su cuerpo vibraba con una nueva rigidez que reconocí como auto-preservación.
El ascensor llegó. El hombre se metió dentro y presionó el botón necesario. Las puertas se cerraron, deslizándose hacia nuestra planta. “Su habitación está disponible, como siempre. ¿Tiene todo lo que requiere o debería pedir que enviaran algunos canapés o champán?” El hombre sonrió primero a Q y luego a mí. Sus ojos se iluminaron cuando él me cogió la mano, plantando un beso seco en la parte posterior de mis nudillos. “Perdone. Lo siento, señora. Disculpe mi grosería. Soy Alonzo, mayordomo designado para todos los invitados VIP.”
Q me alejó, plantándose entre Alonzo y yo. “Gracias por su servicio, pero no vamos a necesitar…” Q se cortó a sí mismo, una mirada calculadora entró en su mirada. El ascensor se detuvo, sus puertas se abrieron para revelar la espesa alfombra blanca y los arreglos flores a juego de color marfil, a intervalos regulares a lo largo del pasillo. “Tess, recto a la izquierda. Dame un momento.” Él me empujó hacia delante, sin darme otra opción que tropezar al salir del ascensor.
Las puertas se cerraron, dejándome sola como una tonta. ¿Qué demonios...?
¿Debería esperar? ¿Debería obedecer? No tenía ni idea de cuál era nuestra habitación y a juzgar por los teclados de lujo en cada puerta, no se necesitaba una llave, necesitaba... ¿una huella digital?
¿Q eligió este hotel por la opulencia o por la seguridad?
Di unos pasos vacilantes por el pasillo, las puertas del ascensor se abrieron de nuevo y salió Q, cogiéndome del codo mientras pasaba sobre la alfombra.
Miré por encima del hombro pero no vi a Alonzo. “¿Qué estás haciendo?” Le pregunté, dejando que Q me impulsara hacia delante.
“No tengo ni idea de lo que estás hablando.” Me subió más arriba, golpeó su pulgar contra la pequeña pantalla por encima de la manija de la puerta y la abrió cuando destelleó una luz verde. Empujándome al interior, la luz se encendió automáticamente, empapando el espacio diáfano enorme con calidez. Las obras de arte abstracto enmarcaban las paredes mientras el suelo hecho de cristal nos traía la vista perfecta de Roma a nuestra habitación.
Las fuentes y las calles de adoquines parecían mágicos a la luz de la luna creciente, mientras que los hombres y las mujeres se cogían de las manos, caminando hacia la cena.
Q se colocó detrás de mí, sus manos se deslizaron por debajo de mi jersey de angora gris. Me tensé, esperando que me hiciera girar y saltar. La cama estaba elevada sobre un pedestal de dos peldaños con la más increíble pintura de rosas y naranjas. Los pétalos de rosa estaban esparcidos por las sábanas de color nieve.
Mis pensamientos mórbidos los convirtieron en pétalos de sangre. Revisé rápidamente por encima del hombro, asegurándome de que la puerta estaba cerrada.
A continuación, la vista desapareció mientras Q me arrancó el jersey por encima de la cabeza y desenganchó mi sujetador, todo con un segundo de diferencia.
Me puse un brazo sobre mis pechos al aire, muy consciente de la luz que había y que las cortinas no estaban cerradas, Q me hizo girar, me agarró la cintura y me tiró bruscamente por encima del hombro.
“¡Q! ¿Qué demonios estás...?”
Él me azotó, dejando que sus dedos exploraran la costura de mis pantalones vaqueros. Sin decir una palabra, se marchó al cuarto de baño. En cuanto me llevó dentro, me dejó caer sobre mis pies y me desabrochó los vaqueros.
Mis ojos se cerraron mientras sus nudillos rozaron mi clítoris, tirando de la mezclilla gruesa hasta que se posó en mis tobillos.
Sus ojos se dispararon con lujuria mientras sus dedos estaban enganchados en mi ropa interior, quitándomelas también. Exactamente diez segundos después de haber llegado a una de las habitaciones más hermosas en las que había entrado, estaba completamente desnuda en un baño lleno de cosméticos caros, las toallas de plata más suaves y una ducha lo suficientemente grande como para un equipo de luchadores de sumo.
Q tomó aire, oscureciendo su rostro mientras se frotaba la parte delantera del pantalón. “Maldita sea, ¿tienes que ser tan jodidamente tentadora?”
La necesidad dura de su voz alejó mi molesta, cambiándola por atracción pesada. Su pecho subía y bajaba; la parte superior de la 'T' sobresalía por encima de su corazón, burlándose de mí con los tres botones abiertos de su camisa. Necesitaba que me tocara. Ahora.
Le di una patada a mis pantalones vaqueros y a las bragas, amando el calor que se estaba construyendo en mi núcleo. Me encantaba el poder que él otorgaba. El poder de estar desnuda delante de él con su cuerpo bloqueando en posición, llamando al mío con una necesidad más allá de todo ámbito de inteligencia.
“¿Por qué me pones húmeda cada vez que me miras de esa manera?” Repliqué su pregunta, centrándome en el goteo de mi interior.
“Es justo que estés mojada, Tess. Porque estoy tan malditamente duro que puedo clavar un clavo a través del mármol.” Sus ojos se deleitaron con mi piel; su mano agarró su miembro con rabia.
Nos devoramos, separados sólo por un metro. Un estúpido metro que quería erradicar.
Di un paso hacia él.
El movimiento lo sacó de nuevo de su torbellino; se alejó.
Levantando una mano, ordenó, “Métete en la ducha.”
Negué con la cabeza, con calor punzante en mi piel. Mi mirada cayó a los pantalones de Q, lamiendo mis labios hacia el bulto de su deseo. “Ven conmigo,” murmuré, dando un paso hacia él mientras él seguía retrocediendo lentamente.
Él no podía apartar los ojos de mi piel desnuda. “No. Si lo hago, nunca llegaremos a la cena.”
Pasándome las manos por la cintura, ahuecando mis pechos, me burlé, “No tengo hambre de comida, maître. ¿Quién necesita la cena cuando puedo chuparte a ti?”
Él gimió, dando un paso vacilante. Su mano abandonó su erección, buscando a tientas su botón superior. “Joder, no estás jugando limpio.”
No estaría jugando limpio pero estaba ganando.
Dando un paso más, vi lo sensible que estaba mi piel. Su intensa mirada me acariciaba, me hacía zumbar, ardía. Mi lengua quería lamerle, mi boca quería chuparle, mi cuerpo quería montarlo y mi mente quería estallar en tropecientos pedazos de felicidad.
Q arrastró la cremallera, burlándome con los bóxer de color negro, apenas ocultando su erección. Mi estómago se apretó y mi mano cayó entre mis piernas. Mi cabeza estaba repentinamente demasiado pesada mientras me atormentaba a mí misma, jadeando con saborearle.
Q alzó la cabeza, enganchando sus ojos con los míos. La ira marcaba su mandíbula o estaba fuertemente apretada con la necesidad restringida. “¿Tess?”
“Sí…” Susurré, totalmente absorta en las fantasías de lo que haría en el momento en que tuviera a Q desnudo.
Él irrumpió hacia mí, me agarró la muñeca y alejó mis dedos de mi núcleo. Con el rostro desencajado. “Te dije que es mío. No es tuyo. Crees que estás ganando. Pero puedo rechazarte, tengo suficiente dominio de mí mismo.”
Mi mano arremetió, agarrándolo por la bragueta abierta. Su pene saltó en mi palma, intensamente caliente y con ganas. “¿Estás seguro de eso?”
Él gruñó, empujando sus caderas en mi mano, antes de alejarme. Envolviendo sus dedos alrededor de mi garganta, murmuró, “Si sigues con tu jueguecito, voy a hacerte lo que no deseas. Obedéceme. Métete en la maldita ducha.” Sus labios se estrellaron contra los míos en un beso cruel y brutal. Grité mientras las contusiones se convirtieron en una adicción y el dolor se convirtió en una obsesión. Lo necesitaba. No era justo, él comenzó a quitarme la ropa. Tenía que terminar. Tenía que correrme.
Q apartó su boca de la mía. “Lávate, así puedo llevarte a una cita.”
Me estremecí, fascinada por sus labios perfectos, ansiándolos entre mis muslos. Quería lo que me había dado la noche anterior. Quería ser mordida, cenada, su banquete de elección siempre.
Las palabras me molestaban, las omitía y las lanzaba a mi mente mientras la lujuria me nublaba, convirtiéndome en muda y necesitada. “Y... ¿y si no lo hago?” Cogí sus bolas a través de sus bóxer.
Q se estremeció, arrastrándome más cerca. Su proximidad envió fuegos artificiales a mi estómago. “Si no lo haces, te follo contra la ventana. Todo el mundo en la calle verá que te retuerces para mí. Los extraños verán cómo te corres.” Cogiendo mi mandíbula, gruñó, “¿Quieres eso? Eres una exhibicionista secreta, Tess, porque con mucho gusto puedo mostrarte lo que tengo en mi cama. Estaría feliz de hundirme profundamente en tu calor y marcarte delante de los hombres que nunca conocerán la extrema alegría que es estar dentro ti. Me encantaría empujarte fuerte, rompiendo el cristal, sabiendo que los maridos de otras mujeres se pusieron calientes viendo lo increíble que eres, lo receptiva que eres, lo malditamente sexy que eres.”
Oh, dios mío.
Mi corazón dejó de latir. Perdí el control completo sobre mis pensamientos y sentidos. Las imágenes mentales de Q pintando mi sangre ardiente con gasolina. Su voz era tan poderosa que sentía la picadura del frío del cristal en mis pezones. Podía sentir la superficie viscosa, luchando porque Q se golpeara en mí.
Nunca había pensado en ser observada. Siempre había sido tímida sobre mi cuerpo, consciente de las imperfecciones, pero Q me daba a entender que era eróticamente delicioso.
Me mordí el labio, deliberando. ¿Cómo puedes querer que la gente te vea haciendo algo tan privado, Tess?
No tenía una respuesta, pero mi cuerpo se derretía, se licuaba, quemaba ante la idea de entregarme a la amenaza de Q.
Un fuerte golpe hizo añicos el conocimiento carnal que zumbaba entre nosotros.
Se rompió la libertad de pensamiento, mi mente estaba confundida por el miedo. ¿Quién estaba ahí? ¿Estábamos seguros aquí?
Mis instintos no estaban en máxima alerta por mí, pero por Q sí.
“Mierda,” murmuró Q. Con una mano fuerte, me apartó. “Dúchate, esclave. Tu traje para esta noche está aquí y quiero ponértelo personalmente.”
No recordaba la ducha. No recordaba mucho más aparte de que Q hiciera su camino para ponerme contra la ventana y todas las parejas nos vieran. No presté atención a las filtraciones de agua caliente sobre mi piel sensible o la inestabilidad de mi mano al aplicarme el champú en mis rizos. Y desde luego no tenía poder sobre mis instintos. No iba a arruinar esta noche por tener miedo a nada.
Pero sí recordaba las grandes zancadas en la habitación, envuelta en una toalla suave y esponjosa, y detenerme ante la vista de Q.
¿Alguna vez dejaría de sorprenderme? Nunca me acostumbraría a lo apuesto que era, a sus pálidos ojos luminosos y a sus pómulos esculpidos.
Era un festival para los ojos: mocasines de cuero negro, pantalones perfectamente planchados, camisa gris plata, chaqueta abierta y sin corbata.
No podía aferrarme a los pensamientos sin costura de mi cabeza.
¿Cuándo es su cumpleaños? Quiero comprarle una camisa que coincida con sus ojos.
¿De dónde sacaba esa ropa?
No es justo que él sea tan hermoso, yo parezco una vagabunda en su brazo.
Debo haber hecho algo bien para merecerle.
El pensamiento que decidí era: “¿Hay otro cuarto de baño en esta habitación?”
Q negó con la cabeza, sonriendo irónicamente, disfrutando de trabalenguas. “Sí. De él y de ella. Ahora ven aquí. Tengo una sorpresa para ti.”
Me deslicé hacia delante, dándome cuenta de que había cerrado las cortinas. Aspiré una bocanada de aire mientras enganchaba un dedo en el nudo de mi toalla. “Es justo que te vista, ya que te desnudé antes.”
Con un fuerte tirón, la toalla cayó a mis pies. Me quemaba la sangre por tenerle, besarle, pero al mismo tiempo, me encantaba la broma, el saber que me estaba llevando a una cita y que no sería capaz de violarle hasta que volviéramos.
Guiándome hacia la cama, donde había dos paquetes, me colocó a los pies del colchón descomunal y abrió la caja más pequeña.
Tragué saliva mientras sacaba un set de ropa interior púrpura.
Púrpura.
El mismo color que yo había comprado con la esperanza de seducir a Brax. Me tambaleé mientras cada pequeño cambio en mi vida me perforó. Parecía un universo diferente donde yo había abierto mi corazón y tratado de ser honesta con Brax. Parecía que había sido hace un siglo cuando había arrojado un vibrador inocente y todo porque él estaba herido y asustado.
Q se acercó más, buceando en mis ojos. “¿Tess?”
Forcé los recuerdos para que desaparecieran pero había una pregunta negándose a desaparecer. Quería saber la respuesta. Quería reconocer finalmente cómo todos mis sueños se hicieron realidad en una manera que nunca había sospechado.
“¿Si te dijera que solía tener un vibrador y me corría pensando que algún maestro desconocido me mordía el hombro y me golpeaba con un látigo, cómo te haría sentir?”
Sabía la respuesta de Brax: No tengo que follarte para ser un hombre, Tessie.
No sabía la de Q y la quería. Desesperadamente.
La frente de Q se frunció, sosteniendo el sujetador de encaje. “¿Cómo me hace sentir?” Ladeó la cabeza. “¿Es una pregunta con trampa?”
Me reí en silencio, ocultando mi nerviosismo. “No. Sinceramente, quiero saberlo.”
Q tiró el sujetador en la cama, antes de plantar sus grandes manos en mis caderas. “Te diré cómo me hace sentir. Me pone malditamente duro pensar eso. Puedo imaginar tus mejillas enrojecidas, el sabor de tu humedad, escuchar tus bragas.” Inclinó la cabeza, besándome el cuello. “Me encanta la idea de que fantasees acerca de las cosas exactas que te he hecho, casi como si siempre estuvieras destinada a ser mía.”
Alejándome, cogió las bragas y las dejó caer en su rodilla. Yo, obediente, entré en la ropa interior mientras la sostenía, temblando mientras él las sacaba por mis piernas. “Debería haberle pedido a Alonzo que comprara algo más para nosotros esta noche,” murmuró, colocando el encaje entre las piernas.
“¿Qué?” Respiré.
“Un vibrador. No puedo quitarme la maldita imagen de mi cabeza, ver cómo te corres y usarlo en ti de nuevo.”
No necesitaba alas. Q me hacía volar con las palabras. No estaba seguro o celoso de que me diera placer por mi cuenta. Él no era un mojigato o un soso. Era perfecto. Era mío.
Y nunca quería perderlo.
“¿Cuándo te vas a casar conmigo?” Espeté.
Encogiéndome, dejé que me pasara los tirantes del sujetador por los brazos y luego me levantó el pelo para abrocharlo.
Los papeles se habían cambiado, Q ya no me presionaba pero yo le presionaba a él.
Q no respondió. En su lugar, abrió la última caja, cogiendo el vestido más sexy y recatado que nunca había visto.
El trabajo perfecto de una costurera con seda y malla en todos los tonos posibles de gris.
En silencio, Q me ayudó a entrar en él. El vestido sin mangas me besó justo debajo de las rodillas, envolviendo mi cuerpo como el aire.
Dio un paso atrás, moviendo la cabeza. “Me casaré contigo cuando yo esté muy bien preparado, esclave. Pero esta noche, te voy a llevar a cenar.”

“Elige lo que quieras.” Sonrió Q.
Miré el menú de nuevo, frunciendo ante las letras en italiano. Saber francés me daba un beneficio, era capaz de obtener la esencia de la palabra, pero no tenía la aptitud de Q para los dialectos extranjeros.
¿Carbonara con caballo? No, no puede ser correcto.
¿Parmesano rallado con conejo? Podría ser, pero no quería correr el riesgo.
Coloqué pesadamente el menú sobre la mesa y dije, “Pide por mí. No tengo ni idea.”
Q se rió entre dientes. “Lo sabes, dejarme que te pida puede dar la vuelta. Sabiendo que confías en mí lo suficiente como para darme el control sobre lo que comes me pone duro.”
Crucé las piernas, tratando sin éxito de ignorar el nudo afilado de su voz. “Compórtate. Eres el único que quería hacer esto. Yo no. Te hubiera cenado a ti alegremente durante toda la noche.” En la seguridad de nuestra habitación de hotel.
Escuchar lo prolífico que era el negocio de Q en las noticias me perturbaba. No quería estar más en público. No me sentía de incógnito o sin importancia. Me sentía observada.
Sus ojos se estrecharon, sus dedos agarraron el menú más fuerte. “Tú eres la que se tiene que comportar, esclave. Estoy más que feliz de tenerte como mi entrante.”
Apareció un camarero de la nada, interrumpiendo la lujuria que creció rápidamente entre Q y yo. “¿Listos para pedir?”
Sonreí, mirando a todo el restaurante de alta cocina. No era grande y cada cabina rodeaba el perímetro de la habitación, una cortina de terciopelo rojo drapeado estaba a ambos lados de cada zona de estar, dando a los clientes la sensación de estar cenando solos. La serenata de violín y piano era hipnótica y se trenzaba sin esfuerzo con el flujo y reflujo de las voces del comedor. Por no hablar de los increíbles olores a ajo, hierbas y pasta fresca que llenaban el espacio como una neblina tentadora para las papilas gustativas.
Q me echó una mirada antes de volver a abrir su menú y desgranarlo en un perfecto italiano.
Mi núcleo hormigueó con el tono lírico del hombre con el que me iba a casar. Tan logrado. Tan distinguido. Tan diferente a puertas cerradas.
El camarero asintió, anotando lo que parecían ser grandes cantidades de alimentos. Una vez terminó, se inclinó, cogió nuestros menús y se fue a transmitir el pedido.
Q inspeccionó el restaurante con los hombros tensos.
Me incliné hacia delante. “¿Cuánta cantidad de comida pediste exactamente?”
Se centró en mí. “Pedí todos los entrantes disponibles. Supuse que podemos compartir y degustar un poco de todo.” Su mirada brilló con la palabra 'degustar'. Crucé las piernas, atrapando la ondulación entre ellas.
Algo se frotó contra mi tobillo; salté.
Q se rió por lo bajo. “Sutil, Tess. Realmente sutil. ¿Cómo se supone que voy a juguetear con los pies contigo si saltas una maldita milla?”
Me reí, no pude evitarlo. “¿Dijiste juguetear con los pies?” Arrojé el mantel, pretendiendo buscar. “¿Dónde está mi maestro sádico? ¿Qué has hecho con él? Él nunca pronunciaría tal palabra.”
Q se inclinó hacia delante, robándome la mano. Su cara se oscureció. “Estoy aquí, esclave, y te desmayarías de nuevo si supieras las cosas que me pasan por la cabeza.”
“¿Qué tipo de cosas?” Susurré, atrapada en su red como una estúpida mariposa que miraba a la muerte directamente a la cara y no hace nada para detenerla.
“Cosas como ponerte encima de esa mesa, levantarte el vestido y comerte delante de todos.”
Mi garganta se cerró; mi corazón se volvió loco. Alejé mi mano. Los dedos de Q estaban clavados alrededor de mi muñeca, manteniéndome prisionera. “Dime. He visto cada pulgada de ti. He estado en el interior de la mayoría de ti, y pronto todo de ti, y he asesinado a los hombres que se atrevieron a hacerte daño.” Su pulgar dibujó pequeños círculos en la parte inferior de mi muñeca interrumpiendo mi capacidad de concentración. “No es exactamente una conversación de etiqueta para una primera cita, pero ya tenemos... historia.”
Nuestras bebidas llegaron.
Q se echó hacia atrás, dejando que me fuera a regañadientes. Esperamos a que el camarero le colocara un vaso de whisky para Q y un martini nublado y lujoso para mí. Q asintió en señal de agradecimiento mientras el hombre se fue.
Tragando el deseo que Q había conjurado, fingí estar muy interesada en mi bebida.
Mirando el líquido, le pregunté, “¿Qué pediste?”
Q agarró su vaso, agitando el whisky, enviando humos de malta y alcohol en mi dirección. Tomó un sorbo, visiblemente más relajante que la bebida que golpeaba su lengua. “Te pedí un martini de lichi. Bebe, Tess. Planeo aprovecharme de ti esta noche y necesitas estar lo suficientemente intoxicada, como si las reglas de la primera cita tienden a implicar.”
Una vez más sus ojos miraron por todo el restaurante, sutilmente, de forma rápida, pero ahora yo me había dado cuenta de que su conciencia examinaba cada matiz que fuera evidente.
Tomé un sorbo, sorprendida por el brebaje dulce pero muy fuerte. “No tienes que emborracharme para tenerme en tu cama esta noche.” Revoloteé las pestañas, disfrutando del juego que él había empezado.
Su mirada estaba muy seria, aburrida en la mía. “¿Qué pasa si quiero emborracharte? ¿Para poderte facilitar que aceptes otra parte de lo que quiero reclamar?”
Santo cielo, no podía pensar cuando me miraba de esa manera. No importaba que un estremecimiento de miedo se precipitara en mi estómago, difusión, temblando de aprehensión.
Anal.
Q quería reclamar todo de mí y esa la última parte no conquistada. Tomé un trago de martini, no para obedecer, sino para calmar mis nervios.
Q sonrió. “Buena chica. Sabía que vendrías a darme lo que quiero con el tiempo.”
No podía hacer contacto visual. No estaba lista. Le amaba y le odiaba por el pánico que había instalado, que continuaría estando durante el resto de la cena, sabiendo lo que me esperaba en cuanto me llevara de nuevo a la habitación.
Necesitando cambiar de tema, esperando a que olvidara todo ese tema, murmuré, “¿Mantienes una habitación en el hotel desde hace mucho tiempo? ¿Por qué?”
Q parpadeó, tomando un sorbo de whisky. “Tuve una gran cantidad de transacciones comerciales en Italia el año pasado. Hemos expandido en gran medida el mercado italiano y necesitaba supervisar algunas... complicaciones.” La mandíbula se le marcaba; trató de ocultarlo al tomar otro trago de alcohol.
“Por complicaciones... ¿te refieres a chicas?” Mantuve mi voz en tono bajo, mirando alrededor del restaurante. La belleza de las cabinas bordeando el perímetro significaba que nadie nos miraba directamente y estábamos demasiado lejos para ser escuchados a escondidas.
Eso no detuvo a Q para que mirara a los camareros como si fueran asesinos.
Su cara se tensó, pero asintió.
“¿Cuántas?”
“Cuatro el año pasado, antes de conocerte.” Tomó otro trago, antes de colocar el vidrio pesado sobre la mesa. “No quiero hablar de ello.” Pasándose una mano por el pelo, agregó, “Estamos en una cita, no hables de negocios. Así que, dime. Qué me he estado perdiendo al no ponerme a mí mismo en el mercado.”
Sonreí, apreciando su intento de humor. “Bueno, hay cosas como cogerse las manos sudorosas, risas nerviosas, silencios incómodos sin fin. El primer beso cuando nuestras narices se chocan…” Brax apareció en mi cabeza. Todo lo que había en la lista lo había hecho con él. Las risas, golpearnos en la frente, porque era nuestro primer beso. ¿Por qué demonios estoy pensando en él?
Eso fue en el pasado. No quería hacer nada de eso con Q. Sin embargo... “Y por supuesto la lista genérica de preguntas.” Eso no me importaría hacerlo. Quería saber más sobre Q, quería saberlo todo.
“¿Lista genérica?”
“Sí, ya sabes. ¿Cuántos años tienes? ¿A qué te dedicas? ¿Quieres niños? Ese tipo de cosas.” Tomé un trago, maldiciendo mi corazón palpitante. Tales preguntas inocentes, sino más bien grandes hitos de los que no habíamos hablado. Especialmente el último.
Q se echó hacia atrás, cogiendo su copa para beber del líquido de color ámbar. Sus labios se torcieron. “Está bien... Tengo veintinueve. Mi cumpleaños es el dieciocho de diciembre, lo cual me hace una estrella, joder, no sé.” Tomó otro sorbo. “Tengo mi propia empresa, de la que ahora formas parte, y sí, con el tiempo, creo que sí.”
Mi corazón cayó fuera de mi pecho, en mi vaso de martini. Una imagen de una versión en miniatura de Q salió de la nada. Nunca había pensado en tener hijos. Nunca había contemplado la idea de ser responsable de otro ser humano, y mucho menos de uno creado por el hombre con el que me gustaría envejecer. Pero... guau...
Los párpados de Q se entrecerraron. “Eso es un fenómeno reciente. Juré que nunca tendría algo tan vulnerable en este mundo enfermo y retorcido. Sin embargo, desde que te conocí... tengo esta necesidad loca de hacerte inmortal.”
No podía respirar.
“Pero al mismo tiempo, no quiero una niña, me volvería loco, he visto toda la mierda que sucede y tendría un ataque al corazón tratando de mantenerla a salvo.”
Mi corazón no dejaba de sonar metálicamente. Nunca pensé que Q quisiera tener hijos. Ni en un millón de años.
Maldita sea, ahora no podría quitarme la imagen de una niña corriendo detrás de Q, con el pelo largo y oscuro, rodeada de gorriones y otras criaturas aladas.
Tragué saliva, tomando un trago de alcohol lichi. Yo me agitaba, tratando de pensar en un cambio de tema. “Mmm, creo que te hace Sagitario.” Oh, dios. Quería darme una palmada a mí mismo. Qué cosa más ridícula que decir después de que el hombre del que estaba enamorada había admitido que quería un compromiso más grande que el matrimonio, más cambio de vida que incluso nueve mil millones de dólares. ¡Niños!
Q entrecerró los ojos. “Veo dos cosas que te ponen nerviosa: lo que voy a hacer esta noche y hablar de cualquier descendiente que podamos o no tener.” Se pasó un dedo por el labio inferior. “Después de todo, necesitamos un heredero para hacerse cargo de nuestra empresa. No puedes confiar en Frederick para que se reproduzca, creo que el hombre dispara a espacios en blanco.”
Me entraron ganas de echarme a reír.
Pero en todo en lo que podía concentrarme era en nosotros.
Nuestra empresa.
Nuestros hijos.
Ya no míos, suyos, separados.
Juntos.
Nuestros.
El camarero apareció con una bandeja de comida. Me incliné hacia atrás, echando hacia atrás el resto de mi bebida, en silencio agradeciendo la intrusión. Necesitaba tiempo para pensar. Reponerme.
Los platos de delicatessen, ensaladas, panes, salsas gourmet, ñoquis, raviolis de gambas en fettuccine, langosta, lasañas pequeñas y feta envueltos con berenjena decoraban la mesa.
Nunca había visto tanta comida de aspecto increíble. Y no sería capaz de comer nada de eso. Mi estómago estaba hecho un desastre batido; mi mente se consumía con imágenes de un futuro que nunca pensé que quería.
El camarero sonrió una vez que todo hubo sido colocado. “¿Otra bebida?”
Q asintió, pasándole su vaso vacío. “Martini y whisky solo de malta. Gracias.”
El camarero asintió y desapareció para cumplir la solicitud.
Q observó la comida antes de mirarme. Su cara se tensó mientras él se congeló. “¿Qué pasa ahora, esclave?”
Me ahuequé los rizos, me picaba la espalda. Nada estaba mal, de hecho, todo era increíble. Finalmente estábamos hablando, aprendiendo, explorándonos los unos a los otros. No tenía hambre de comida, tenía hambre de conocimiento. Lo quería, sus secretos, sus pensamientos, sus esperanzas y sus sueños.
“Quiero hacer algo.” ¿Acabo de decir eso? Mierda, Tess. No había pensado en ello. La idea simplemente saltó en mi cabeza. Q diría que no. Por supuesto, él diría que no.
Q sonrió cuando el camarero volvió con las bebidas frescas. Elevó el whisky a sus labios.
“Puedes vaciar todo lo malo que tienes, supongo que es sexual o algo que creo que no voy a aceptar.”
Lo copié, saboreando mi martini. “Olvídalo. Es una idea estúpida. Vamos a comer.” Miré con nostalgia la comida, sabiendo que iba a terminar con una indigestión horrible si comía tan alterada. Tenía que relajarme.
“Tess... no me hagas darte una bofetada en público.”
Mis ojos se abrieron cuando una pequeña sonrisa adornó sus labios. Aspiré, tratando de encontrar el valor. “Está bien... ¿has oído hablar de Verdad o Reto?”
Las fosas nasales de Q se encendieron. “Por supuesto que oído hablar de ello y tenías razón para no decirlo. No voy a jugar.”
Agarrando el tenedor, ensarté un ñoqui y lo puse en mi boca. Tenía un sabor celestial, rico, mantecoso, pero podría haber sido ceniza de lo mucho que lo quería. Tragando saliva, tomé otro sorbo de mi bebida.
Una oleada de náuseas echó a rodar mi mundo; coloqué con cuidado el vaso sobre la mesa. Q estaba teniendo éxito en ponerme borracha. Mis nervios se ajetreaban por la intoxicación.
Se hizo el silencio entre nosotros mientras Q cogía una pieza de todo. La forma en la que sus labios se deslizaban fuera del tenedor y su mandíbula funcionaba tan bien mientras masticaba, hicieron a un lado los nervios a favor del deseo. No podía hacer nada sin cargarme de erotismo e, intencionalmente o no, me ponía mojada.
Traté de comer, teniendo éxito al devorar unas pocas piezas de ravioli de gambas, antes de que Q dejara caer su tenedor.
Tomó un trago de whisky. “¿Has jugado antes?”
Al instante me acordé de Brax y sus formas mojigatas. Pensé en mis padres y en su fresca indiferencia. Pensé en mi hermano y su intimidación. Pensé en mis amigos y en sus risas, su conocimiento cachondo. Ni una sola vez había jugado. Ni una sola vez había hecho algo tan imprudente como para darle a alguien el derecho de hacerme cualquier pregunta o entregarme a cualquier desafío.
Era peligroso. Era ridículo. Debería parar esto.
“No.”
Su rostro seguía ilegible. “¿Por qué quieres jugar?”
Agarré el tenedor, poniendo mis nudillos blancos, blandiéndolo como si me fuera a salvar de la conversación incómoda. “Porque te obligará a responder a las preguntas que no puedo saber de otra manera.”
Sus ojos se estrecharon. “¿Qué tipo de preguntas tienes en mente?” Sus dedos se movieron en torno al vidrio, dando la impresión de que no quería jugar, no porque era un juego estúpido, sino más bien porque tenía mucho que ocultar. Quería saber lo que mantenía oculto.
Quería saber por qué no había dejado de acechar alrededor del restaurante. Quería saber por qué nos quedábamos en un hotel que necesitaba huellas digitales para entrar a la habitación.
“No lo sé. Probablemente las cosas estúpidas no te importará decírmelas. Es sólo la estructura del juego  lo que lo hará más fácil.”
“¿Más fácil?” Levantó una ceja.
Asentí. “No vienes libre de equipaje, Q. No voy a husmear en las cosas que no me dices, pero me gustaría saber más acerca de ti.” Él se mantuvo en silencio, girando su whisky.
“Además, puedes evitar una pregunta si realmente no quieres responder, aceptando el desafío.”
“¿Y si no quiero hacer el reto? ¿Entonces qué? ¿Me obligas a responder a la pregunta?” Sacudió la cabeza. “No…”
No sabía si esto era parte de las reglas o no, pero si llegaba a jugar lo permitiría. “Puedes beber, si no deseas responder o no te atreves, puedes beber y seguir adelante.”
Sus ojos se clavaron en los míos. “¿Y no te puedes poner de mal humor o discutir si me niego?”
Fruncí el ceño. “¿Crees que me pongo de mal humor?” Mierda, ¿me pongo de mal humor? Me metí un rizo rebelde detrás de la oreja. “No, si la pregunta te obliga, yo honraré eso.”
Nos quedamos en silencio. Q cogió comida, los pensamientos pasaban por su mirada. Unos pocos mordiscos más tarde, me preguntó, “¿Y tú? ¿Vas a responder a una pregunta que yo te haga, incluso si no quieres?” Poniendo su tenedor en el plato, se inclinó hacia delante, con los ojos muy serios, casi aterradores. “Quiero estar dentro de tu cabeza más de lo que probablemente estoy en la mía, Tess. ¿Estás segura de que puedes manejar permitirme tener acceso sin vigilancia?”
Mis palmas se pusieron resbaladizas por los nervios; mi estómago se revolvió aún más. “Pero puedo aceptar un desafío, tengo una salida.”
La mirada de Q cayó a mis labios. “Bebe o desafío. En cuanto te niegues a responder a una pregunta, la perseguiré hasta que me lo digas. No podría obtener la respuesta esta noche, pero con el tiempo... me la dirás, Tess... ¿sabes por qué?”
Mi corazón zumbaba en mi pecho como una bengala defectuosa. “¿Por qué?”
“Porque soy tu dueño. Eres mía. Y tus pensamientos me pertenecen, tanto como tu corazón, cuerpo y alma.”
Rompió la dolorosa conciencia entre nosotros y tomó otro sorbo. “Si aceptas los términos, entonces está bien. Jugaré.” Su permiso tenía capas de promesas y advertencia. Si yo decía que sí, Q tendría un pase libre para cualquier cosa que quisiera. Pero si lo hiciera, tendría el mismo pase para aprender más sobre el hombre que le había dado sentido a mi vida.
Era tentador. Daba miedo.
Yo ya sabía la respuesta.
“Acepto.”
Q asintió, mirando elegante y profesionalmente, como si hubiera conseguido una buena transacción comercial. Levantando su copa casi vacía, le hizo una señal al camarero. “En ese caso. Necesitamos un poco más de estos.”

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