lunes, 21 de marzo de 2016

Capítulo 3

Tess.
Entrelazado, enredado, anudados para siempre, nuestras almas siempre serán retorcidas juntas, nuestros demonios, nuestros monstruos nos pertenecen los unos a los otros.
Haz una reverencia, inclínate, ahora somos libres.
“Está bien que esta haya sido la boda más corta de la historia sangrienta,” murmuró Franco mientras yo me deslizaba en el coche y cerraba la puerta. El sol dio paso a la sombra, aliviendo la mirada penetrante. Di un suspiro de alivio.
Fundiéndome con la tapicería de cuero, me incliné hacia las rejillas de ventilación para recibir un golpe del ártico aire acondicionado. El estar al sol del mediodía y hacer frente a la tensión de no casarme, me había pasado factura.
Q se deslizó en la limusina, cerrando la puerta tan fuerte como yo. No habíamos hablado en el camino de vuelta; no me fiaba de mí misma para no estallar en lágrimas. Me gustaría hacerme la tonta, mostrando la inseguridad y el miedo que realmente sentía.
No te quiero, Tess. ¿Cómo puedo amarte ahora que te has convertido en uno de ellos? La voz de cuando estaba drogada en Río, se repetía en mi mente. Q no sabía que mientras yo estaba herida y mutilada bajo el mando de mis captores, él me había visitado a menudo. Mi fantasma evocaba sus susurros y me decía que ya no era pura ni digna.
Sabía que era irracional creer que no me quería, no después de su carta y todo lo que había hecho, pero no era lo suficientemente fuerte como para detener las voces que socavaban todo lo que sabía que era real y las reemplazaba con mentiras.
Malditas mentiras.
Sucias e inseguras mentiras.
Le eché un vistazo a Q. Miraba por la ventana, con la frente surcada, sus ojos oscuros estaban planificando.
Se había suprimido una vez más, enfocándose hacia el interior sobre cualquier idea. La última vez que él había estado tan intenso, me había ordenado que le golpeara prácticamente hasta la muerte.
Mis ojos se negaron a dejar de beber en él. Su camiseta blanca se aferraba a su cuerpo hecho de piedra pura.
Su pelo más largo estaba barrido por el viento y desordenado. Su barba de cinco días ocultaba la parte de la tensión de su mandíbula, pero no era suficiente.
Él era tan perfecto. Demasiado perfecto. ¿Cómo podría competir, siempre sintiendo que él era mejor? Mi corazón había saltado fuera de mi garganta y se sumergió en las olas cuando había dicho que no podía casarse conmigo. Cada pensamiento oscuro y aspiración sin valor, en secreto cuidaba se hizo realidad en un minuto horrible.
Siempre había sabido que era sólo cuestión de tiempo antes de que finalmente él se diera cuenta de que iba a casarse con una chica con pecado en su alma y la sangre de una mujer debajo de las uñas. Y no cualquier mujer. Una mujer del mercado negro, un pájaro que él había hecho cualquier cosa por salvar.
Él podría sufrir la culpa por dejar que me llevara el hombre de la chaqueta de cuero. Sin embargo, yo había sufrido la culpa de un asesinato.
Franco bajó la barrera entre nosotros. “No podíais esperar a llegar a la luna de miel, ¿eh?” Lanzó una mirada por encima del hombro, sus ojos esmeralda capturaron los míos.
Mi estómago se retorció. ¿Qué diría si supiera que Q lo había pospuesto? ¿Iba a asentir como si tuviera perfecto sentido? ¿Diría que Q era digno de una mujer que fuera pura y no una asesina como yo?
Aparté la vista, incapaz de mirar al hombre que había estado junto a Q durante años. Estaba celosa. Celosa de su tiempo con Q cuando yo había tenido tan poco.
Franco se aclaró la garganta, capturando mi atención de nuevo. Él levantó la ceja, la bondad ablandaba sus características feroces.
Sonreí débilmente, luego me congelé cuando él hizo un guiño. Hizo un guiño.
Q murmuró, “No hay luna de miel. Aún no.”
Franco reorganizó su rostro amable y abierto para parecer frío y profesional. Ignorándome, miraba a Q. “¿Cuándo entonces?”
Llévala de vuelta a Australia. He terminado. La voz cruel en mi cabeza respondió en nombre de Q, llenándome de húmeda frialdad. Oh, dios. Tenía que tener la negatividad bajo control. Tenía que encontrar una manera de despejar mi mente.
Q me echó un vistazo, con la mente en otra parte. Por último, respondió, “Sólo conduce un poco. Todavía lo estoy pensando. Quiero algo impersonal.”
¿Impersonal? En primer lugar me llevó a una isla que, obviamente, significaba mucho para él, entonces él quería llevarme alguna parte que no significaba nada. Confía en él, Tess. Tenía que mantener la barbilla alta y el corazón creyente.
“Claro que sí.” Franco asintió, subiendo el cristal.
Q miraba por la ventana sin una mirada de soslayo.
Yo quería ir con él. Quería que sus brazos estuvieran alrededor de mí, por lo que podría centrarme en lo que era real y no en lo que estaba en mi cabeza. Mi boca se abrió, derramando una cuestión no autorizada. “¿Por qué no podríamos habernos quedado en Aviario? Incluso si no quieres casarte, sin duda era un buen lugar para pasar tiempo juntos.”
Q no se dio la vuelta. Se tomó un momento para responder, como si estuviera clasificando las palabras para asegurarse de que no decía nada mal. “Quiero la impersonalidad de algún lugar en el que nunca hayamos estado. Quiero estar en un lugar neutral.” Siguió mirando por la ventana, meditando. Sus manos se cerraron sobre sus muslos, saturando la atmósfera en el coche con energía y frustración.
No hice caso de las astillas en mi corazón. “¿Para qué?” Él quiere algún sitio donde no existan recuerdos para ninguno de nosotros. Suponía que no tenía mucho sentido.
“No lo sé todavía,” murmuró Q.
No pude evitar una rápida inspiración o el cosquilleo de las lágrimas. ¿Por qué coño era tan débil? Odiaba ser débil. Quería ser fuerte otra vez, para entender por qué Q había hecho lo que hizo. Quería tener la fuerza suficiente para permitir que la vida me guiara a estar aterrada por darle la vuelta a la esquina.
La ira me llenó; destrozando mis ojos irritados. Torciendo el cuerpo, traté de ver a través de las lágrimas, centrándome en el paisaje.
Un crujido sonó mientras Q se movió. “Estoy haciendo esto para que avancemos, esclave. Había olvidado lo descuidada que estaba la casucha de la isla. Alguien necesita entrar con una motosierra.” Su voz que normalmente estaba acentuada irradiaba honestidad y estaba embotada con la mentira.
Miré por encima. Él sonrió, suavizando la brutalidad de tal mentira. “Por favor, Tess, déjame hacer lo que tengo que hacer.”
La ira no había dejado mis venas. Quería discutir. Quería pelear. Quería demostrar que yo todavía tenía las agallas para defender algo que quería desesperadamente. Y quería desesperadamente casarme con Q. Si no hubiera dejado que los recuerdos me llevaran como rehén, podría haber sido la señora Mercer en unas pocas horas. Ahora, puede ser que nunca usara su nombre.
“Has dicho que te gusta lo salvaje. Deliberadamente lo dejaste intacto.” Un pensamiento me vino, le pregunté, “¿Por qué lo compraste en primer lugar? No debe haber sido una razón.” Las imágenes de él curando mujeres me llenaron la mente. Tal vez, no la había comprado para él, sino para otro.
Por mucho que me hubiera gustado poder leer sus secretos y desentrañar su pasado, no podía. Q seguía siendo un enigma.
Quería apostar mi vida para su paz mientras buscábamos a tientas en la oscuridad.
No pensaba que me fuera a responder, pero en voz baja respondió, “Tenía una idea loca de que me iba a retirar allí.”
Me senté más arriba, retorciendo las manos en mi regazo. “¿Querías retirarte en Aviario?” Entrecerré los ojos, tratando de imaginar lo torpe  que estaría en una isla como un anciano solo. Pero no estaría solo. Habría encontrado a alguien digno si yo no hubiera sido vendida a él. Se hubiera enamorado, con el tiempo. Un hombre como Q merecía ser amado incondicionalmente.
Aún sin mirarme, Q admitió, “Hace unos años, yo estaba tratando con un montón de mierda. Tenía más esclavas que se estaban rehabilitando de las que podía llevar la cuenta. La presión de tratar la mitad de la luz y la otra mitad en la maldita oscuridad me hizo un caos en mi interior. Todo lo que quería era paz. Serenidad. Algún lugar donde nadie pudiera encontrarme. Parecía el lugar perfecto.”
Entendí su necesidad de un círculo de cerrojos. En algún lugar donde no fuera juzgado o ser un extraño en su propia casa. Manteniendo mi voz baja, a fin de romper la suavidad entre nosotros, le dije, “Esa es una buena razón.”
Q miró, sus ojos claros profundizaron en los míos. “Una buena razón pero ya no es válida. Nunca me retiraré allí. Ahora no.”
Mi corazón latía más fuerte ante de la idea del futuro. Me encantaba tener el privilegio de verle envejecer. Me encantaría ver cómo su pelo oscuro se convertía en sal y pimienta, y las líneas de expresión débiles de sus ojos se convertían en líneas de risa. Sin embargo, no me imaginaba que se escondiera en una isla, no encajaba.
Murmuré, “No importa lo mucho que lo intente, no puedo visualizarte secuestrado en algún oasis salvaje. Tienes demasiadas personas que dependen de ti. Amas a tus pájaros demasiado. Tu... vocación. Echarías de menos Francia.”
La frente de Q se frunció. Viajaba y anhelaba el silencio y el espacio de vez en cuando, pero era un hombre francés hasta la última gota de sangre de su cuerpo. Echaría de menos la cocina local, el idioma. Echaría de menos las estaciones, y la satisfacción de su caridad única.
Yo también echaría de menos todo eso. Su vida ahora era mía, y no podría ser más perfecta. No podía esperar para ayudar a los demás, o estar a su lado mientras jugaba a un juego real de monopolio. Usaría mi título universitario y finalmente me ganaría mi lugar.
Se rió, perdiendo algo de la tensión en los ojos. “Una idea estúpida, ¿verdad?” Cogió una pelusa inexistente de su pantalón. “Pensé que era el único lugar donde iba a encontrar lo que estaba buscando. Que podría dejar de mentirme a mí mismo y alejarme de un pasado que no podía olvidar.” De pronto alzó la cabeza, su mirada ardiente con fuego de jade. “He crecido desde entonces. No estoy alejándome, sólo estoy aceptándolo. He encontrado lo que necesitaba en el momento en el que entraste en mi vida. Y por mucho que me disgustara el castillo pertenecía a mi padre, por fin tengo la disposición para convertirlo en nuestro.”
Nuestro.
Nuestro.
Mis pulmones se pegaron entre sí. “¿Nuestro?” Respiré.
Q torció el cuerpo para mirarme a la cara. “Sí. Nuestro. Tuyo. Mío. Nuestro.” Cogió mi mano con suavidad, apretando con fuerza. “Ya no necesito Aviario. La próxima vez que hable con Frederick, voy a decirle que elabore los documentos para venderla.”
Me las arreglé para aspirar una bocanada de aire mientras mis ojos se ampliaron. “Sólo porque no vas a retirarte allí no significa que tengas que venderla.” Miré donde se unían nuestras manos y no pude contener el fuerte espasmo de lujuria y amor. “Quédatela. No quiero ni pensar que ese desierto perfecto se arruine.”
Q se rió entre dientes. “Estuviste allí sólo un momento. No pudiste ver lo que ha crecido.” Su mirada cayó desde mis ojos a mi boca, convirtiendo la débil conciencia en algo tangible y palpitante.
Me lamí el labio inferior, convirtiéndome rápidamente en borracha con la idea de besarle.
Q se puso rígido; sus dedos se sujetaron fuertemente alrededor de los míos. Sus ojos permanecieron en mi boca. “Si quieres que me la quede, lo haré.”
“Así.”
“Así.” Su mirada parpadeaba, dibujando fuego y el sentimiento hermoso y maravilloso de necesidad. Echaba de menos el rubor; preocupada por estar destinada a estar fría y sin vida en el interior. Q pasó la yema de su dedo pulgar sobre mis nudillos, enviando escalofríos sobre mi piel.
Todo mi cuerpo se puso pesado, letárgico, con la difusión de la tibia anticipación. ¿De qué estábamos hablando? Ah, sí, Aviario. “Nunca me acostumbraré a tu riqueza.”
Q desenrolló mis dedos de los suyos, moviendo su mano hacia mi cadera. Me sacudí con fiereza cuando me tocó. Cada segundo que pasaba, el coche se empañaba con lo que se había construido entre nosotros. Estaba cosido en mis pestañas, las hojas se difundían perezosas a través de mi corazón.
Q pasó la mano por el lado en el que tenía el cinturón de seguridad abrochado. Con los fijos en los míos, apretó el botón y me soltó. El coche continuó a la deriva hacia delante a través del tráfico, nosotros estábamos yendo y viniendo en nuestro propio mundo privado.
Tirando de mí hacia delante, Q murmuró, “Bueno, es mejor que te acostumbres porque todo es tuyo. No hay acuerdo prenupcial, no hay documentos estúpidos o abogados. En lo que a mí respecta, cada euro es tuyo.”
No se detuvo hasta que me deslicé a su regazo. Cada pulgada viajaba por encima de sus muslos de dura roca, que me esforzaba por recuperar el aliento. Yo existía únicamente con el conocimiento lleno de lujuria en ciernes entre nosotros. “No puedo cogerlo.”
No podía coger un centavo de este hombre. No después de haberme dado tanto. Incluso ahora que me daba tanto en forma de recuerdo, trayendo mi cuerpo de vuelta a la vida, llenándome con calor líquido y alegría.
Q estaba en lo cierto. Casarse con las nubes
sobre nuestras cabezas era un error. Las nubes estaban haciéndose más grandes, amenazando con truenos y relámpagos. La tormenta podría arruinar nuestra frágil felicidad con un golpe. No podía arriesgarme a perder esto. Perderle.
Ya me había perdido a mí misma, todavía estaba tratando de pasar a través de los barrotes de mi cautiverio para entender la libertad. Nunca sería la joven feroz que había sido. Ahora tenía que encontrar quién era yo, antes de que Q pudiera dármelo todo.
Q me capturó la mano, haciendo girar mi anillo nuevo en mi dedo. Los diamantes bailaban y hacían cabriolas, estableciendo perfectamente el ala de color oro.
“Sabiendo que hay un rastreador aquí, sabiendo que siempre estarás cerca, es la única razón de que las migrañas me hayan dado un respiro.” La voz de Q apenas se elevaba por encima de un susurro. “Me has curado de muchas maneras, esclave, pero me has arruinado de otras maneras.” Llevó mi mano a su boca, besando mis nudillos con reverencia apenas oculta.
“¿Cómo? ¿Cómo te he arruinado?” Sentí un hormigueo donde nuestros cuerpos se tocaron. Su brazo descansaba alrededor de mi espalda, sosteniéndome cerca mientras su pecho y piernas amortiguaban como una silla viviente.
Q se rió entre dientes, rozando su cabeza con mi garganta. “En muchos malditos sentidos. Has demostrado que no soy intocable.” Me estremecí cuando la punta de su lengua me lamió. “Me has enseñado lo vulnerable que realmente soy.”
Mi cabeza cayó hacia atrás mientras él me tiraba de las puntas del pelo, obligándome a arquear en sus brazos. “No eres vulnerable, Q. No siempre.”
Sus dientes rozaron a través de mi cuello y por un milisegundo, mi corazón se aceleró con el miedo en lugar de la lujuria. La agudeza de sus dientes envió a que mis pulmones se sofocaran para respirar.
Si sólo necesitaba el dolor como solía. Si tan sólo pudiera aceptar lo que me daba. No había ninguna duda de que Q finalmente me quería hacer daño. Era quien era. Quien yo amaba.
Y cuando llegó ese día, me gustaría gimotear, luchar y fingir que me encantaba cada momento. Me forzaría a mí misma a venirme por él. Me gustaría entrenar mi cuerpo para aceptar y ocultar la cruda realidad de que ya no codiaba el dolor. Nunca lo sabría. Nunca necesitaría darse cuenta de mi sacrificio o regalo.
Los pinchazos de sus dientes desaparecieron, aliviado por una capa de adoración. “Lo soy. Terriblemente.”
Gemí mientras su gran mano burlaba a mi lado, su pulgar me acariciaba en círculos cada vez más amplios.
“No lo eres. Eres el más fuerte, el más valiente…” Mi cerebro dejó de funcionar mientras su pulgar encontró mi pezón, susurrando alrededor en perfecta posesión.
La respiración de Q aumentó hasta que las bocanadas de aire caliente me hicieron cosquillas en el cuello con tentación. El remolino de su caricia me revolvió la coherencia  y me dejó a la deriva, dejándome incompleta por su control.
“Por primera vez en mi vida soy vulnerable, y todo porque me enamoré.”
Boca. Manos. Lengua.
Los sonidos dejaron de existir. El zumbido de los neumáticos en la carretera se desvaneció; la parada y el balanceo del vehículo no entraba en nuestro ámbito de excelente sincronía. Cada segundo trajo una manta pesada que nos rodeaba, dibujando apretadamente, dejándonos fuera del mundo.
"Ellos te llevaron. Esos hijos se llevaron lo que más atesoraba." Sus labios se apretaron contra mi garganta, a continuación, la clavícula, luego el hombro. "Rompieron mi corazón. Rompiste mi corazón por hacerme que me preocupara mucho." Su voz vaciló con una mezcla de fuerza y debilidad.
Mi corazón se rompió por él. Había vivido mi propio infierno, pero Q tenía sus propias pesadillas con las que cargar. “Dime... habla conmigo.”
Caricia. Respiración. Lamer.
Q agarró de repente mi rodilla, torciéndome para ponerme a horcajadas encima de él. Con mis piernas abiertas sobre su regazo, él se empujó hacia arriba, rectificando su erección contra la banda estrecha de mis vaqueros. La mirada oscura en sus ojos estaba poseída, consumida por el deseo de estar dentro de mí, para unirnos mientras estábamos vinculados por una conexión quebradiza.
“No estoy listo,” gruñó. “No estoy listo.” Su rostro estaba contraído con violencia apenas contenida; su erección se movió, antojándome que lo deseaba como yo.
Él había dicho la verdad. La verdad reticente. ¿Nunca vamos a estar listos para rasgarnos y llevar nuestros demonios a la luz?
Labios. Calor. Boca.
Me puse rígida, tratando de mantener mis pensamientos anudados en una bola incomprensible. “¿Lo estarás alguna vez?”
Gemí en voz alta mientras su mano me cogía un puñado de pelo, sosteniendo mi cabeza apretada e inamovible. Sus características hermosas brillaban de rabia tan brillante y vibrante, que contuvo el aliento de puro terror.
Q fulminó, tirando todo mi miedo y fantasmas a la superficie. “Estaré listo cuando tú lo estés, esclave. Una vida por una vida. Un cuento por un cuento.”
No tuve tiempo de respirar antes de que sus labios descendieran sobre los míos y mi cerebro murió. Su gusto disparó a través de mi corazón, cuerpo y alma, entrando en cada molécula. Se tocó el núcleo de lo que yo era, rompiendo a través de las cadenas, arrasando a través de los restos de mi torre, y recogiéndome en sus fuertes brazos.
Encontré una pieza de mí misma en ese terreno baldío y destrozado de mi psique: recordé el delicioso sabor de la violencia.
Tracción. Succión. Lamiendo.
Cada remolino de su lengua resbaladiza resonaba y vibraba en mi centro.
Q gimió mientras yo pasaba de sumisa y obedecer a necesitar y exigir. Mis brazos estaban alrededor de su cabeza, pegando su boca a la mía, asegurándome de que nunca estaría libre. Mi núcleo se derritió, girando velozmente y los cohetes encendían mi sangre.
Nos aplastamos.Probé el sabor casi metálico exterior de mis dientes al rebanar mi labio inferior. Le besé con más fuerza de lo que había besado antes.
Nuestra respiración se enredó, nuestras manos se convirtieron en entidades separadas mientras estábamos a tientas, acariciándonos y pellizcándonos.
Estoy lista, quería decirlo. Estoy lista para compartir mi historia para poder aprender de la suya. Quiero conocerte. Cada parte de ti. Quiero ser tu dueña.
Q estaba forzando a que mi boca se abriera, su lengua casi me ahogó al besarme más profundamente. Le batí en duelo, librando una batalla, tratando de ganar la guerra contra el que rompiera y dijera la verdad repugnante primero.
Me dolía la mandíbula, mis pezones gritaban que su boca los chupara. Mi centro latió con una punzada para que él lo llenara, me convertí de vacío a lleno.
Estaba lista. Yo era fuerte. Quería hablar.
La indecesión y sin saberlo tuve que parar.
Aseguramos nuestras vidas juntas, era el momento en el que empezamos a confiar y sacamos los extremos de nuestra estrecha relación, cosiéndonos juntos para siempre.
Jadeé mientras Q rompió el beso. Cayendo de vuelta a la tierra, me di cuenta de lo salvaje y cautivada que nos sentíamos, como si hubiéramos trascendido de cuerpos mortales al beso que nos habíamos tomado. Q había absorbido toda la energía en el coche, me estaba consumiendo. Todo lo que podía ver era a él. No la maravillosa vista, o los edificios pintorescos que fluían más allá de la ventana. Sólo él. Siempre él.
Mis pantalones vaqueros estaban desabrochados, la mitad de la mano de Q se metió en mi ropa interior, tratando de tocarme. Mi propia mano ahuecaba su erección a través de sus pantalones; mis dedos estaban blancos apretando con tanta fuerza. Los labios de Q eran de color rojo y estaban húmedos, mientras su pelo se pegaba en todas direcciones.
Nunca le había visto tan sexy o tentador.
Nunca rompió el contacto visual. Q se puso detrás de mí para llegar al botón del interfono. Con una sonrisa bailando en sus labios, gruñó, “Llévanos al hotel más cercano, Franco. Necesito hacer algo con bastante urgencia.”

Yo estaba caliente y luego fría.
Emocionada y luego asustada.
Encendida y luego rechazada.
Mi corazón pasó de tamborilear con vida a un trozo de músculo inamovible.
La emoción de querer, el deseo, tratando de recuperar al Q para seguir lo que había empezado en la limusina no permaneciendo constante. La confusión me apagó, la vacilación me heló.
Franco paró el coche enfrente de un enorme hotel de lujo. Todo brillaba con pureza burlada. Al instante me odiaba. Me sentía demasiado sucia, demasiado en mal estado para entrar en un establecimiento impecable. Echaba de menos Pajarera. Era caótica, descuidada e indulgente. El polo opuesto de este lugar.
Q se alisó apresuradamente los pantalones, pasándose una mano por el pelo para ocultar la evidencia de lo que habíamos estado haciendo.
Estábamos aquí. Estábamos a punto de ir a un lugar sólo nosotros dos. Q me llevaría en su camino. Él me haría daño.
Me mordí el labio, mirando por la ventana. No podía dejarle ver que mi deseo se había convertido en miedo.
“¿Sabes por qué estás atada?” La voz del hombre de la chaqueta de cuero se escuchó entre dientes en mi oído. “Es así que podemos hacer lo que le hiciste a esas chicas, pero diez veces peor.”
Oxígeno. De repente no tenía suficiente.
Para. Este es Q. El hombre por el que tú morirías. ¿Es importante la idea de un cinturón p un látigo que te aterroriza? Estás haciendo esto por él, no por ti.
La pequeña charla me concedió suficiente cordura y paz para aspirar una bocanada de aire que tanto necesitaba.
Franco apagó el motor, luego vino a abrir mi puerta. El sol rebotaba en el interior, llevándose consigo el reflujo de conciencia oscura que quedaba entre Q y yo.
Miré a Q brevemente, sufriendo una sacudida por todo el cuerpo. Sus ojos estaban encapuchados, turbulentos; su pecho subía y bajaba con poder. Toda su alma llegaba a través del coche que me tocaba, que me advertía, amenazándome con lo mucho que le necesitaba solo.
Franco cogió mi mano, ayudándome desde el coche. Los ojos de Q miraron a donde me sostenía Franco; con la mandíbula apretada. No le gustaba que nadie me tocara, sobre todo los extraños, pero sofocó su temperamento, permitiendo a Franco algún grado de indulgencia.
“¿Preparada para ir?” Preguntó Franco, tirando de mis dedos. Rompiendo el contacto visual con Q, permití que Franco me guiara fuera del vehículo. Su gran mano estaba caliente y seca, sin esfuerzo me elevó hacia arriba.
“Gracias,” le dije, dejándole ir en el momento en el que me puse de pie.
Franco se quedó mirando, sus ojos verdes y brillantes sondeó los míos. Sus labios se separaron mientras un pensamiento cruzó su cara. Apoyándose, él dijo rápidamente, “Nunca he hablado acerca de lo que hizo Q para encontrarte, pero eres estúpida como para dejar que el miedo te impida ser rehén. Si vieses lo que fue capaz de... No temerías a nadie, pero el monstruo está en tu cama.”
Q salió, cerrando la puerta detrás de él. Se adelantó, con el ceño fruncido hacia Franco.
“¿Estás bien?” La ira de Q nos atacó, gruñendo el aire tropical en un remolino turbulento. “¿Puedo tenerla de vuelta ahora? ¿O planeáis llevarla a cenar?”
“Q... él solamente está…”
“No me importa un carajo lo que él estaba siendo.”
Franco se encogió de hombros. “Ella también es mi jefa, ya sabes. Hay que tener a los empleados felices.” Dos egos masculinos muy fuertes y pertinaces chocaron. Bajando la cabeza, Franco miró debajo de su ceja. “Mantén tu ira para aquellos que la merecen, Mercer.”
Franco me dio una sonrisa. “Como dije, estás a salvo con él y estoy siempre allí.”
Q tosió como si yo no pudiera creer en el nervio de Franco.
Mis emociones hacia el jefe de seguridad de Q se mezclaron. Al principio le había odiado, entonces llegué a cuidar de él, viéndolo como un empleado leal, pero ahora... ahora me di cuenta de que había sido iniciado en el mundo de Q un poco demasiado bien. Él parecía peligroso, llevando el mismo nerviosismo e imprevisibilidad que Q tenía.
Lo que sea que sucediera en su búsqueda para encontrarme, Franco había adoptado la oscuridad.
Yo dudaba que Suzette estuviera satisfecha. Siempre había tenido la sospecha de que ella estaba un poco enamorada de Franco. Yo sabía que Suzette estaba locamente de mi marido, pero no era amor sexual, era más como un complejo de salvador, otra clase de amor.
“Es reconfortante saberlo. Gracias.” Me presioné contra Q, tratando de relajar la tensión de su cuerpo.
Quería preguntar qué había hecho Q en Brasil, pero un corazón espantoso aún caliente saltaba en mi mente y de repente no quería saberlo, tenía suficiente suciedad dentro de mi cerebro.
Q mostró los dientes. “Sí, es muy reconfortante. Vete a la mierda y liga con la mujer de otro. No te voy a necesitar durante el resto de la noche.”
Franco extendió sus manos, apartando la angustia entre ellos. “Resérvame una habitación y saldré de tu camino. Sabes mi número si pasa algo.” Dándome un pequeño saludo, sonrió.
“Disfruta tu tarde. No digas que no te advertí sobre quién debes temer.”
“Franco. ¿Has perdido tu maldita mente?” Q estaba absolutamente lívido.
Sus ojos se estrecharon hasta convertirse en rendijas, murmurando algo incomprensible en voz baja.
No tuve la oportunidad de decir adiós mientras Q me agarraba del codo, cargándome hacia la entrada. Mirándome por encima del hombro, aliviada al ver a Franco sonreír, disfrutando plenamente de conseguir un aumento de Q. Por lo menos no había dejado o destinado una pistola a Q.
“Q, está bien. Él sólo está tratando de…”
“Sé lo que está tratando de hacer, y muy bien trabajado. Maldito idiota.” Él asintió escuetamente a un hombre con un traje verde que abrió las grandes puertas de cristal para nosotros. “No tengo derecho a estar enfadado, pero no puedo detenerlo. supongo que tendré que pedir disculpas.”
Me estremecí cuando caminamos desde la isla de calor a la congelación del aire acondicionado de un imponente hotel de cinco estrellas. Yo quería decir algo, cualquier cosa por tener al Q que había sido tan gentil y tan sociable.
Había muchas formas de dolor, y en este momento mi corazón estaba sufriendo.
“El dolor es tu única opción, puta. Golpéala.”
Cerré los ojos por un segundo, alejando las voces.
Q acechó a través del vestíbulo del hotel, arrastrándome en su terrible estela. La necesidad de encontrar la normalidad, le pregunté, “¿También eres dueño de este hotel?” Parpadeé, centrándome en los pilares imponentes, las plantas en macetas, y un piano de cola descomunal con un bar caro de cócteles mirando hacia la derecha. El vestíbulo hablaba de isla tranquila y exótica.
Todo, esta riqueza, venía con el paquete de estar con Q. Todavía luchaba por acostumbrarme a esto.
Q se detuvo, tirándome contra él.
Al instante, mi corazón arañó mi garganta. La quemadura, conciencia abrasadora de su erección contra mi vientre excavado. Sus ojos parecían demasiado feroces para ser suaves.
Él va a golpearte. En el minuto en el que las puertas se cierren te golpeará.
Lo quería tanto que me humedecí entre las piernas. La intoxicación de lujuria en mi sangre.
“¿No te gustaría, esclave? Sin embargo, otra propiedad; sin embargo, otra posesión.” Él negó con la cabeza. “No entiendo por qué odias tanto el dinero.”
Mi corazón bombeaba más fuerte mientras un par de invitados miraron, sus caras se congelaron. Para cualquier persona que no nos conociera, la forma en la que Q me hablaba parecía que estuviéramos discutiendo o, peor aún, violencia doméstica.
“Q, no seas tan bruto. La seguridad te va a hacer preguntas.”
Él gruñó, “Me gustaría verles indagar en asuntos que no son de su maldito negocio.”
No podía parar el nudo de mi estómago o el ligero mareo de los estribos de Q. Otra cosa que debe haberlo trastornado. Franco no pudo encolerizarle tanto. ¿Podría?
Deseando que pudiera obligarle a mirarme en vez de atravesarme, dije en voz baja, “¿Está todo bien?”
“No me hables,” murmuró Q. Su tono estaba estrechamente controlado y frío como el hielo.
He hecho algo mal.
Yo estaba segura de ello.
Él lo ha adivinado.
No, eso no podía ser posible. Por favor, no permitas que eso sea posible. Hace sólo unos momentos que había sido dulce, amable y estábamos muy juntos. ¿Siempre iba a sufrir el latigazo cervical cuando se trataba de sus emociones mercuriales?
Mirando a los invitados, siseé, “Deja de hacer el espectáculo, Q. La gente está mirando.”
“Ellos pueden mirar todo lo que quieran. Y para responder a tu pregunta, no, no es mi hotel. Si lo tuviera, hubiera echado a todo el mundo ahora, así podría enseñarte una lección.”
Mis ojos se encendieron. “¿Enseñarme una lección? ¿Qué demonios hacía yo?” Mis pulmones trabajaban más, saturando mi sangre de ira, lista para luchar, lista para tomar represalias.
“Tú... tú... Maldita sea, no lo sé.” Él suspiró. El fuego ardiendo en su mirada apagada, convirtiéndose en humano de nuevo.
Mi propio temperamento se desinfló. Tomando un riesgo, descansé una palma sobre su corazón. “Llévame a una habitación. Utilízame para olvidar lo que te está trastornando.”
Usa tus cadenas. Usa tus tijeras. Usa lo que quieras.
Antes de que la imagen me hubiera hecho palpitar por un lanzamiento. Ahora... ahora vibraba por evitarlo.
Sus hombros se tensaron. “Te he deseado desde que te despertaste gritando esta mañana.” Su mano encarceló la mía, presionando mis dedos con más fuerza contra su pecho. "No voy a parar. No me puedo contener. Dime ahora si eso va a ser un problema."
Las lágrimas corrieron por mi espina dorsal. La tristeza llenó mi corazón.
Sí, es un problema. Pero no, no voy a decírtelo.
Al entrar en el papel de la vieja Tess, murmuré, “Te quiero. Necesito que me hagas daño, Q. Necesito recordar.”
La espalda de Q se puso recta. Con un beso feroz, me arrastró el resto del camino a la recepción en una ráfaga de pasos.
La mujer detrás del mostrador era preciosa, con el pelo largo y negro, pestañas gruesas, y los ojos de tamaño de la luna. Ella irradiaba un aura de fortaleza e independencia, exactamente el tipo de mujer que Q admitía que le gustaba, alguien que no estaba rota. Alguien que lucharía con él.
Una banda aguda de celos me golpeó de la nada mientras la mujer sonreía a mi maestro, batiendo esas pestañas ridículamente gruesas. Observé a Q con cuidado, tratando de leer cómo le afectaba.
Él ni siquiera la miró. Dejando caer mi codo, sacó la cartera del bolsillo de atrás, tirando de una tarjeta de crédito. Entregándosela, ordenó, “La mejor habitación que tengas disponible y una suite para un colega.”
La boca de la recepcionista se abrió ligeramente a medida que cogía la tarjeta de crédito, mirando a Q con interés. Su sonrisa abarcaba timidez en vez de profesionalidad. Le di la bienvenida al gruñido de mi estómago. Me encantaba encenderme de rabia. Adoraba mi voluntad de luchar.
Era tan diferente a herir a las mujeres en Río. Esto volvería a ponerme alegre.
Algo cambió en mí. Algo pequeño, pero fundamental mientras devolvía un pedazo de mi vida, reconociendo mi necesidad de herir a otra persona.
“¿Hay algún problema?” Dije, arrastrando los ojos de la chica a los míos. Tuve la repentina necesidad de alisarme el pelo. Me hubiera gustado llevar un vestido a medida o algunas joyas exorbitantemente caras. Me sentía tan ordinaria junto a Q.
Pero él era mío.
Las manos fuera, perra.
Su sonrisa se congeló, convirtiéndose en frágil eficiencia. “No. No hay problema.”
Ambas saltamos cuando Q pegó un golpe en el mostrador. “Cuando pedí una habitación, la quiero ahora, no mañana.”
La chica estrechó sus ojos, inclinándose para mirar la pantalla del ordenador. La malicia y el desafío del sexo femenino entre nosotras se desvaneció mientras su interés en Q murió rápidamente gracias a su rudeza.
Después de un segundo, ella dijo, “Sólo tenemos la suite presidencial disponible.”
“Bien. Resérvala.”
“¿Cuántas noches se quedará?” Agitó las desagradables pestañas en dirección a Q.
“No estoy seguro. Manténla abierta.”
Sus ojos se abrieron; me tragué la presunción. Q era peligroso. Era oscuro. Pero era también muy generoso, sexy, un hombre poderoso que jamás había conocido.
La felicidad se infló mientras Q echó un vistazo a mi camino. Él no me reconocía, pero estábamos demasiado vinculados. Nos pertenecíamos.
Soy la chica más afortunada del mundo.
“Mmm, bien. No podemos limitarnos a mantenerla abierta. Son cuatro mil euros la noche. ¿Reservo una noche, una semana, o qué?”
Q se encrespó, electrificando el aire. “Cóbrame lo que quieras, pero dame las llaves.” Sus ojos se posaron en mí, derritiendo el hielo en mi sangre, convirtiéndome en una vela encendida lista para quemar.
Santo cielo. No era frecuente que me sonrojara. Pero maldita sea, Q hacía que me ardieran las mejillas.
La chica miró hacia abajo, sus dedos volaban sobre el teclado.
Un momento más tarde, Q cogió la llave pasada de moda que le dio, y me arrastró al igual que su presa lograba con esfuerzo llegar al ascensor.
“Guardaré la otra llave aquí para tu colega. Ah, por cierto, la cena está incluida en el precio de la habitación. Avisaré a vuestro mayordomo para que confirme vuestras selecciones de menú,” gritó la mujer después de nosotros.
Q paró de golpe, girando de nuevo hacia ella. “Si alguien nos interrumpe, arrasaré el hotel. Sin cena. Sin reserva. Sin menús. Nada.” Una sonrisa adornó su cara, tratando de proyectar un hombre de negocios en vez de una bestia. “Gracias.”
No dije una palabra mientras nos apresurábamos hacia los ascensores. Pulsó el botón 'arriba'. Sus dedos se cerraron alrededor de los míos hasta que mini-latidos golpeaban a la misma vez que mi miedo.
El ascensor pitó. Entramos.
Un segundo.
Dos segundos.
Nadie más entró.
Tres segundos.
Cuatro segundos.
Las puertas se cerraron.
El ascensor no se había movido antes de que Q se lanzara sobre mí.
Agarrando mis caderas, me izó hacia arriba, golpeando mi espalda contra el revestimiento de madera con espejo.
Instintivamente mis piernas se cogieron alrededor de su cuerpo, uniéndonos estrechamente.
El segundo en el que Q descansaba entre mis piernas, empujó hacia arriba, moliendo violentamente contra mí. Sus ojos brillantes capturaron los míos, apretando la boca en una mueca. “Joder, estoy duro. ¿Puedes sentirlo? Maldito infierno, Tess. ¿Qué me estás haciendo?”
El aire ya no tenía oxígeno, sólo necesidad.
Incliné la cabeza para besarle, pero me negó sus labios. Inclinando mi cara, intenté encontrar su mejilla, a continuación la garganta, luego la oreja. Pasé mi lengua alrededor de su lóbulo carnoso, murmuré, “Necesitas estar en mí. Necesito estar en ti.”
Él gruñó, haciéndome subir más difícil. Las perlas de mi columna vertebral latían contra el espejo implacable.
“No tienes ni puta idea, esclave. Necesitándote deshilachas mi paciencia. Necesitando que me vuelvas loco. Estoy fuera de control.” Su voz destilaba deseo negro, robándome pensamientos directamente de mi cabeza.
Mis orejas echaban sangre; me puse húmeda con cada empuje incontrolado y salvaje. Disfrutaba la fusión, esperanza contra esperanza me quedé encendida. El miedo no tiene cabida aquí. No mientras yo tuviera al hombre que me había salvado la vida entre mis piernas.
La ira de Q conmutaba al deseo salvaje. Me aferré a su fuerza, manteniéndome encerrada en deliciosa lujuria.
Gemí mientras Q me cogió el pelo, dándole acceso a mi garganta. Su boca húmeda cubría la marca y el dolor punzante de una herida sin cicatrizar enviaba una maraña de terror a través de mí.
Yo quería estar con él, más que cualquier cosa. Quería sentirlo dentro de mí.  Quería retenerlo cerca y tener su cuerpo en el mío. Quería sentirme segura.
Golpéala, puta. Mátala, puta. ¡Obedécenos!
“Maldita sea, esclave. Te necesito. Necesito…” La respiración de Q era irregular, áspera. Su mano cayó de mi pelo a mi pecho, ahuecándome con los sus dedos viciosos. Sensibilidad estallaba con agonía; me mordí el labio, luchando para mantener el deseo.
No soy lo suficientemente fuerte.
Mis ojos se cerraron fuertemente. No quería que mi cuerpo me expusiera.
En algún lejano universo, las puertas del ascensor se abrieron.
Una tos avergonzada.
Parecía fuera de lugar la pesada respiración y el mundo en el que vivíamos absorbidos.
Q giró la cabeza. “Ah, joder,” gruñó. Sus caderas se retiraron de las mías y la violencia de su caricia retrocedió para bajarme hacia abajo.
Un anciano con un esmoquin impecable, inclinaba la cabeza. Sus ojos negros parecían brillar con irónica diversión. “Creo que has reservado la suite presidencial. Soy el mayodormo, Andre.”
Le miré boquiabierta, incapaz de actuar con normalidad, mientras la intensidad burbujeaba en mi sangre.
Q sin embargo se convirtió en un hombre de negocios egoísta, arrastrándome del ascensor. “Sí, nos vamos a quedar en la suite. No, no necesitamos nada. Puedes retirarte el resto de la noche. Gracias por tu tiempo.”
El mayordomo se inclinó de nuevo, sus labios subieron ligeramente. “Voy a estar en la extensión 232 si necesitáis cualquier cosa.” Entró en el ascensor del que acabábamos de salir, sonrió. “Buenos día a los dos.”
Las puertas se cerraron pero no cortaron la pequeña cáscara de la risa.
Mi corazón no había tenido tiempo para parar; me temblaban las manos. Una vez que entrara en la habitación, ya no podría ser débil. Ya no podía permitirme el horror y los recuerdos que me ahogaban.
Q creía que yo era la masoquista perfecta para sus necesidades sádicas.
Soy esa chica.
Lo soy.
“Viejo bastardo entrometido,” murmuró Q, sacando la llave de su bolsillo. Todo el piso era la suite presidencial. Sólo había una puerta, y Q la atacó con la llave. La puerta se abrió con un tiro bien colocado.
Me reí en voz baja. “Él no quería ver exactamente a dos personas metiéndose mano. Peligros del trabajo que puedo imaginar.”
Q enlazó mi muñeca, tirándome hacia la habitación. Con una sonrisa oscura, cerró la puerta y me hizo girar contra la pared. El segundo en el que mi espalda golpeó la resistencia, Q se congeló. Sus ojos me fijaron en el sitio, añadiendo más burbujas a mi sangre.
Me forcé a relajarme. Cede. Tenía que confiar en él y dejarme ir por completo.
No te tenses.
Tenía que confiar en mi fuerza para sobrevivir a lo que haría.
Él no puede saberlo.
Nuestra respiración se aceleró, llenando la suite con tensión abrumadora. Q levantó el brazo, lentamente, muy muy lentamente, arrastrando la anticipación antes de estremecerme contra la pared.
“¿Dónde estábamos antes de que nos interrumpieran?” Sus ojos se posaron en mi marca, bloqueando su mandíbula.
Algo animal parpadeaba en su rostro, transformándolo en algo mucho más que humano.
“Ver mi marca en tu piel, hace cosas en mí, Tess. Me afecta aquí.” Señaló el pecho con el puño. “Me tranquiliza aquí.” Se tocó la sien.
Q era tan fuerte e invencible, pero debajo era inseguro, igual que yo. Él necesitaba afirmaciones diarias que no iba a dejar. Eso no le iba a bloquear como antes.
Éramos iguales.
Tenemos que hablar.
Q se inclinó hacia delante, pasando sus dedos a lo largo de mi mandíbula.A su paso, me dejaba en llamas. Mi corazón aceleraba más y más rápido, lanzándose a su destino.
“Tantas cosas quiero. Tantas cosas necesito hacer.” Los dedos de Q pasaron por mi garganta, haciendo su camino perezoso para sostener mi cuello que era su rehén.
Mis manos cogieron mis costados; mi respiración se volvió más rápida y aflautada. No dije una palabra. No podía.
Él te va a hacer daño. Azotarte. Morderte.
El pánico era peor que el dolor y un tirón familiar ocurrió muy dentro de mí. Un tirón de una promesa, un refugio donde me había escondido una vez.
La torre.
El horror me empujó hacia la primera piedra dentro del lugar. ¡No!
Nunca más volvería a encerrarme. No importa lo que pasara no podía volver a entrar en esa prisión circular. No encontraría la salida de nuevo.
Los dedos de Q me apretaban, recordándome el día en que me había atado a la cruz y esperado para ver hasta qué punto lo dejaría ir.
No podía soportar la tirantez del estiramiento. Si dejaba que Q extrayera la conexión, tendría que saborear mi reticencia.
Hice lo único que podía.
Me arrojé hacia él.
Los dedos de Q se separaron de mi garganta, cayendo a su lado mientras yo saltaba sobre él. Gruñó mientras el peso de mi cuerpo golpeaba su equilibrio, haciendo que se tambaleara hacia atrás.
Yo era la que cogía. Yo era la que recuperaba nuestra relación y aunque sabía que el dolor sería inminente, saboreé la potencia de la sorpresa en los ojos de Q.
Pero entonces ya no estaba. Había sido reemplazada por un deseo feroz y una posesión insondable.
“Joder, Tess.” Eso fue todo lo que Q logró antes de que cerrara mi boca contra la suya, encerrándolo.
Él gimió mientras yo envolvía mis piernas alrededor de él al igual que en el ascensor.
Sus bíceps se ondularon, sosteniendo mi peso, sólo para girar a su alredor y aplastarme contra la pared opuesta.
Le arañé la espalda, con la esperanza de enfurecerlo lo suficiente como para que me usara rápido y fuerte. Rápido, porque todo lo que quería, lo quería más rápidamente. Rápido era bueno, ocultaba todo lo que lo lento revelaría.
Su lengua me atacó, tomando completa posesión de mi boca. Me retorcí más cerca, tirando de su pelo, forzándole a toda velocidad hacia la violencia.
Gruñó mientras me agachaba y agarraba su erección tan fuerte como pude.
“Joder.” Sus caderas pistonearon, haciéndome crujir la muñeca entre nosotros. Mi boca se abrió en un grito silencioso pero Q usaba la ventaja de besarme más fuerte, más profundamente, más ampliamente.
“¿Qué eres tú?” Gruñó, meciéndose en mí.
“Eres inútil. Nos perteneces. La abstinencia no te hará hacer nada, sin obedecer a nadie. Eres nuestra.”
Mi cuerpo se sacudió; apreté con más fuerza contra Q queriendo alejarme de los pensamientos abismales.
“Respóndeme, esclave.” La caricia de Q me magullaba, pero él no levantó la palma de la mano ni cogió el cinturón.
“Soy tuya.” Jadeé. Deleitándome con la libertad de expresión, repetí, “Soy tuya, Q.”
“Al igual que yo soy tuyo.” Su pasión se vertió por mi garganta hacia mi corazón, calentándome, protegiéndome.
Sus labios se aplastaron contra los míos, y sus brazos se tensaron, tirando de mí lejos de la pared. A ciegas, me llevó, pero un segundo después chocamos contra un aparador.
La madera dura chocó contra mis muslos; Q maldijo entre dientes. Con los ojos vidriosos y la necesidad brillando en su cara, pasó un brazo enojado detrás de mí, golpeando la cara porcelana y un jarrón de lirios.
Las flores se tambalearon y se cayeron al suelo de mármol. El tintineo de vidrio astillado y la porcelana mezclada con nuestra respiración pesada. El agua fría salpicó mis piernas, empapando mis vaqueros.
Q no me dio tiempo a ver el desorden. Sus labios encontraron los míos, ahogándome en su hambre.
Izándome, me puso en el aparador, pasándome rápidamente al borde de su alcance. Sus labios se arrancaron de los míos, sus ojos trazaban mi pecho.
Agachándose, tomó el material de mi camiseta en su boca y lo rompió con los dientes.
Una vez arrancado, agarró el cuello y lo arrancó.
El algodón ya no tenía ninguna oportunidad, triturando la gasa que seguía el mismo camino que las flores.
Gemí mientras su boca se pegó a mi pezón a través de mi sujetador. Luché contra la ansiedad en mi sangre, esperando el contacto afilado de sus dientes, conociendo la leve aparición del dolor que podría hacer fracasar mi humedad, volviéndome dispuesta a fingir.
“Sabes muy bien. Tan jodidamente bien,” gruñó, sus dedos buscaban a tientas el cierre. Lo liberó y Q sacudió con fuerza mi cuerpo para tirarlo por encima del hombro. Sus ojos se oscurecieron y pasaron de pálidos a humeantes. Su mandíbula se apretó cuando todos los músculos de su cuerpo se bloquearon. “Maldita sea, eres jodidamente perfecta.”
Alcanzándome de nuevo, me empujó hacia atrás para saborearme. Me maltrataba exactamente como él quería, usándome como el juguete perfecto, su juguete.
Cada tirón y succión de su boca enviaba fuego a través de mis venas y mi núcleo. Cada lametón y burla de sus dientes me hicieron olvidar.
Olvídate de las voces. El dolor. El sufrimiento.
Él se convirtió en mi mundo entero.
Sus labios dejaron mi pezón, dejándome húmeda y fría. Sus ojos carbonizaban todos mis pensamientos.
Con los dedos implacables, atacó el botón de mis vaqueros. Sus nudillos rozaron mi clítoris a través del material, enviando una descarga de placer apretado a mi cuerpo.
¡Sí!
Hacia tanto tiempo que no sentía tal inhibición. Él se concedió la inmunidad de todo excepto el egoísmo del sexo.
Tiró de la cremallera y sus dedos estuvieron en bucle alrededor de la cintura.
Empujó. Más fuerte.
Casi me caí del aparador. Agarrando la madera suave, arqueé las caderas, dándole espacio para quitármelo.
Mis muslos eran de color blanco luna, marcados únicamente por restos de patadas y tortura. No era más que sombras tenues pero los ojos de Q se estrecharon. Trazando las contusiones, con el rostro lleno de terrible rabia.
“Jamás. Nunca van a tomar lo que es mío.”
Mi corazón se hundió aún más en mi cuerpo, a escondidas de su temperamento; que cobraba vida de nuevo mientras un estallido de ternura suavizaba sus rasgos.
Se inclinó, descendiendo su boca hacia la piel sensible de mi cadera. Con sus caninos afilados diezmó el trozo de encaje.
Mi mente giró mientras estaba sentada completamente desnuda delante de él. Q se congeló, bebiendo de mí.
“¿Destruyendo mi ropa de nuevo?” Respiré. Amando su lujuria, la ferocidad y el abandono. Él me estaba amando como si lo necesitara: lleno de pasión y sin dolor.
“Es lo justo como destruiste mi maldito corazón.” Me besó, haciendo que me tragara sus palabras.
Con sus manos fuertes extendió mis rodillas, colocándose entre mis piernas. Busqué su cinturón, maldiciendo la prisa de la nostalgia y del pesar. Echaba de menos la lujuria de cuando él usaba el cuero. Echaba de menos que me follara haciéndome suya.
Q alejó mis manos, desabrochando en un tirón rápido.
Tragué saliva mientras él se quitaba el cinturón.
Un momento oscilaba entre nosotros.
Un momento en el que sus ojos hicieron preguntas, y guardé las mías.
Un momento en el que pasó el cuero por sus dedos, deliberando si debía utilizar el cinturón aún caliente como los juegos previos.
Luché por no temblar; forcejeando con la verdad.
Si optaba por usarlo, yo aceptaría. Si él quería, yo obedecería.
Entonces el momento terminó y Q lo arrojó, su cuerpo estaba retorcido por el esfuerzo. Su pecho se movía como si la acción vaciara su auto-control más allá de la resistencia. La hebilla pesada chocó contra algo frágil en la distancia, enviando más ruidos de rotura de porcelana.
“No tengo tiempo para juegos. Te necesito a ti en mi erección. Ahora.”
Con un movimiento furioso, se quitó los pantalones, ropa interior y zapatos de un golpe. Su erección saltó libre, brillando con pre-semen, haciendo señas con el acero sedoso y promesa de olvido.
Mi boca se abrió con lo hermoso que estaba. Lo perfectamente hecho que estaba y dolorosamente divino.
Cada músculo se contrajo con anhelo, enviando euforia a través de mis venas.
Mi núcleo latía; mi respiración se aceleraba. Di la bienvenida de nuevo a la alegría que quería que viniera.
Necesitaba recuperar esta parte de mi vida.
Estaba lista.
Me tambaleé hacia delante, mordiendo su hombro sólo para recibir algodón. Mis ojos estaban infinitamente pesados mientras miraba hacia arriba. “Necesito ver todo de ti.”
Q apretó los dientes pero me permitió agarrar el borde y dibujar su camiseta hacia arriba. Arriba, arriba, revelando nubes, alambre de púas y los gorriones.
Cada pluma, cada remolino de la tinta impresa en mi corazón. Su tatuaje le encapsuló como ninguna otra cosa podría hacerlo.
“Q…” Mi mano arremetió, apretando alrededor de su erección. Imágenes de erotismo y pasión llenaron mi mente mientras su calor quemaba mi palma.
Su cabeza cayó hacia atrás mientras un gemido arrancaba de sus pulmones.
Me dolían los dientes; mi sangre zumbaba por la conexión.
¡Lléname!
Mi otra mano cayó entre sus piernas, apretando sus bolas. Sus ojos se abrieron mientras rodaba la sensación de pesadez en mis dedos, con ganas de ponerle de rodillas y servirle.
Empujó sus caderas en mi mano, obligando a su longitud de un lado a otro. Cada ondulación de la dureza, cada cresta de su erección perfectamente hecha hacía que mis células explotaran.
“¿Me quieres, Tess?” Me mordí el labio, asintiendo con la cabeza, paralizada por el hierro de terciopelo en mi puño.
“Es tuya, esclave. ¿Qué quieres que haga con ella?”
Su transferencia de la propiedad envió una oleada de felicidad no contaminada. “Te quiero dentro de mí, maître.”
Sus ojos se cerraron. “Joder, me encanta escucharte decir eso.” Él tomó mi núcleo, agarrando con fuerza y posesión. “Nunca lo olvides.”
Mi cuello no pudo mantener la densidad repentina de la cabeza. Grité mientras un dedo largo y amoroso resbaló dentro de mí. Sólo uno. Sólo uno.
Pero quería malditamente explotar.
“Cuánto he echado de menos esto. Echado de menos tu sabor. Tu dulce, dulce coño,” murmuró Q, sus ojos estaban llenos de lujuria.
“Q... tómate. Por favor... te lo ruego.”
“¿Me lo ruegas?”
“Rogarás más. La abstinencia es una puta, y rogarás, pequeña. Espera.”
Negué con la cabeza, dispersando los pensamientos.
“Sí. Lléname. Cógeme. Por favor…”
Su erección se sacudió en mis manos mientras pasaba un pulgar sobre la punta resbaladiza. La astucia de su excitación me encendió más allá de la creencia.
Su dedo se retiró, adormeciéndome en una neblina, a continuación metió dos dedos profundamente, estirándome con propiedad.
El breve momento de lentitud se hizo añicos mientras Q me pasó un brazo por los hombros, acercándome. Su erección se agitó en mi tacto, exigiendo algo... exigiendo más.
Sus dedos me masajearon profundamente, atrayendo más humedad y pasión para irradiar en mi sangre.
“Pon mi polla en ti, esclave. Hazlo.”
El aparador me puso a la altura perfecta; Q estaba tan cerca de entrar en mí.
Q quitó los dedos, pasando el líquido brillante sobre la cabeza de su erección. Verlo tocarse a sí mismo fue el último empujón que necesitaba.
Yo no era Tess.
No era una superviviente, asesina o esclava.
Era una mujer bebiendo con la necesidad de correrme.
Una entidad. Una meta. Un destino.
“Dios, necesito estar dentro de ti. Tan profundamente, tan malditamente profundamente,” Q gimió.
Mis caderas rodaron hacia delante mientras guié la punta de él para presionar contra mi entrada. Ambos nos estremecimos ante la primera conexión.
Levantándome con un brazo, se posicionó más cerca, abriendo mis pliegues con el grosor de su erección. Con los ojos fijos, nos congelamos con la tentación del sexo. La habitación goteaba con anticipación.
Me mordí el labio mientras él empujaba hacia delante, estirando, tomando.
Se detuvo a mitad de camino. Le brillaban los ojos, mirando donde nos uníamos. La base de los actos humanos, la forma más cruda de amor.
A continuación, la lentitud y el tiempo para las palabras desaparecieron mientras Q se retiraba y con su cara de empuje controlaba fuertemente duro.
Un empuje salvaje me llenó hasta el borde y algo se desbloqueó en mi interior. Los ladrillos de mi torre se dispersaron cuando la confianza se filtró a través de mi temor anterior.
Las lágrimas brotaron de mis ojos, no a causa de dolor o debilidad, sino a causa de la alegría pura y paradisíaca.
Alegría de ser tomada. Alegría de pertenencia.
Q desgranó juramentos en voz baja, sacudiéndome más cerca, presionando más profundo.
Me sentía tan blanda en sus brazos, me centré sólo en él. Su hueso pélvico se presionó contra el mío, frotando mi clítoris tan perfectamente provocando un orgasmo de la nada.
No hay acumulación. No hay advertencia.
“Oh, dios.” Le agarré del cuello, necesitando de algo para aferrarme mientras el ciclón del placer se construía en mi interior. Q gimió mientras él me follaba. Duro, fuerte y delicioso.
Mi núcleo se apretó, dejándome tambaleante.
Las manos de Q se pegaron a mis caderas, sosteniéndome firme permitiéndole empujar con más fuerza.
Mis pechos rebotaban mientras mi cuerpo se balanceaba sobre la madera. Me incliné hacia detrás, apoyándome en la pared mientras él sacaba mis piernas para envolverlas alrededor de su cuerpo.
En cuanto mis piernas se bloquearon en torno a él, subió hacia arriba. Su erección golpeó lugares que actuaron mientras se disparaba el ciclón más feroz de la historia.
Apretando, arremolinándome, construyendo, generando.
Mi boca se abrió mientras un gemido desigual brotó de mis pulmones.
“Joder, sí,” gritó Q, sus uñas se clavaban en la carne. Dirigió con más fuerza, acariciando mi núcleo hasta que cada pulgada de mí vibraba mientras tenía todo un coro de tifones.
No hubo dolor.
Nada pero dulce, dulce placer.
No podía detenerlo. No quería detenerlo.
No podía permiso o demora.
Me entregué a la tormenta que se desmoronaba en mi interior.
Me corrí.
Cada banda de liberación me hizo temblar en sus brazos, y era sólo vagamente consciente del mundo exterior.
Q siguió con más fuerza, gruñendo más fuerte.
No me importaba nada, pero las intensas olas de placer me retorcieron dejándome seca.
“Maldita sea, Tess. A la mierda. Llévame.” Su voz estaba muy lejos. No hice nada más que un recipiente para correrme en él. Mi alma estaba en otra parte, viviendo en la dicha prolongada. Mis pensamientos eran polvo y ceniza.
Dolor.
Un destello de dolor terrible.
Mis ojos se abrieron. La tormenta maravillosa cambió a ráfagas de ira, amarrándome con oscuridad e infierno.
Estaba fría como el hielo.
Estaba aterrada.
Q plantó ambas manos en el aparador, conduciéndome casi a la posesión. Todo en lo que podía concentrarme era en la huella roja de su mano floreciendo en mi muslo, donde él me había azotado.
Y luego se corrió.
Chorros rítmicos, músculos estremecidos, lujuria tan violenta que parecían de otro mundo en su cara enrojecida de ira.
Él me había golpeado para correrse.
Él había necesitado castigarme para encontrar la liberación.
Él cogió su placer de mi dolor.
Los ladrillos que había intentado tan fuerte destruir a bandazos en la formación. La base de la torre pasó de escombros a un montón en un abrir y cerrar de ojos.
Mi torre me quería reclamar de nuevo. Quería salvarme.
El dolor me hizo quererme ocultar.
Con un grito de guerra, aplasté la prisión cilíndrica y recé con todo lo que había dejado porque yo era lo suficientemente fuerte.
Lo suficientemente fuerte como para sobrevivir.
Lo suficientemente fuerte como para sobrevivir a Q.

10 comentarios:

  1. Cuando creí que ya lo habían logrado! Muchas gracias por traducir, espero el nuevo capítulo impaciente.

    ResponderEliminar
  2. Cuando creí que ya lo habían logrado! Muchas gracias por traducir, espero el nuevo capítulo impaciente.

    ResponderEliminar
  3. uugh Tess porque?! necesitas hablar ahora ya, tu eres más fuert que todo eso
    Gracias por el capitulo

    ResponderEliminar
  4. Gracias. Hecho de menos el siguiente capi.
    Pd: tengo el pdf de first debt (indebted 2) por si alguien lo quiere. Solo dejenme sus correos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo siento Geraldine. Es que he estado muy ocupada estos días, intentaré terminar de traducirlo entre hoy y mañana.
      Te voy dejando los correos de la gente que me ha pedido first debt.
      Muchas gracias!

      Eliminar
    2. Geraldine! Hola! Podrías enviarme el pdf de indebted 2?? Por favor
      analu-mar1@hotmail.com

      Eliminar
  5. No hay problema Aida. O te lo puedo mandar a ti y ti se los reenvias? Como te salga mejor

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mejor. Mandamelo y yo lo voy enviando, así no es tanto lío para ti.
      Muchas gracias!

      Eliminar
  6. Te lo mandé ayer Aida. Se me habia olvidado avisarte jjejeje

    ResponderEliminar