martes, 17 de febrero de 2015

CAPÍTULO 11

Skylark

Al día siguiente, Suzette vino a por mí.
Yo no había pegado ojo. En cuanto Q me dejó irme, corrí por las escaleras y me encerré en mi jaula.
Los elementos de la puerta y las paredes ayudaron a contener el aumento del ataque de pánico. Empujé la cómoda para bloquear la puerta y me acurruqué en medio de la cama. Pero no podía conciliar el sueño, por si acaso Q regresaba para terminar lo que había empezado.
Durante toda la noche, luchaba contra las náuseas y mi cuerpo caliente. No podía desalojar el susto de mis pulmones o la vergüenza de mi corazón. No por lo que tocó Q, que se puso húmedo en contra de mis deseos, pero debido a la parte oscura a la que él quería llevarme. Quería eso condenadamente.
Mis ojos permanecían secos, pero mi corazón estaba llorando. Q era mi castigo por querer eso con Brax. El puto karma me haría vivir mis enfermas fantasías, y me daría cuenta de que yo no era normal, que necesitaba ayuda.
La costilla me dolía por la lucha, cuando me tocaba el hueso, me dolía más. Me merecía esta agonía, para pagar los pecados hacia el hombre más dulce que he conocido. Un hombre al que no volvería a ver. El dolor se enfrentaba a toda la maldad que se albergaba en mi alma. No es extraño que mis padres no me quisieran. Ellos me odiaban por haberles robado la jubilación, y también porque sabían que yo estaba rota.
Yo era una mala persona, muy mala y me merecía mi destino. He atraído esta pesadilla con mis malos pensamientos.
Q era mi maldición.

Cuando Suzette llegó por la mañana, intentó abrir la puerta, siguió un insulto en francés y un fuerte golpe. “Abre. No se te permite bloquear la puerta.” Debió apoyarse en la puerta, porque se abrió un poco.

Mis ojos se abrieron como platos cuando ella fue abriendo poco a poco la puerta, centímetro a centímetro. Mierda, si una mujer de su tamaño podía romper mi seguridad, Q podría entrar en cualquier momento.
¿No había manera de salir? Había mirado por la pequeña ventana de tamaño de un sello de correos, en busca de una salida o algo para escalar hasta el suelo. Pero no había nada que pudiera utilizar, los árboles crecían demasiado lejos, y estaba muy lejos del suelo. Sin mencionar, que una vez que me las arreglara para bajar, los guardias me perseguirían y la tobillera GPS le diría a Q mi ubicación.

Suzette se coló por el hueco de la puerta, y se colocó las manos en las caderas. “No debes hacer eso otra vez, esclave.”

La palabra me evocaba todo lo de anoche: el olor de Q, su tacto, su aura de poder. Me estremecí. Sólo debo llevar mi propia vida. Sería detener la batalla interna y ponerme fuera de mi miseria. Tragué saliva, odiando mis pensamientos irremediablemente débiles. ¡Nunca! Mierda, Tess, Nunca. Pase lo que pase, puedes y vas a sobrevivir.

Suzette se cruzó de brazos y se quedó mirándome. “Se va haciendo más fácil.” Su voz estaba llena de ira, de sus propios problemas y de dolor. No hacía falta ser un genio para saber que había pasado por circunstancias parecidas.

Mis ojos se fijaron en ella. “¿Fue lo mismo para ti?” ¿Q la rompió a ella poco a poco, con su extraña mezcla de control y dulzura?

Ella sacudió la cabeza, se estaba clavando los dedos en los antebrazos. “No Maître Mercer. Otro.” Sus ojos color avellana ardieron, pero luego ese fuego desapareció. Suspiró y dijo, “Q es muchas cosas, pero nunca es tan malo como los demás.”
El nombre de Q sonaba extraño en su boca. Estaba acostumbrada a que ella le llamara Master Mercer. ¿Qué clase de relación compartían? No es que me importara.
“Te voy a dar un consejo.” Ella se acercó y la miré con recelo. “Déjalo. No tiene que ser para siempre, pero permítete relajarte. No tiene porqué ser malo si te trata bien.”
Sus palabras eran blasfemas, pero una pequeña parte de mí lo consideró. ¿Cómo se sentiría olvidarse de Tess por un tiempo? Reproducir la pantomima de la esclava perfecta. Tess desaparecería y la esclava ocuparía su lugar. Sería el juguete perfecto, todo el tiempo buscando una forma de escapar.

Puede que fuese mejor dejarle pensar que había aceptado el consejo. Me puse de pie e incliné la cabeza. “Tienes razón. Voy a intentarlo.” ¿Cómo podían superar esto las otras víctimas? Necesitaba un mecanismo de seguridad, algo para proteger mi alma como una armadura en la batalla.

Había encontrado la protección en México. Había estado dispuesta a hacer cualquier cosa para proteger mi mente. Sólo tenía que hacer eso de forma permanente.

Ella sonrió y dejó caer los brazos para aplaudir.Super. Ahora, dúchate y vístete para que podamos empezar el día.” Sus ojos se quedaron mirando mi sucio suéter.

Odiaba el placer radiante en sus ojos, y todo porque estaba de acuerdo en darle una oportunidad a Q. Ella saltó de alegría porque le iba a permitir gobernar mi vida. El terror heló mi columna vertebral. ¿Por qué tenía tanto interés? Nota mental: nunca bajar la guardia cerca suya.

“No tengo nada más que ponerme.”
Suzette chasqueó la lengua, y con grandes zancadas fue hacia el armario. “Es obvio que no has visto lo que Q ha comprado para ti.”

¿Q me había comprado ropa? Espeluznante bastardo. En primer lugar, me obligaba a admitir que le pertenecía, y luego esperaba vestirme como una Barbie.
Me bajé de la cama y miré por encima del hombro de Suzette. Era más baja que yo, pero su personalidad compensaba su estatura pigmea. Sacó un furtivo y magnífico vestido de plata con diamantes en todo el corpiño.Fantástico, esto te quedará increíble.”
Aspiré, olvidando por un momento donde vivía y me permití hablar de ropa con otra mujer. “No hay forma de ponerme eso.” Me estremecí al pensar en el material elegante susurrando sobre mi piel, atrayendo la atención de Q.

Mirando más allá, cogí unos jeans ajustados y un suéter de punto color crema. Era lo menos ostentoso, pero gritaban diseño y dinero.
“Me pondré esto.” Lo abracé y estaba ansiosa por cambiarme la ropa que me habían dado los hombres de México.

Ella sacudió la cabeza, riendo. “Si estás tratando de ocultar tu figura para que Q no te quiera, nunca va a funcionar. No lo conoces como yo. Él es... diferente contigo.”
Mi corazón se aceleró y mi estómago se cerró. Odiaba su tono, el amor casi maternal en su voz. ¿Qué quería decir con diferente? Tal vez él normalmente no era un hijo de puta, con suerte podría cambiar eso.
Antes de que pudiera preguntar, pasó y permaneció junto a la puerta. “Ven cuando hayas terminado. Te daré un poco de intimidad.” Con una amable sonrisa, cerró la puerta y me dejó con mis pensamientos.

Como no quería estar sola para regodearme, cogí rápidamente un sujetador de encaje blanco con unas bragas a juego y me dirigí al baño. Es curioso cómo, hace más de una semana, me vestí con ropa interior cara color púrpura con la esperanza de llamar la atención de Brax. Ahora, quería un saco para esconderme.
La ducha me ayudó a resolver un poco mis nervios. Debería haberme duchado después de que Q me maltratara, pero la idea de estar desnuda en su casa, con él acechando en algún lugar... bueno, no podía hacerlo. Prefería apestar, quizás así le podría repeler.
Pero era cómodo para mí ducharme durante el día. Q parecía salir durante el día, y por eso, estaba agradecida. Tenía tiempo a solas, lejos de sus dedos curiosos y su boca ansiosa.
Una vez vestida, bajé las escaleras y encontré a Suzette en el salón. El débil sol de invierno brillaba en la alfombra y parecía una piscina de oro.
Todo en la casa parecía como si estuviésemos en un museo. Demasiado perfecto. Demasiado limpio. ¿Dónde estaba el caos de la vida: un par de zapatos en la puerta, un vaso sucio en la mesa de café?
Echaba de menos la casa con Brax, pero sobre todo la felicidad. Nunca iba a encontrar la felicidad aquí. Quizás Suzette tuviera razón. Tal vez jugar sería más fácil hasta que pudiera ser libre de nuevo.

Apagando mis pensamientos, le pregunté, “Estoy aquí. ¿Qué necesitas de mí?” Tenía la esperanza de que no me encerrase en la biblioteca. Q no me había ordenado que desayunase, pero sabía que él le daba órdenes a ella.
Suzette dejó de limpiar las ventanas con un trapo de color rosa brillante y sonrió. “Nada. No te quiero arriba sola, eso es todo.” Metió el trapo en el bolsillo de su delantal, mientras se acercaba. “Sé lo que estás pasando. Puedes hablar conmigo. No voy a traicionar tu confianza.” La mirada en sus ojos vaciló con compasión y comprensión.
Su bondad y la oferta de amistad hicieron que las lágrimas brotaran espontáneamente. ¿Estaba tan desesperada por tener un amigo? Tener alguien con quien hablar sería más que maravilloso.

No puedes. Ella pertenece a Q.
La sospecha reemplazó a la esperanza y la fulminé con la mirada. “¿Qué te ordenó Q que hicieras? ¿Hacerte mi amiga para que te diga mi nombre? ¿Decirte cosas que nunca le diría a él? ¿Quitarme mi última defensa?”
Su boca se abrió y su cara estaba retorcida. “No, en absoluto. Sólo estoy tratando de ser amable.”
Su reacción causó dudas y bajé la cabeza. Yo era una perra. Cuando no respondí, cayó un incómodo silencio.
Una mujer la llamó desde la cocina. “Suzette, deja de hablar con la esclava y ven a ayudar a hacer la cena del Maître Mercer. Es domingo y no voy a hacer pato a la naranja yo sola.”
Me esforcé, e intenté descifrar la larga cadena de palabras francesas. Algo así como: deja de hablar con la esclava y haz la cena para el amo Mercer, mi torturador. No se merecía la comida.
Levanté una ceja cuando Suzette sonrió. Daría cualquier cosa por saber lo que pensaba, podría ayudarme a descubrir qué me deparaba mi maldito futuro.
“¿Quieres venir a ayudar a cocinar? Maître Mercer tiene pato a la naranja los domingos. Tardamos bastante en prepararlo.”
Mi boca se abrió. ¿Pensaba honestamente que quería prepararle la cena al hijo de puta que me tocó anoche? ¿Sabía ella lo que pasó en la sala de juego? Mis mejillas se pusieron rojas. Q no había sido exactamente discreto, arrastrándome por las escaleras.
Me reí con un punto de amargura. “¿Quieres que te responda sinceramente? ¿O la respuesta que debo dar?”
Suzette miró hacia abajo y se acercó más a mí. Su mirada rebotó fugitivamente hacia la cocina.
“Ven a ayudar. Tienes que ser ama de casa, mientras que él no está aquí. Necesitas compañía.” Su mano revoloteó sobre la mía y me tensé. “Si conectas con los demás, serás capaz de soportar mucho más.”
¿Soportar más? ¿De qué? ¿Juegos de tortura erótica? Me reí de nuevo, soné frágil. “¿Crees que voy a ser capaz divertirme? Eso es imposible. Déjame ir. Déjame volver con mi novio, entonces tendré diversión.” Mi cuerpo tembló cuando la ira explotó. “Brax podría estar muerto a causa de los hombres que me secuestraron. Todo porque a tu enfermo jefe le gusta adueñarse de mujeres. Todo esto es un error.” Me golpeé el pecho con angustia.
“Brax podría estar muerto. ¿Lo entiendes? ¡Y todo es mi culpa!”
Ella asintió, mordiéndose el labio, angustiada por el estallido. “Siento mucho lo de tu novio, pero tienes que olvidarlo. Él está en su pasado y Maître Mercer no es un mal hombre. Dale una oport…”
Me puse las manos en los oídos, como un niño que se niega a escuchar la terrible verdad. “Eres cruel al pensar que podré olvidarme de Brax.” Luché contra las lágrimas. “Y deja de mentir sobre Q. Para de tratar de moldearme para ser la esclava perfecta para él. Así que, ¡basta!”
Ella me tocó el brazo, tirando ligeramente de modo que me quité las manos de los oídos. Ella me susurró, “No dejes de vivir mientras aguantas. Y no dejes que el dolor de tu pasado te pare para ser feliz en esta nueva vida.” Tomando una respiración profunda, su pasión se tiñó de ira mientras añadía. “No tienes que hacer lo que yo te diga, y finge que todo va a ir bien. Dejé que mis dueños me destrozaran. No porque no podía luchar más, sino porque era la forma más fácil de vivir, realmente nunca me rompieron. La clave es no mentirte a ti misma, incluso mientras estás disimulando.”

Respirando con dificultad, bajé los brazos. Sus iris de color avellana estaban claros y llenos de sabiduría. Había aprendido de la forma difícil y quería ayudarme a engañarle.
Todavía no sabía por qué hablaba tan bien de Q, pero por lo menos me estaba tranquilizando. Sin embargo, el recuerdo de sentarme en el regazo de Brax, en nuestra última noche juntos, me rompía por dentro. La voz de Brax resonó en mis pensamientos, "La verdad duele menos que unas mentirijillas y unas farsas."
Tenía que abandonar la verdad y envolverme en mentiras para sobrevivir. Tenía que cambiar por completo.
Suzette me mostró una realidad diferente, y aunque ella hizo temblar las barras de la cárcel, me confirmó que no había una manera de salir, pero también me consoló. Ella pensaba que yo podía soportar y sobrevivir.

“Gracias,” murmuré. “Sorprendentemente, eso ayudaría un poco.”
Me cogió del brazo y tiró de mí hacia la cocina. “Me alegro. La próxima vez, no luches contra él, ¿de acuerdo?”
Mis pelos se pusieron de punta, y mis sentimientos hacia ella cambiaron. “¿Qué te importa?”
Ella se negó a mirarme a los ojos. “No me importa. Vamos, la cena no se cocinará sola.”

******************

Horas más tarde, la harina estaba espolvoreada por mi nariz, y el olor de los cítricos envolvía la cocina. La cocinera, la señora Sucre, que era tan redonda como un pastoso donut, sacó un pato bien asado del horno cuando la puerta principal se cerró de golpe.
La tarde que había pasado en la cocina había sido la mejor desde que me subí al avión destino a México. Suzette estaba intentando ser mi amiga, y empezamos con una confianza provisional que esperaba que se mantuviera todo el tiempo que permaneciera aquí.
Pero todos esos sentimientos se fueron volando cuando Q entró en la cocina.
Me quedé inmóvil, sosteniendo una bandeja de patatas asadas al romero. La presencia de Q llenaba la cocina, el consumo de oxígeno, la conciencia... el espacio. Se veía como un resplandeciente pavo real vestido con un traje azul marino y una camisa color carmesí. Su pelo brillaba bajo las luces de la cocina, mientras sus pálidos ojos de jade humeaban.
Todo mi cuerpo reaccionó, mis pezones se endurecieron y mi boca se abrió. Traté de detenerlo, pero no podía ignorar su llamada.
Él. Estaba ahí de vuelta. Aquí. En la casa.
Oh, Dios. Los instintos primarios me desgarraron, con ganas de calentarme, mientras que, al mismo tiempo, me ablandaba con la necesidad. Las emociones me desgarraron en dos y empecé a temblar, casi dejando caer las patatas.
Suzette apareció, rozando ligeramente sus dedos contra mi cadera. Me tocó suavemente, compartiendo lo mismo que ella había vivido. La calma domó mi nerviosismo, pero Q nunca rompió el contacto visual. Se quedó con una conexión casi física, haciendo que me corazón se acelerara y culpara a la voluntad sin ninguna razón.
Ella sonrió feliz cuando Q y yo continuamos con nuestra guerra silenciosa, entonces ella saltó cuando él se fue acercando. Su cambio abrupto nos inestabilizó a Suzette y a mí.
Dimos un paso atrás, pero eso no ayudó, porque Q venía directamente hacia nosotras.

“¿Qué carajo está haciendo ella aquí?” espetó Q, mirando a Suzette, subiendo los hombros con mal genio.
Suzette inclinó la cabeza. “Ella estaba triste, maître.”
Haciendo caso omiso a Suzette sin pensarlo dos veces, sus ojos me recorrieron de arriba a abajo con un barrido arrogante. “¿Qué estás haciendo aquí? Eres una esclava, no una sirvienta. Vete.” Se inclinó más cerca, rozándome la mejilla con su mano dura. Cuando me acarició la electricidad recorrió mi cuerpo y mi núcleo se apretó.

Otra vez no. ¡Por favor, deja de traicionarme! ¿Cómo iba a odiarlo cuando me cuerpo se derretía cada vez que me tocaba?
Q quitó la mano. Entrecerró los ojos como si la chispa entre nosotros fuera mi culpa. 

“Dúchate, estás cubierta de harina. Mierda.
Antes de que pudiera discutir e insinuar que podía cocinar y limpiar, Suzette me empujó hacia la salida, susurrando, “No discutas. Puedo ver el deseo de enfrentarte a él en tus ojos. Pero acuérdate de lo que te he dicho.”
En cuanto estuvimos en el salón, ella me dijo rápidamente, “Dúchate y ponte uno de esos bonitos vestidos. Le encantará que te pongas lo que te ha comprado.” Sus ojos se abrieron como platos, como si lo que estuviera diciendo tuviera sentido. “Dale lo que quiere.”
Apartándose, me sentí traicionada de nuevo. Le susurré, “¿Darle lo que quiere? ¿Qué tal si me ato y me presento como el plato principal? Eso es lo que quiere, ¿no?”
Suzette se pellizcó el puente de la nariz, lanzándome una mirada exasperada. “Compartirá contigo sus fantasías, estoy segura. Es tu trabajo no mostrar ni temor ni culpa.”
Me quedé sin respiración. ¿Qué? ¿Crees que sufre miedo o culpa? ¡Me ha secuestrado, joder!” La maldición cayó como una desagradable bomba; Suzette frunció el ceño en señal de desaprobación.
“Sólo tienes que ir y vestirte.” Ella me empujó hacia las escaleras y salí corriendo.

No podía esperar para salir de allí, pero no tenía intención de obedecer. Ella había traspasado la línea, lo que significaba que su jefe sufría más que yo. Al diablo con eso. Yo le enseñaría lo mucho que no quería estar allí. Pensé que podía hacerlo, fingir y hacer una pantomima. Pensé que podría convertirme en algo parecido a una esclava dócil.
Me había equivocado.
Estaba hirviendo de ira mientras iba subiendo las escaleras de dos en dos. Se lo enseñaría. No pensaba en las consecuencias, me centraba sólo en en que me haría sentir mejor.
Cerrando la puerta, me dirigí directamente al armario y abrí la puerta. Todo estaba lleno de ropa de Victoria Secret. Me picaban los dedos mientras atacaba la ropa, mi ira caería sobre la tela inocente. Puede que no fuese capaz de hacerle daño físicamente a Q, pero podía hacer que se gastase más dinero.
Cogí la primera prenda de ropa, un vestido de color verde amatista, y le rompí el cuello con los dientes. Mi corazón se aceleró cuando mordí la tela sedosa. Al final me las arreglé para cortar lo suficiente para hacerla pedazos con mis manos. Se quebró como un rayo y lo partí en dos.
La próxima víctima estaba colgada en una percha acolchada, una blusa con caballos negros. La cogí con un gruñido en voz alta. La tiré al suelo, uniéndose al creciente cementerio de ropa.
En un alboroto, agarré los sujetadores y los rompí. Se unieron al cementerio. A continuación, me encontré con un cajón lleno de medias de nailon poco prácticas y las rompí con uñas y dientes.
Jadeaba, amando el feroz castigo en mis venas. Sólo podía arruinar la ropa, pero eso me dio una salida. Mi piel brillaba por el sudor cuando cogí otra blusa. Me quedé helada cuando la puerta se abrió de golpe.
Q estaba de pie, tenía los puños cerrados a los lados, su postura era dura e inamovible. Sus ojos se fijaron en la ropa rota. Apretó la mandíbula antes de mirarme.
Me temblaron las piernas, quería golpear fuertemente el suelo, arrastrarme pidiendo perdón. No sabía que estaba en la puerta. No había restos del hombre que anoche me tocó con placer y dolor.
Oh, mierda.
Me encorvé, arrugando la blusa gris que tenía en las manos. El miedo se apoderó de mí, convirtiéndome en una hoja de otoño.

Se aclaró la garganta y se crujió el cuello. La fuerza de su temperamento me sacudió como una bofetada en la cara. “¿Podrías decirme por qué estás arruinando tres mil euros de ropa?” Él ronroneó con una lujuria no disimulada, y no había moderación. Tenía el rostro tenso con indignación, y una humeante necesidad en los ojos.

Mi cuerpo tomó el control mientras la sangre me hervía como la lava. La atracción me contraía el vientre y me quería pegar a mí misma por lo mojada que sentía. No tenía autocontrol. Tenía razón a tratarme como a una esclava. No era más que una mujer hambrienta de sexo que no merecía la adoración de Brax.
Sólo me merecía ser golpeada y robada. Estaba tan jodida, no podía mojarme con besos suaves de un hombre que me amaba. Pero me ponía un hombre que quería hacerme daño y me trataba como una esclava.

Las lágrimas estallaron y Q gruñó. “No tiene sentido llorar. Sabías que me pondría furioso, pero lo hiciste de todas formas.” Caminó hacia mí, cerrando la puerta. Se detuvo a un metro de distancia.
“Las lágrimas no te salvarán.”

Aspiré y enderecé la espalda. No le daría la satisfacción de admitir que estaba llorando por mi tormento, llorando de odio hacia mi cuerpo traidor. El miedo desapareció, pero la necesidad desenmascarada nadaba en mi sangre y eso me asustaba un centenar de veces más. ¿Habría reaccionado de esta manera cualquier hombre que me hubiese comprado? Un afrodisíaco dispuesto para mi cuerpo pecaminoso.

Me salió la voz como un susurro suave. “No voy a permitir que me vistas como un objeto. Me niego.” No había mencionado que la mayoría de los artículos eran una preciosidad, pero había elegido lo más caro. “Yo también soy humana. No soy un objeto con el que puedas jugar.”
Él se rio entre dientes. “¿Un objeto que prefiere estar desnuda todo el tiempo? Eso se puede arreglar.”
Mi corazón se resistió. Miré al suelo. “No.”
“¿No?” Se acercó más, dándome calor. Todo su cuerpo se ondulaba con fuego lujurioso. “¿Dices que no después de destruir todas las cosas que había comprado para ti?”
“¿Te duele ver tus cosas dañadas?” Me atreví a mirarle. “Porque si te duele, entonces me estás haciendo daño. ¡Tengo sentimientos, al igual que tú!”
Su mano arremetió, agarrándome la nunca. Me acercó, choqué contra el sólido músculo y me quedé sin aliento.
“¿Crees que eres como yo? No,” gruñó, justo antes de que su boca se estrellase contra la mía y su lengua se metió en mis labios. Le di un puñetazo, pero no se detuvo. En todo caso, lo amplificó hasta estar fuera de control.

Me quité, pero me atrapó con fuerza contra la puerta, molió sus caderas contra las mías. En un movimiento fluido, pateó mis piernas con su pie. Tan rápido, tan seguro.
Mis pulmones no podían obtener suficiente oxígeno mientras me besaba más fuerte que nadie. La sangre se mezclaba en mi boca. Sus dientes me habían hecho daño en la boca, y mis pensamientos se desintegraron. Yo medio gemía, medio gritaba, mientras empujaba su erección contra mí, y mis pies dejaron de tocar el suelo.

Puse fin al brutal beso y jadeó, “¿De quién eres?”
Parpadeé, completamente desorientada. A continuación, seguí luchando y lo empujé.
Gruñó mientras daba un paso hacia atrás, pero no fue suficiente. Aterrizó sobre mí de nuevo, su peso cubrió mi cuerpo. Su aliento caliente estaba sobre mi mejilla mientras frotaba la barba a lo largo de mi mandíbula. “Joder, no me empujes. ¿De quién eres?”

Esta vez no. En un momento de locura, le di un cabezazo.
Sus ojos se abrieron y sus labios temblaron. La mirada de alfa se ensombreció con asombro. Su muslo se estrelló entre mis piernas, frotándolo contra la carne recalentada. Incluso a través de la ropa cada parte de él despertó cada parte de mí y me dolía. Quemaba. Le quería.

“Me hiciste decirlo anoche. Me rompiste. No voy a hacerlo otra vez,” le dije hirviendo por dentro.

Gruñó y me cogió con unos dedos contundentes. Mi cabeza me decía que tenía que servirle, pero no podía. Esto estaba mal. Dios ayúdame, me estaba rompiendo a mí misma batallando contra dos cosas contradictorias. Correr. Follar. Correr. Follar. El trance me puso caliente. Nunca había estado así con alguien al que odiaba tanto.

“Yo con mucho gusto te voy a romper de nuevo para escuchar lo mismo.” Sus manos me cogieron las muñecas, y las puso por encima de mi cabeza contra la puerta. Me sostenía con una mano, la otra fue a mis vaqueros. Con dedos ágiles, me  lo desabrochó y de alguna manera logró meter la mano dentro de mi ropa interior.

Me resistí cuando un dedo me presionó profundamente. Lo hizo directamente, sin preliminares.
“Dilo,” ordenó. Mis ojos se cerraron cuando me enganchó del pelo, presionando mi punto G. “Tu cuerpo gotea por mí, esclave. Voy a dejarte tenerme, si lo dices. Dime que eres mía.”

Otro dedo entró tan feroz como el primero y mis piernas se convirtieron en gelatina. Me mantenía en posición vertical por las muñecas y sus dedos se metieron más  profundamente. Nunca había sido tocada de esta manera. Brax... él no era amante de los juegos previos... Deja de pensar en Brax. Sobre todo ahora. Esto le rompería el corazón.
Mi mente se quebró en pedazos. Luché contra el impulso loco de rendirme, nunca podría rendirme. Levanté los pesados párpados y gruñí, “Mía. No tuya.”
Se estremeció como si le hubiera sorprendido, sus ojos brillaron salvajemente. “Respuesta equivocada.” Se agachó y me tiró por encima del hombro, al igual que uno de los hombres de México. Todo el miedo se precipitó sobre mí a punto de atormentarme. Quería libertad. Quería poner fin a esto, quería correr.

Q me dejó caer en la cama, tirando inmediatamente de mis vaqueros. No pude detenerlo. En un minuto se encontraban a un lado con el resto de la ropa rasgada.
Se subió encima y le di una patada. Le di con la rodilla en la caja torácica e hizo una mueca, pero una mano me agarró y me presionó contra mi propia costilla rota. Todo era dolor. Esto le dio tiempo a él para quitarse la corbata y la envolvió firmemente alrededor de mis muñecas.
Me latía el corazón en los brazos, odiando la imposición de restricciones severas. Me puso las muñecas encima de la cabeza, me inmovilizó y trataba de luchar contra mis piernas. Luché como un gato callejero. Nuestras piernas se enfrentaron, los pies lidiaron con la sábana, y por un momento creí haber ganado. Pero pegué una patada fuera de lugar.
En unos momentos, me quedé despatarrada mientras él jadeaba arriba. La lujuria no deseada me encendió. La lujuria estaba fuera de lugar. La lujuria me volvía loca con confusión y odio.
Su cara reflejaba afán y añoranza. Olía a pecado, a cítricos y a madera de sándalo, me quemaba por todas partes. Mi núcleo estaba cerrado cuando Q me sacudió, respirando con dificultad.
De alguna manera, las sinapsis de mi cerebro reaccionaban a su olor.

Oh, Dios. ¡Era el dueño de uno de mis sentidos! El olfato. No podía dejar que cogiera más.
Aullando, le mordí el hombro. “¡Joder, deja que me vaya!”
Se echó hacia atrás, sus ojos reflejaban rabia y respeto. ¿Él respetaba que yo luchara? ¿Le gustaba? Enfermo, maldito bastardo.
Levantó una mano para golpearme.
Luché contra el impulso de acurrucarme en una pequeña bola, y vi su turbulenta mirada. “Hazlo. Pégame. Al menos el dolor me dejará una marca física que tendrás que ver todos los días.”
Abrió la boca y luego la cerró. Cernía su mano sobre mí, antes de tocarme la mejilla. Temblando, pasó un tembloroso pulgar sobre mis labios. “Dilo.”

Algo ardía en su mirada, implorando en algún nivel más profundo, psicológico. Le pareció oír que admitía que yo era suya.
Empezó a acariciarme el clítoris a través de mis bragas. Todos los fuegos artificiales me despertaron a la vida. Un orgasmo se apoderó de mis músculos con un éxtasis agudo; eché la cabeza hacia atrás.

“Oh, mierda.” No quería llegar al orgasmo, a pesar de que lo hice. No lo quería, aunque Brax nunca me hizo llegar al orgasmo. Q me dejó arruinada por lo salvaje que había sido.
En cuanto exploté, Q paró de tocarme. Se quitó y tiró de mí para que me sentara. Las muñecas atadas me cayeron en el regazo. Parpadeé, tenía la caja de resonancia acumulada con la intensidad, y me empezó a escocer con el alivio. Mi orgasmo se redujo a nada.

Quería gritar. Me dejó en el filo del placer.
“¿Cuál es tu nombre?” Me preguntó, mientras se desabrochaba el cinturón, se lo quitaba y lo dejaba en el suelo. El sonido de la hebilla del cinturón golpeando la alfombra me aceleró el corazón.
Me negué a contestar, pero no podía apartar la mirada mientras se desabrochaba la bargueta y se sacaba la camisa fuera del pantalón. Se dejó la chaqueta azul, pero se desabrochó los botones.

Se puso justo delante de mí, su entrepierna estaba a la altura perfecta de mi boca, y me ordenó, “Chupa.” La mirada de Q me envió un fuego incandescente, pero no coincidía con el horror que vivía. ¿Chuparle? No podía. No era un hombre. Era un extraño. Mi dueño. Prefería morderle.
Cuando no me moví, Q se bajó los calzoncillos, sacando su dura erección. La punta brillaba con el líquido pre-seminal, su olor a almizcle y la oscuridad me envolvían.

Se cogió la erección y empezó a moverla, acariciándola. Mi estómago se apretó y cerré los ojos. “Por favor…” Negué con la cabeza. “No puedo.”
Se acercó más, presionando la erección prácticamente contra mis labios. “Sí que puedes y lo harás, esclave.”
Eché la cabeza hacia el otro lado, hiperventilando mientras pasaba su caliente erección por toda mi mejilla. Me cogió la barbilla y la colocó delante. “Abre. Y si me muerdes, te pegaré fuerte, y no te podrás levantar en días.” Su voz estaba ronca por la emoción, pero también había algo más.

Algo que reconocí, pero que no pude clasificar.
El calor ardía con todas las emociones.
Mi cuerpo se estremeció mientras las lágrimas fluían. Necesitaba ayuda. Necesitaba salvarme. Todo lo que sentía de repente se desbordó, sin salida... entonces algo sucedió.
Todo... paró.
Mi mente se apagó, y mi cuerpo se volvió insensible. Todo por lo que había luchado había desaparecido. Me quedé en un cascarón vacío, me quedé indiferente.
La calma descendió cuando acepté la obediencia como un bálsamo contra las dificultades de la lucha. En ese momento, me convertía en lo que él quería, en suya.
Q no pareció darse cuenta de lo que acababa de experimentar, cuando él inclinó la cabeza para meterme la erección en mi boca, le dejé.
Me presionó la parte posterior de la cabeza, mientras mi boca entraba una y otra vez. Él gimió mientras yo lo hacía más profundamente sin ganas de vomitar.
Le dejé.
Él volvió a gemir, flexionando las caderas mientras mis labios succionaban alrededor de su piel caliente. Murmuró algo en francés, inclinándose hacia adelante, casi rozando mi pelo con su pelo.
Le dejé.
En mi capullo intocable no había nada.
Él era un hombre. Yo era una mujer. Eso era todo lo que tenía que entender.
Mis manos se movían por voluntad propia, llegando a él. Una mano le empezó a acariciar lo que había más abajo y la otra le acariciaba la longitud palpitante.
Yo estaba flotando en una nube de indiferencia. No había nada, ni olor, ni sabor, ni sonido. Era un robot, el juguete perfecto, mi único propósito era que terminase.
¿Por qué tenía que pelear? Esto era mucho más fácil, casi como las drogas, casi como un sueño. Me entraron ganas de echarme a reír. Había encontrado la libertad en mi mente.
Q me detuvo, sus dedos me cogieron de la garganta para mirarle. No paré de acariciarle, incluso sus ojos pálidos profundizaron en los míos.
Parpadeé, sin preocuparme. Si quería violarme, que lo hiciera. Si iba a ser suya para siempre, perfecto. Podría tener mi cuerpo, pero nunca poseería mi alma.

“¿Cuál es tu maldito nombre?” Murmuró en francés la palabra 'maldito'. Esas palabras las diría sólo en francés. Sonaba mejor.

No dejé de mirarle, le seguí acariciando, seguía trabajando como un buen juguete de cuerda.
Gruñó y me quitó las manos. Aterrizaron sin fuerza en mi regazo.
Se puso de pie, balanceándose ligeramente con su erección debajo de la camisa y los pantalones alrededor de los tobillos como grilletes. Estaba permanentemente orgulloso. Mi piel se erizó con la fuerza de su mirada, pero aparte de eso, nada me conmovió. No me importaba lo que él quería. ¿Mi nombre? No sabía mi nombre.

Oh, tenía que responder. Me había hecho una pregunta. Tenía que obedecer. Esclave. Mi nombre es Esclave.”

Siseó entre dientes cuando cogí de nuevo su erección, arrastrando una uña sobre su longitud.
Los dedos de Q se enroscaron en mi pelo. Tiró la cabeza hacia atrás, bajando su cara a la mía, respiramos el aliento del otro.
Me senté allí, inmóvil. Suspiré, el alivio me recorría el corazón. Ya no me importaba. No quería manchar mi vida, me había quedado en suspenso.
Su mirada se llenó de urgencia. Se suavizó de golpe, la infelicidad, el dolor. Antes de que pudiera averiguar el rompecabezas, acercó su rostro y me besó.
Metió la lengua y abrí más la boca, invitándole a entrar. Incluso le lamí la espalda, masajeándole con gusto. Gimió. Sonaba torturado, como si quisiera besarme, pero no lo hizo, luchaba contra la moral, las opciones.
Mi corazón mantuvo un ritmo uniforme, incluso cuando su mano cayó sobre mi pecho y empezó a retorcer un pezón. Al igual que la esclava obediente que quería que fuese, me abrí como una flor calentada por el sol, presionándome contra su mano, arqueando la espalda.
Se tambaleó hacia atrás, como si le hubiera mordido, tropezando con los pantalones. Con tirones enojados, se subió el pantalón, haciendo una mueca mientras se guardaba la erección.

Incliné la cabeza, preguntándose, pero no preocupándome, porqué se había apartado. Lo había hecho todo bien. “¿No te gusta?” Mi voz sonaba extraña, muerta, sin vida, robótica.
Q se congeló, pasándose las manos por el pelo. Su piel oscura se había puesto blanca con lo que parecía ser miedo. “¿De quién eres?” Exigió.
No lo dudé. Sabía la respuesta. Fue fácil. “Tuya.”
Contuvo el aliento, sus ojos ardían. Se empezó a pasear, sin apartar su mirada de la mía. “¡Dijiste que no me dejarías! Parecías tan fuerte, tan irrompible. Me mentiste.” Estaba erizado de cólera. “No sólo te he jodido, te he roto.” La culpa estaba grabada en su voz.
Me quedé serena, despreocupada. ¿Estaba furioso porque me había roto? ¿No era ese su objetivo? Debería estar satisfecho porque había tardado poco. Pensé que podría durar más tiempo, pero mi mente no quería pelear más. Me negué a gritar y a llorar cuando me enterré en la soledad y en la calma.

No tenía ninguna respuesta, así que miré hacia abajo, hacia mis manos atadas, esperando.
Caminó hacia delante, y deshizo el nudo de la corbata con movimientos furiosos. “Me mentiste y no me gustan los mentirosos.”
Me encogí de hombros. ¿Qué había que decir? Le pertenecía, podría llamarme cuando lo deseara. “Soy tuya. ¿No es eso lo que querías?”
Negó con la cabeza, estaba enfadado. “Te has dado por vencida. ¡No eres mía a menos que yo te haga mía!”
Mi mente se había dañado. No entendía eso. Yo era suya, sin lugar a dudas. Él lo sabía. Mi cuerpo lo gritaba también en voz alta.
“Quítate el jersey.” Me miró los pechos. En lugar de entusiasmo, miedo y anticipación, no sentí nada. Estaba por encima de mí como el dios del sexo, su erección luchaba contra sus pantalones, llamándome.

Agarré el dobladillo y me quité el jersey por encima de la cabeza de un solo movimiento. Me puse de pie y le cogí de la cintura. Su piel me quemaba cuando le toqué.
Su respiración se aceleró, mirando con avidez mi sujetador. Era tan agradable no sentir. Si Brax me hubiese mirado como lo hacía Q, me hubiera escondido, me hubiera preocupado por la marca de nacimiento que tengo en el valle de mis pechos, me hubiera preocupado si él me amaba incluso con defectos. Ahora, aquí, no me importaba.

“Dame tu sujetador.” Me tendió la mano, esperando. Apretó la mandíbula cuando me lo desabroché. Lo balanceé entre mi dedo índice y el pulgar, y se lo pasé. Mis pezones le identificaron y me empezaron a doler. Su mirada emocionó mi cuerpo, calentándome con necesidad.

Sus dedos se clavaron en mi mano, aceptando el sujetador. Con el pulgar me tocó el tatuaje e hice una mueca de dolor. El tintineo de la plata le llamó la atención y frunció el ceño.
El brazalete de Brax.
El vacío se evaporó. Los recuerdos surgieron de nuevo.
Brax.
México.
Dolor.
El hombre con la chaqueta de cuero.
Mi mente despertó, recordándome las cosas que desearía haber podido olvidar. No. No, quédate. No volváis.
La mandíbula de Q se tensó cuando quité la mano. ¿Cómo había llegado a estar en ropa interior delante de él? Todo era niebla, un sueño que no podía entender.

Inclinándose hacia delante, me miró profundamente el alma. Su pulgar jugaba con el brazalete. “¿Quién te dio esto?”
Mi respiración se aceleró y tragué saliva. No contestes.
Pero no necesitaba responder. Su rostro brilló con triunfo, su cuerpo se acomodó en una postura de burla. “Alguien que te importa te dio esto. ¿Crees que debería dejar que lo mantuvieras?” Tiró y lo clavó en mi piel. Si presionaba más lo encajaría.

Tess, véte. Flota. ¿A quién le importa un brazalete? Que se lo quede. Brax puede comprarte otro.
Mi corazón se aceleró. Pero si Brax había muerto en aquel baño, nunca conseguiría otro. Era lo único que me quedaba.
Le arañé la mejilla y me tiré encima de él. Grité cuando caímos al suelo. Q gritó algo y me agarró la muñeca. La plata trató de mantenerse intacta, pero se rompió con un pequeño tintineo, aterrizando en la alfombra junto a la cabeza de Q.
¡Brax!
Grité y le empujé. Q se cubrió el rostro e intenté alcanzar la joya. Me lancé con un nudo en la garganta, pero Q era demasiado rápido. Se dio la vuelta, así que terminé debajo de él sobre la alfombra gris. Me cubrió los brazos y me hizo odiarlo más. ¿Cómo iba a pensar que podía ganarle cuando me tenía sometida como a una molesta mariposa?

Se lamió los labios, la pasión rugía en su rostro. “Ahí lo tienes. No te apagues de nuevo. Te lo prohíbo.”
Había vuelto a esta horrible vida, luché. Mis manos se cerraron y se resistieron, odiando cómo se agitaban mis pechos desnudos mientras trataba de liberarme.
Q gruñó, se incorporó y me cogió los pechos. “¿Cuál es tu nombre?” Me retorcía los pezones, enviando placer-dolor a mi cuerpo. “¿Cuál es tu nombre, maldita sea? Dime.”

Lo miré con cada daga de odio que había en mi interior.
Silencio.
Mi lengua no iba a ayudar a decirlo. Era mío, no suyo. Nunca quería oírselo decir. 

“¡Nunca!”
Q se estremeció con una mezcla de emoción sin nombre y me dio una bofetada. Me escocían los ojos con calor y vergüenza, en lugar de dolor. ¡Me dio una bofetada!
“¡Mierda!” De pie, cogió el brazalete de la alfombra y me lo enseñó. “Esto es mío. Eres mía. Acuérdate de eso si alguna vez quieres volver.”
Me puse de rodillas, alcanzándolo. No, no podía soportarlo. Estaba ligado a mi pasado, vinculado a Brax.
Las lágrimas estaban atrapadas en mi garganta. “Te he dicho lo que quieres oír. Soy tuya. Por favor, devuélvemelo. ¡Soy tuya!”
Su cuerpo poderoso se tensó, abrochándose la chaqueta con movimientos precisos. La plata se atormentaba en sus dedos antes de que se lo metiera en un bolsillo de la chaqueta. “Has dicho las palabras pero no lo crees. Te lo dije, no me gustan los mentirosos.”
Se volvió y abrió la puerta, los dedos se le pusieron blancos alrededor del pomo de la puerta. “Quédate aquí. Tu castigo por no obedecer es no cenar. Buenas noches.”


Se dio la vuelta y se fue.

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